Coahuila y Edomex; alegría y tristeza

Opinión
/ 6 junio 2023
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Las elecciones del domingo me dieron una extraña mezcla de alegría y tristeza. Tristeza por el vencimiento de Alejandra del Moral en el Estado de México y el consiguiente triunfo de Delfina Gómez. Celebro, desde luego, el fin del Grupo Atlacomulco, que fue por muchos años una especie de cosa nostra en la entidad, un entramado de políticos cuyo mantra era la cínica, pero realista frase atribuida a Carlos Hank González: “Político pobre, pobre político”. Evoco en este punto a la tía Melchora, entrañable personaje popular de ayer en Los Herreras, Nuevo León. El gobernador del Estado la quería bien, y un día le dijo en vía de broma: “Comadrita: mi compadre y yo hemos llegado a un acuerdo. Mi señora se va a ir con él, y usted se va a venir conmigo”. Preguntó la tía Melchora: “¿Y yo qué salgo ganando cambiando cabrón por cabrón?”. Mi temor, fundado como todos los temores que causa la política, es que el lugar del Grupo Atlacomulco sea ocupado –cabrón por cabrón– por un Grupo Texcoco peor de mafioso y con mayor voracidad de dinero y de poder. En efecto, la persona y la personalidad de quien gobernará a los mexiquenses dan lugar a ese recelo. Tiene a Morena en su ADN, lo cual significa que pone el ansia de dominación por encima de la ley y la moral, según lo demostró cuando fue alcaldesa de Texcoco, cargo en el cual cometió irregularidades que en un país menos subdesarrollado que el nuestro habrían ameritado destitución, y aun cárcel. Su actuación se finca en el dictado de López Obrador, quien pide a sus copartidarios un 10 por ciento de eficiencia con tal de que le garanticen un 90 por ciento de lealtad. El desempeño de la señora como secretaria de Educación no fue pobre: fue paupérrimo. La forma de gobernar de AMLO, y los resultados de su administración, se verán reflejados en el Estado de México, a cuyos habitantes conscientes envío por este medio mis más sentidas condolencias. Su solar nativo es ahora propiedad del caudillo de la 4T, con Delfina Gómez como ama de llaves. Caso diametralmente opuesto fue el de Coahuila, mi tierra. Manolo Jiménez Salinas era, por mucho, la mejor opción, y los coahuilenses lo eligieron por una abrumadora mayoría. Eso me alegró sobremanera. Varios factores contribuyeron a su sonado triunfo. Fue, en primer lugar, un magnífico candidato. Su labor en la alcaldía de Saltillo dejó buena impresión, y su carisma, discurso positivo y empeñoso trabajo de campaña fueron gratos a los electores. Lo favoreció igualmente la obra de Miguel Riquelme en el Gobierno del Estado, cuyos frutos, sobre todo en el importante renglón de la seguridad, han sido unánimemente reconocidos y apreciados. La maquinaria del PRI local, que funciona tan bien como hace medio siglo, coadyuvó en gran manera, desde luego, a la contundente victoria del joven candidato. Será un gran gobernante si continúa la tarea de su antecesor; si sigue garantizando a los coahuilenses seguridad y empleo; si mantiene su independencia frente a cualquier intento de cacicazgo centralista y si aleja de su Gobierno toda forma de corrupción. Los padres de Manolo, su esposa y sus pequeños hijos, deben estar orgullosos de lo conseguido por él, igual que toda su familia. Lamento que ya no esté con nosotros el ingeniero Luis Horacio Salinas Aguilera, su abuelo materno, amigo mío desde los tiempos de la juventud. Fue también alcalde de Saltillo, y la excelente gestión que llevó a cabo todavía es recordada. El logro de su nieto habría sido motivo de grande satisfacción para él. Felicito, sobre todo, a mis paisanos coahuilenses. Fueron en elevado número a votar, y votaron muy bien... FIN.

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