Correr hacia el bosque
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Vivimos tiempos inquietantes. El filósofo José Antonio Marina ha advertido con contundencia que enfrentamos a la epidemia de la insensatez. Y no se refiere a una falta de inteligencia, sino a algo mucho más grave: la renuncia a pensar, el conformismo mental, el secuestro de la voluntad.
Según José Antonio Marina, la insensatez es una abdicación del juicio: una claudicación de la responsabilidad personal para tomar buenas decisiones. Consiste en no usar correctamente la información que tenemos, en fingir certezas que no poseemos y, por ende, equivocarnos en nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar.
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Esta epidemia se propaga con rapidez cuando, a nivel personal y social, se pierde la vergüenza, se deja de exigir reflexión, verdad y coherencia; también, cuando “se pretende defender la identidad cultural o la identidad de los grupos y se acaba negando la posibilidad de una verdad universal”.
Esta realidad se vuelve especialmente peligrosa cuando se observa el avance de ciertos movimientos políticos con tendencias autócratas, empeñados en someter a la población a sus designios. Lo hacen promoviendo la credulidad, la fantasía, intercambiando la obediencia por dádivas; cultivando el dogmatismo, el fanatismo y la polarización social. Mediante la arrogancia intentan normalizar lo anómalo, fomentando deliberadamente la ignorancia como una estrategia para manipular con facilidad a las personas.
CUIDADO...
Cuidado, que esta situación es seria como lo advirtió Hannah Arendt: “El sujeto ideal para el gobierno totalitario es (...) la gente para quien la distinción entre hechos y ficción, entre verdadero y falso, ya no existe”.
En este sentido, también acertó el dibujante español “El Roto” al decir: “Cuando los hombres se hacen masa, los demagogos los hornean”. ¡Y vaya que el mundo está hasta el copete de populistas!
Cuidado porque “se empieza por no valorar la libertad, y se termina permitiendo regímenes autoritarios”.
En este contexto, la libertad se convierte en una víctima silenciosa, sacrificada en el altar de la comodidad, la obediencia o la corrección política. No la perdemos con estrépito: la entregamos en silencio. No nos la arrebatan con cadenas visibles, sino con argumentos dulces y uniformes, que nos invitan a no pensar demasiado, a no complicarnos, a evitar el riesgo... y a obedecer.
DON QUIJOTE
“La libertad, amigo Sancho —decía don Quijote—, es uno de los más preciados dones que los cielos dieron a los hombres. Con ella no se igualan los tesoros que guarda la tierra ni los que cubre el mar; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida. Por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede sobrevenir a los hombres”.
Martín Descalzo lo expresó con claridad: la libertad no es capricho ni “real gana”. No es libre una veleta solo porque gira: es esclava de todos los vientos. Ser libre es una construcción interior. No desde los sueños, sino desde la aceptación radical de lo que uno es. Solo somos libres desde dentro, asumiendo lo que somos, sin delegar nuestra alma en manos ajenas.
Una fábula, como un eco anticipado de nuestra realidad, nos aguarda con su lección intacta.
EL LOBO Y EL PERRO
Había una vez un lobo flaco, casi escuálido, porque los perros del pueblo vigilaban bien a sus amos. Una noche, se encontró con un perro gordo y brillante, que se había alejado de casa. El lobo, hambriento, lo habría devorado, pero la fuerza del perro lo hizo dudar. En lugar de atacar, lo elogió por su apariencia.
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El perro, condescendiente, respondió: —Si quisieras, podrías vivir tan bien alimentado como yo. Solo necesitas dejar el bosque y venir conmigo. Aquí no hay que cazar: basta con ladrar a los extraños, halagar a los visitantes del amo y obedecer.
El lobo, tentado, preguntó: —¿Y qué obtengo a cambio?—Carne, pan, caricias... y descanso. Solo eso. El lobo, embelesado por esa vida sin hambre, notó una marca en el cuello del perro. —¿Y eso? —preguntó.—Nada, solo el roce del collar —¿Estás encadenado? —Solo a veces, pero... ¿qué importa? —¡Importa todo! —gritó el lobo—. Prefiero el hambre a vivir atado. Y sin más palabra, corrió de vuelta al bosque... y quizá aún siga corriendo.
¿LIBRES?
La fábula de La Fontaine (1621-1695) nos enfrenta a una disyuntiva brutal: la del lobo libre y hambriento, o la del perro saciado y encadenado.
No es solo una fábula: es un espejo. Hoy, muchos prefieren la seguridad del plato lleno —aunque esté servido con rencor, dogmatismo o promesas huecas— al riesgo de ser auténticos. Renuncian a su libertad a cambio de certezas ilusorias, pactando su voluntad por promesas que nunca se cumplirán.
La libertad no tiene precio. No hay bienestar que justifique renunciar a ser uno mismo. Y, sin embargo, estamos cediendo. Callamos cuando deberíamos hablar. Repetimos lo que otros piensan. Vemos el mundo con lentes prestados por partidos, gobiernos, ideologías o, inclusive, por influencers. Socialmente pareciera que, voluntariamente, nos hemos puesto un collar.
¿Somos libres cuando dependemos de la aprobación ajena, de las redes sociales, del poder, del dinero o de los gustos dictados por algún algoritmo? ¿Es libre quien se somete a lo “políticamente correcto” aunque su alma grite otra cosa?
Vivimos una época en la que criticar y disentir se ha vuelto un riesgo. Basta con alzar la voz para ser etiquetado como traidor, radical o —peor aún— enemigo de los que dicen tener “otros datos”. Poco a poco, nos estamos convirtiendo en un “rebaño” que teme a la libertad y precisamente por eso, se somete sin resistencia.
MITO
Bernanos lo anticipó con escalofriante claridad:
“No conozco un solo sistema o partido al que pueda confiársele una idea verdadera con la esperanza de que al día siguiente siga siendo reconocible. Las ideas que uno deja salir a la calle como a Caperucita Roja, con su cestita en la mano, son violadas en la primera esquina por cualquier eslogan con uniforme”.
Hoy, las palabras ya no dicen lo que dicen. Han sido vaciadas de contenido y rellenadas con propaganda. En nombre de la libertad se perpetúan nuevas formas de opresión. Y el peligro es que, al dejar de pensar, comenzamos a obedecer sin saberlo.
Las nuevas generaciones —hiperconectadas pero desvinculadas de sí mismas— confunden libertad con placer, autenticidad con exposición y decisión con tendencia. Se mueven no por convicción, sino por el número de seguidores. No reconocen ya el bosque donde corre el lobo.
¿SEREMOS?
La amenaza ya no se esconde; está aquí, presente y activa: en el uso del poder para silenciar al disidente, en el aplauso al que obedece sin cuestionar, en el adoctrinamiento sutil disfrazado de “inclusión” o “modernidad” y en el control del pensamiento a través de la repetición, la saturación mediática y la desfiguración deliberada del lenguaje.
¿Seremos capaces de defender la libertad cuando implique riesgo personal? ¿O preferiremos seguir bien alimentados, encadenados y anestesiados?
Cuando caigan las máscaras y las circunstancias nos obliguen a elegir, ¿optaremos por buscar la verdad, aunque incomode a propios y extraños? ¿Tendremos el coraje de pensar por cuenta propia, de hablar con nuestra propia voz, de vivir —por fin— sin collar?
URGENTE
¿Tendremos el valor de recuperar nuestra alma, aunque eso signifique renunciar a la comodidad de las dádivas que esclavizan?
¿Estamos dispuestos a analizar y evaluar la información, las ideas y las realidades con objetividad y rigor, utilizando el pensamiento crítico y la evidencia para formar juicios verdaderamente propios?
En todo caso, dependerá de si elegimos la dignidad en lugar de la superficialidad; de si somos capaces de protegernos, con plena conciencia, frente a la manipulación de falsas creencias, teorías conspirativas y prejuicios disfrazados de sentido común. Dependerá de si decidimos —con coraje— aprender a pensar por cuenta propia y vacunarnos, de forma deliberada, contra la insensatez.
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La libertad se construye desde nuestras trincheras cotidianas: luchando contra la mentira y la farsa, buscando soluciones en el terreno de la ética, defendiendo la verdad —aunque incomode— y denunciando, sin titubeos, cada intento de desacreditarla.
Sin duda, mucho dependerá de si, ante la tentación del plato fácil y las hipócritas caricias, tenemos las agallas de correr hacia el bosque.
cgutierrez_a@outlook.com