El poder político es un estorbo para el capital
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En la aceleración del neoliberalismo, el tiempo es dinero, no comunidad... Es una avalancha de tareas por realizar en favor de la producción y comercialización, que deja fuera consideraciones ciudadanas comunitarias e identitarias
En el contexto de hiperconectividad global, el poder político es un estorbo para el capital. Y esto incluye también al poder del Estado. Así, lo que vivimos hoy es un Estado que decrece en facultades o bien las conserva, siempre y cuando sirvan a los intereses de la esfera empresarial y se deje devorar por sus principios de mercado.
En México, este desbalance de fuerzas fue provocado por la visión del neoliberalismo, con su particular aceleración de los procesos de producción, comercialización y conectividad, elementos que forman una tríada indisoluble.
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Las prácticas neoliberales se iniciaron desde la década de los ochenta, cuando presidentes de México consideraron la vía de la privatización de empresas paraestatales: tal es el caso de Telmex (Teléfonos de México), Calmex (conservas), Anagsa (Compañía Nacional de Seguros de Cosechas y Ganadería del sector público), Dina (fabricante de autobuses y camiones), Ferrocarriles de México, numerosos bancos, siderúrgicas (como AHMSA) y aerolíneas.
Ahora más veloz y recargado, el neoliberalismo prosigue en su tarea de disminuir la injerencia del Estado en asuntos comerciales, de propiedad privada y libre mercado. Para ello continúa en su labor de designar candidatos que compitan por puestos de elección popular. Ha logrado el triunfo de presidentes de México, gobernadores y presidentes municipales que obedecen su agenda económica.
De acuerdo con el politólogo y sociólogo alemán, Hartmut Rosa, la aceleración es una fuerza totalitaria. La aceleración subordina todo proceso social que, por supuesto, no sigue la lógica del mercado de volúmenes ingentes. Esta lógica de la aceleración, por supuesto, no asigna tiempo a escuchar, por ejemplo, las conversaciones de grupos, comunidades o individuos que habitan el mismo territorio. En la aceleración del neoliberalismo, el tiempo es dinero, no comunidad.
Así, vemos que el totalitarismo del mercado ha sido introyectado en nuestro país, sin que, salvo algunos, lo hayan notado. Es una avalancha de tareas por realizar en favor de la producción y comercialización que deja fuera consideraciones ciudadanas, comunitarias e identitarias.
En este contexto neoliberal, todo debe ser resuelto ya, prevalece una aceleración que no comprende ni le importan los procesos lentos del cultivo de la tierra (para eso hay aceleradores de crecimiento), o el cuidado del medio ambiente que implica reflexión y reconsideración de las formas de producción por sus graves incidencias en los ecosistemas.
Producción, comercialización y conectividad forman una tríada indisoluble a la que se le subordina todo: la vida del individuo como engranaje en la manufactura −ya no como persona−, pues no se necesitan sus opiniones, sólo su voto, su trabajo o su sumisión. Esta tríada erosiona a la persona y a sus dinámicas más íntimas.
Un individuo hiperconectado, con numerosas horas de trabajo, es un individuo que sólo va a destinar su energía para lo más necesario; sí, para eso que siempre se ha referido como lo urgente, pero que no es lo importante.
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¿Quién puede en este momento abstraerse de este totalitarismo del mercado? Es imposible, pues, como lo refirió Hartmut Rosa, es un poder omnipresente que controla todo tipo de información, porque la información ya sólo es relevante y permanece si es validada por los dispositivos de control establecidos por el mercado.
El vocablo “estorbar” proviene del latín exturbare, que significa “hacer salir por la fuerza y provocar confusión”. Se conforma por el prefijo ex (hacia afuera) y el verbo “turbare” (agitar, poner en desorden y alteración, perturbar).