Coahuila, ¿por qué pensar ahora mismo en el siguiente gobernador?
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Por el bien de Coahuila, debe mantenerse despejado el camino al gobernador para que conduzca la cosa pública en forma expedita, es decir, sin obstáculos, con el fin de que los sistemas de sucesión, muy tempranamente divisados, no obstruyan el trabajo gubernamental
Hablar del siguiente gobernador por estas fechas, cuando apenas el actual está por terminar el segundo año de su administración pública, es anticipar la maduración antes de sembrar.
Dentro del equipo gubernamental priista existen corrientes aglutinadoras que exhiben a quien consideran debe ser punta de lanza. Sin embargo, lo único que están provocando es dividir en segmentos –por no decir pedazos– a su partido, que saldrá al campo de batalla dentro de tres años, según lo establecido en el calendario autorizado para la elección.
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Por estas fechas se han dado a conocer, en algunos medios y redes sociales, los nombres de prospectos, a quienes se sitúa en una posición privilegiada y ya se les encasilla dentro de los cajones de salida de la carrera interna, de donde saldrá el ungido por el partido en el poder.
Los señalados, claro, quieren montarse en el carril de la democracia y acceder al liderazgo, aunque sea mediante un pragmatismo que los coloque en el cajón principal y les asegure el primer lugar. Una actitud que, para lograrlo, no repara en que se manosee nuestro sistema electoral como si fuera una meretriz.
Mientras ese sistema se mantenga, seguiremos viéndolo como protector de una democracia intangible, que continuará dando lugar a que, en el horizonte, sigan pululando una cantidad de partidos que gastan sumas exorbitantes de dinero fiscal, mismo que podría destinarse a solucionar un cúmulo de necesidades que favorecieran a la ciudadanía.
Hablar en estos momentos del siguiente sexenio estatal y de los posibles candidatos es hablar de un futurismo político que se antoja en exceso prematuro.
Por el bien de Coahuila, debe mantenerse despejado el camino al gobernador para que conduzca la cosa pública en forma expedita, es decir, sin obstáculos, con el fin de que los sistemas de sucesión, muy tempranamente divisados, no obstruyan el trabajo gubernamental, de manera que los vientos esparzan los beneficios que ofreció al inicio de su mandato.
Está por cerrarse el segundo año de la administración estatal y comenzar el siguiente, que es cuando debe consolidarse el aparato público, de modo que la fuerza que se inyecte a los programas que conforman el Plan Estatal de Desarrollo contribuya al crecimiento en todos los órdenes y catapulte, a la mitad del próximo año, el acaparamiento de la mayoría de las curules con las que competirá su partido, con el fin de lograr el control del Congreso. La ansiedad –o quizás los tiempos– está empujando al Partido Revolucionario Institucional (PRI) a empezar a escudriñar en su membrecía las preferencias, con el objetivo de ir abriendo brecha y detectar a quienes considera tienen posibilidades de competir.
En cuanto a los candidatos a la gubernatura, no sólo deben ser buenos políticos, a eso debe agregársele cualidades de hombres o mujeres preparados intelectualmente, con antecedentes pulcros, de honestidad intachable y con un carisma auténtico. Recordemos lo que dijo en una ocasión Charles de Gaulle: “La política es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los políticos”.
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La cúpula priista estatal debe considerar que uno de los siete pasos de la administración es la planeación. Y que aunque se trate de política de partido, es básico apoyarse en ella y medir las diferentes corrientes internas, haciéndolas pasar por un cedazo que elimine la basura y las ubique en la línea de avanzada, de donde saldrá el escogido, con el fin de que, llegado el momento de las definiciones, se cuente con la fuerza necesaria para competir contra los diferentes candidatos que rivalizarán en la contienda de la elección de gobernador.
Bajo esa premisa firme, escójase la figura de un líder con cualidades para gobernar, no para mandar, que muestre desde la génesis de un nuevo gobierno la aceptación. Alguien preparado académicamente, con experiencia en posiciones dentro del aparato oficial y con una presencia que proporcione gran influencia en el humor social.
Se lo digo EN SERIO.