De un círculo del infierno a otro más difícil de corregir: El taller literario conoce a Titivillus (parte II)

Opinión
/ 1 junio 2025

Por: Miguel García

¿Qué relación tiene el infierno de Dante con un club de narrativa adolescente sin buena ortografía? Titivillus. El demonio medieval es responsable de las erratas y va a la fuente del trastorno gramatical para erradicar a los causantes del desvarío ortográfico. Los miembros del taller literario deben tener cuidado antes de publicar cualquier cosa.

Para fomentar la escritura, el coordinador Miguel García usó la siguiente ruta con sus estudiantes: empezó la sesión solicitando tres casos del alumno donde recuerde una mala experiencia con la ortografía. Enseguida, da contexto sobre la Edad Media, época de nacimiento para Titivillus; los monjes de monasterio, copistas de libros que rescataron la literatura antigua y crearon la leyenda de este demonio; y los círculos del infierno, invención de Dante Alighieri en La divina comedia para el imaginario colectivo.

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El resultado de la actividad narrativa se expuso en dos entregas de relatos para VANGUARDIA en su sección Página Siete.

Poemizar*

Por: Evelyn López Guajardo

“Yo no escribo, yo hago poemas. Y aunque escriba mal, poemizo como los dioses”, decía con una sonrisa altanera y esa suficiencia lozana de mis 17 años mientras garabateaba la última estrofa del texto. Me sentía un genio incomprendido por mi gran creatividad, cuando sólo era por mi pésima ortografía.

El lápiz bailaba entre mis dedos como si tuviera vida propia y el papel, arrugado hasta el milésimo doblez, parecía rogar por un descanso. Me acomodé en la silla, respiré hondo y con voz segura leí lo que había terminado: “Poemizo como los dioses”. Me detuve. Era arriesgado y digno de una joven autora como yo; pero dejé de celebrar mi talento porque algo no estaba bien con la temperatura del cuarto.

El calor en mi habitación se elevó de manera sofocante, como si el aire estuviera siendo cocinado a fuego lento. El ventilador dejó de girar, la luz titiló y entonces lo pude ver. Una figura se materializó frente a mí, emergiendo de las sombras del rincón. No era persona ni animal. Era algo que desafiaba toda lógica.Había un demonio en mi cuarto.

Su anatomía estaba compuesta por trozos de papel carbonizado y chorreante tinta negra. Sus ojos brillaban como velas encendidas en la oscuridad y su voz retumbó en las paredes con un tono tan burlón como espantoso.

—Te he estado observando desde hace meses —dijo el demonio mientras sus colmillos se deslizaban por fuera de sus mejillas, como si su rostro se descosiera con cada palabra—. Y sigues sin notar esas erratas de porquería. ¿Poemizo? ¡No existe ese verbo, niña petulante! Busca ayuda profesional. Y no hablo de coaching de vida o gurús de salud mental, sino de un taller literario o algo así. Es un desfogue. O sea, también ventilas tus intimidades, pero sólo les pones otro nombre o le das otra identidad a lo que te pasa por la cabeza.

Asustada, retrocedí unos pasos y logré preguntar con voz temblorosa:

—¿Quién... quién eres tú?

Con una postura elegante y un aire de superioridad, el espectro se inclinó como si estuviera en una obra de teatro y respondió con orgullo:

—Soy Titivillus, el demonio de los errores ortográficos. El que recoge cada tilde olvidada, cada palabra mal escrita, cada “hay” cuando debiste escribir “ay”. Y tú... tú tienes una larga lista de pecados ortográficos, tanto así que te hará falta tiempo para sufrir por la eternidad.

Mis labios temblaron cuando quise replicar algo. Quería disculparme, explicarle que estaba aprendiendo, que había ido a un club de lectura y no me gustó, que a veces sólo escribía rápido como un borrador, que no era con intención de publicar; pero él ya no escuchaba lo que decía en mi defensa.

Titivillus chasqueó los dedos y al instante mi poema flotó en el aire, girando lentamente. Las palabras mal escritas comenzaron a arder. La hoja se deshizo en humo y de sus letras escaparon chillidos diminutos, como si las letras gritaran de miedo.

—Cada error que cometes —continuó el demonio, caminando en círculos a mi alrededor— es una herida en el equilibrio lingüístico. Y tú ya has dejado demasiadas.

Intenté correr, pero mis pies estaban clavados al suelo, que comenzó a resquebrajarse como una página de libro olvidado a la intemperie. El fuego brotó de las porosidades del papel y grilletes formados por signos de puntuación se enroscaron en torno a mis muñecas.

—¡Espera! ¡Prometo mejorar, prometo corregirme! —grité desesperada.

Titivillus sonrió:

—Demasiado tarde. Has firmado tu sentencia con cada verso mal escrito.

Con un último gesto de la horrenda mano, el piso de mi habitación se abrió por completo. Fui arrastrada hacia el abismo entre llamas y tinta ardiente. Mientras caía, pude escuchar una última frase suya:

—Bienvenida al infierno, poetastra sin corrección. Aquí tu castigo será eterno. En nuestra biblioteca sólo hay compilaciones de talleres con editores mercenarios y rabo verdes, poemarios autopublicados por clubes sociales y memorias de políticos a cargo de escritores fantasma.

Así, mi alma no cayó entre horripilantes monstruos como Cerbero ni rincones olvidados por Dante para los de mala ortografía, sino ante montañas de relucientes publicaciones para elegir. Parecen recién salidas de imprenta porque nadie quiere leerlas.

—Y si quieres cultivar tu narrativa en lugar de leer —dijo la bestia sin contener su risa mientras iba tomando proporciones épicas bajo tierra—, a lo mucho podrás escribir algún capítulo para La Rosa de Guadalupe.

Errata por un sueño

Por: Melissa Nava Pruneda

“...escuchar mal o leer mal son errores felices para todo artista. Así las cosas, quizás el error no es un error, el error sólo comienza al corregirlo”. Yako González et al. El agua verde del idiota.

A lo largo de mi carrera como escritora, he tenido muchos problemas a causa de escribir mal mi nombre, como cuando firmaba con mi autógrafo a los fans que hacían filas para conocerme en persona. Por esta razón la frase del epígrafe ha sido para mí un gran apoyo y recordatorio para verles el lado bueno a mis errores ortográficos y hacer de ellos una nueva creación.

Desde que comencé a vender libros, me di cuenta de una imprecisión que hasta el día de hoy no he podido cambiar: escribo mi nombre de forma incorrecta. Ni métodos a la vieja usanza como hacer planas ni terapias con psicólogos me han quitado esa mala práctica. A veces pienso que estoy mal de la cabeza, porque ¿quién en esta vida no puede escribir su nombre como está en su acta de nacimiento? ¡¡Nadie excepto yo!!

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Es algo que al principio me causaba estrés y vergüenza. Incluso pensé en cambiar mi nombre al que yo misma me puse por error; pero hoy me da risa y me gusta más que el original. Mi nombre es Melissa y me puse Melossa. Perdonen el narcisismo y esa caricia a mi autoestima. En realidad, soy más seca que el frío...

Por las noches tengo visiones con este error y veo a un ser malévolo en mis sueños que me atormenta cada vez que voy a dormir. El espíritu maligno incluso se burla de mi maldición; pero antes de avergonzarme él se presenta conmigo y me dice que su nombre es Titivillus, el demonio de los errores en la escritura y que puede acabar con cualquiera por una simple falla. Titivillus podría sacarme los ojos como lo hizo con él mismo al no soportar tantas desviaciones de las reglas ortográficas entre los condenados. Por eso su castigo contra ellos es obligarlos a hacer lo que Edipo rey hizo por asesinar a su padre y acostarse con su madre: sacarse los ojos una y otra vez cada que encuentran una errata en las impresiones del infierno... y allá todos se vuelven analfabetos. ¡Es algo horrible!

El demonio medieval lleva dos meses visitándome en una pesadilla por noche. Intento despertar cuando aparece, pero no logro conseguirlo. Incluso he tomado clases extra para regularizarme en español; pero cuando vuelvo a la cama él se apodera de todo mi ser y se recrea en mi mente con maquinaciones que superan por completo a mi creatividad de escritora. Hoy me dijo: “Se está terminando tu tiempo, ¿ya estás lista?”.

El maligno ser soltó una carcajada que me dio mucho miedo y no pude soportarlo más. Esto me hizo tomar la decisión de ir al registro civil y cambiar mi nombre.

Hola, seré Melossa por el resto de mi vida para que Titivillus no me visite más por otra pifia en mi redacción y así pueda descansar tranquilamente.

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