Elogio de los calvos
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Casi siempre las buenas noticias van acompañadas de una mala.
-La buena es que a la Paramount le gustó mucho tu libreto. La mala es que la Paramount es una chiva.
Casi siempre las malas noticias van acompañadas de una buena.
-La mala noticia es que su esposa tiene una enfermedad venérea. La buena es que usted no se la
contagió.
No existe dolor absoluto ni hay felicidad completa. En la más negra tempestad se ve un claror, y en el más radioso cielo de primavera hay una nubecilla. La vida, dijo O. Henry, está hecha por partes iguales de risas y moqueos.
A los calvos les ha preocupado siempre su calvicie. Por causa de ella algunos se sienten menesterosos. El vocablo “bisoñé”, que designa al adminículo piloso usado por algunos calvos para cubrir su desnudez craneana, viene de la palabra francesa “besogneux”, que quiere decir necesitado.
De todos los remedios echan mano los pelones. Recurren a mil variados expedientes. Los hay que tienen pelo en la parte de la nuca. Se lo dejan crecer hasta la altura de las nalgas y luego se lo peinan hacia adelante, y hasta se hacen copete como el de Peña Nieto o Trump. Otros tienen cabello en un lado de la cabeza. Con cuidado de artífices que trabajaran con hilos de oro y plata van disponiendo cada hebra sobre la monda y lironda superficie. Cuando terminan esa nimia labor parece que llevan en el cráneo un código de barras.
Llega el momento, sin embargo, en que se acaba la materia prima hasta para esas laboriosas peinaduras. Llega la hora en que los cabellos son tan escasos que cada uno puede tener su propio nombre: “Me parece que Amadís creció un poco”. “Hoy sufrí la pérdida de Gamaliel”. Inútiles cuidados. Tarde o temprano queda la cabeza igual que bola de billar.
Vengan entonces todos los recursos de la farmacopea y la charlatanería. A mil y mil expedientes recurren los calvitos, a cual más esotérico: frotarse la cabeza con agua de gobernadora; embarrarse en el coco caca de vaca serenada (serenada la caca, no la vaca); sacar el mondo cráneo por la ventana y exponerla a los rayos de la luna llena (si hace surgir las mareas, con más razón podrá hacer que resurjan las débiles briznas del cabello).
Hace unos días salieron dos noticias, una buena y una mala. La buena es que se acaba de descubrir un nuevo medicamento que hace salir el pelo en cuestión de días. La mala es que tal medicina provoca la desaparición absoluta del apetito sexual. Puestos a escoger, estoy seguro de que muchos calvitos preferirán andar greñudos a andar calientes. Sin embargo también tengo la certidumbre de que sus esposas reprobarán esa elección, y los preferirán pelones, pero cachondos.
Si Dios me enviara el don de la calvicie −dicen que todo los calvos son muy viriles, y además inteligentes− yo ostentaría mi calva con altiva dignidad. No la ocultaría con pelucas parecidas a coleadores o estropajos: caminaría erguido y orgulloso, igual que aquellos grandes actores del ayer, Telly Savalas o Yul Brynner. Presentaría mi calvicie al mundo no como una carencia, sino como galana muestra de buen juicio y virilidad potente. Y en mi escudo pondría el siguiente mote:
“Dios hizo muy pocas cabezas perfectas. Todas las demás las cubrió con pelo”.