Elena y Electa, dos grandes de la plástica mexicana y coahuilense

Opinión
/ 13 julio 2025

Las vidas de Elena y Electa, ambas signadas con la misma pasión y empeño, se resumen en el tamaño de su compromiso

Saltillo conoce a Elena Huerta por la excepcional obra que dejó la artista, principalmente en su ciudad: sus dos murales. El primero, de 1952, consistente en dos paneles, cada uno de 6 x 6 metros, que pintó a los lados del foro del Auditorio Carlos E. Martínez de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro (UAAAN), y el segundo, el gran mural “Historia de Saltillo”, el de mayor extensión pintado por una mujer en México, realizado hace 50 años en los muros de la entonces Presidencia Municipal de su ciudad, hoy Centro Cultural Vito Alessio Robles. Saltillo conoce poco a Electa. Electa Arenal Huerta, la hija de Elena que heredó su pasión por el arte y siguió sus pasos en la filosofía de vida y el activismo social. Más inclinada a la escultura, su obra quedó principalmente en Holguín, Cuba, y algunas esculturas en la Ciudad de México.

Las vidas de Elena y Electa, ambas signadas con la misma pasión y empeño, se resumen en el tamaño de su compromiso: por un lado, su lucha por las causas sociales, y, por otro, la construcción de la identidad posrevolucionaria en el campo artístico. Elena lo forjó en el andar de un camino largo e indeciblemente trabajoso. Electa en el sendero abruptamente interrumpido en plenitud de vida y creación. Cada una en su momento, las dos sembraron su semilla con afán y no siempre levantaron fruto, una y otra sufrieron penas y fatigas, pero ninguna cedió en el empeño hasta aliviar sus agobios en la abundancia de la cosecha. La cortedad de la vida de Electa no fue obstáculo para que alcanzara a recolectar sus frutos, y las dos siguen cosechando en la posteridad el reconocimiento a su obra artística ensanchado por el tiempo.

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Tanto Electa como Elena produjeron su obra en las décadas de la revolución cultural y la influencia internacional que apoyó el arraigo de los ideales anarquistas, socialistas y marxistas en México y América Latina, y que facilitó el surgimiento de un feminismo de carácter radical y vanguardista en el que ambas militaron.

Para sembrar, Elena hubo de recorrer caminos pedregosos, hendir los mismos surcos una y otra vez, y transferir a su alma, llena ya de otros dolores, las heridas de la madre tierra y las dificultades de ser mujer en un ámbito dominado por los hombres, al tiempo que vivía su lucha social cada vez más hondamente comprometida. Asombra su persistencia en la idea de hacer muralismo. Su historia en ese ámbito está llena de sinsabores y sacrificios exigidos por la época respecto a su condición de mujer.

Primero Elena y luego también Electa hicieron suya, con profundo ardor y más grande empeño, la batalla por destruir el mito tan generalizado en su tiempo de que, por su condición física inferior, las mujeres no podían ejecutar obra mural. Y Elena la ganó, pese a que para ejecutar el mural en la entonces Escuela Superior de Agricultura Antonio Narro en 1952 en Saltillo, hubo de pedir un permiso para ausentarse de su trabajo en la Ciudad de México, el cual le fue concedido sin goce de sueldo. Esta era prebenda reservada a los muralistas varones.

Años atrás, muy joven, huérfana de padre y con la pintura como estandarte, Elena llegó a la capital de la República en la época en que el movimiento muralista mexicano traspasaba fronteras con Diego Rivera a la cabeza. Todo su bagaje consistía en lo aprendido en su tierra natal con el maestro Rubén Herrera, en la Academia de Pintura de Saltillo, establecida en el Ateneo Fuente. Eso bastó para franquearle la entrada a San Carlos, donde se relacionó con los grandes maestros y donde le nació el deseo de hacer muralismo, logrado muchos años y muchas luchas después.

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A los 44 años ejecutó en Saltillo su primer mural en la entonces Escuela Superior de Agricultura Antonio Narro, donde tuvo a Electa como asistente, oportunidad que Elena aprovechó para formarla como muralista. Otro ayudante de Elena fue Eloy Cerecero, quien se encontraba en los albores de su carrera de gran maestro en la pintura mexicana.

Con el segundo mural, “Historia de Saltillo”, realizado a los 65 años, casi al final de su trayectoria artística, se consagró finalmente como mujer muralista, reto que se propuso desde que era una joven estudiante en la Academia de San Carlos y, además, con el mural hasta hoy de mayor extensión, 460 metros cuadrados, pintado por una mujer en la historia de la pintura mexicana.

Profesora de Lengua y Literatura Española. Dirigió el departamento de Difusión Cultural de la Unidad Saltillo de la UAdeC. En 1995 fue invitada por la Universidad Tecnológica de Coahuila, unidad Ramos Arzipe, para encargarse del área cultural, que incluía la formación del Centro de Información y cuatro años más tarde vendría la fundación del Centro Cultural Vito Alessio Robles, recinto que resguardaría la biblioteca de su padre, y donde hasta hoy labora.

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