El Saltillo que se fue y quedó pintado en el Anuario de 1886 3/3
Otro aspecto de Saltillo que plasmó Portillo en su “Anuario Coahuilense para 1886” es el de los hoteles. Ya entonces los había de clase mundial.
La población de Saltillo antes de finalizar el siglo 19 era de 25 mil habitantes y había tres establecimientos del ramo hotelero y otros negocios dedicados a la atención de viajeros, como eran siete mesones y cuatro casas de posada. Los tres hoteles establecidos en el centro de la ciudad eran San Esteban y San Fernando en la calle de Victoria, y el Filopolita, en la calle de Juárez. El anuncio de este último decía: “Hotel Filopolita. Saltillo, México. Este establecimiento, recién montado en un lugar céntrico y en la mejor calle de la ciudad, a media cuadra de la plaza principal, al sur de la parroquia, cerca del mercado y de las principales casas de comercio. Ofrece a sus favorecedores un servicio en los cuartos, cómodos, aseados y decentes; y útiles para el descanso y aseo del cuerpo, enteramente nuevos y de primera clase. En el comedor, aseo, limpieza y manjares apetitosos y suculentos. ¡¡¡Todo por 12 reales diarios!!!”.
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Unos 50 años después del Anuario, en la década de 1930, Saltillo seguía siendo una ciudad tranquila. Sin embargo, ya contaba con algunas carreteras y recibía muchos turistas del sur de Estados Unidos, Monterrey y las poblaciones del norte del estado, que en verano buscaban un clima más benigno que el de su lugar de origen. A la orilla de la carretera central, en su tramo Saltillo-Piedras Negras, se veía un panorámico de la Comisión de Turismo con texto en inglés y español: “Saltillo la ciudad del aire acondicionado. Clima ideal. Una milla más arriba entre las nubes”, y para destacarlo, una imagen de la Catedral recargaba sus torres sobre las nubes en un cielo limpio y casi transparente, característica constante del paisaje saltillense.
Los vehículos que transitaban las calles de Saltillo eran guayines de pasajeros y coches de carga tirados por caballos o mulas, y apenas unos cuantos automóviles. Sin embargo, en esos años la “ciudad del clima ideal” ya contaba con el Motel Huizache, construido en las afueras de la ciudad por los rumbos del nuevo edificio del Ateneo Fuente, es decir, como se decía en la época: “más cerca de Monterrey que de Saltillo”. Dicho motel, que entonces era “campo turista”, ofrecía a los viajeros cocheras para sus automóviles. Sus anuncios comerciales rezaban así: “Campo Turista Huizache. Saltillo, Coah., México. Cabañas independientes con camas Simmons, baños de agua fría y caliente a toda hora. Con o sin cocina. Garage para su automóvil. 5,000 pies sobre el nivel del mar. Excelente comida americana. Cuotas razonables”.
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En la misma década de 1930, había dos hoteles en el centro. Uno instalado en la calle de Juárez, frente a la plaza de Armas, y el otro en un conocido edificio de la calle Victoria. El primero se anunciaba así: “Hotel Universal. Juárez Poniente 7 –9 –11. En el centro de la ciudad. Frente a la plaza principal. Departamentos especiales para familias. Excepcionales cuotas para agentes viajeros. Edificio netamente colonial. Restaurant de primera clase. English spoken”.
Mientras que el segundo, todavía más cosmopolita, el entonces Arizpe-Sainz se anunciaba: “Los hoteles mejores y más bien acondicionados en Saltillo. 75 habitaciones a todo lujo y confort, con teléfono, baño y calefacción. Servicio a presión de agua fría y caliente. Mobiliario moderno estilo colonial. Camas Simmons. Hermoso lobby, comedor, cantina, jardines, fuentes, mesas de tenis, garages, etc., etc. Atención especial para recepciones y banquetes. Se habla inglés, alemán y francés. Planes americano y europeo”. Su emblemático edificio se levanta todavía hoy en la céntrica calle Victoria y hasta hace poco albergaba una escuela y una librería en lo que fuera el Baco, su famoso bar.
La memoria es el sustento de la historia. Hojear un libro como el de Portillo puede iniciar un recorrido por otras épocas. La ciudad no es más que la suma de lo pasado y lo presente, del ayer y el ahora; eso que a los saltillenses nos da fisonomía e identidad y el privilegio de experimentar lo sustantivo de la vida común.