En este mundo salvaje
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No resulta sencillo que el ser humano busque, entre esa maraña de situaciones, algo que lo traslade hacia la felicidad, y pienso modestamente que uno de los vehículos es el matrimonio
La vida es difícil. Nadie en su sano juicio podría aventurarse a negarlo. Sin embargo, aquí nos tocó, en este tiempo que se ha dado en llamar moderno.
Enfrentamos diariamente desafíos que tienen igual impulso, aunque no siempre el mismo resultado ni condición, los cuales nos conducen a la toma de decisiones, y para los creyentes, acompañados de la divinidad que, al decir de Borges en su poema “Ajedrez”: “Dios mueve al jugador y este a la pieza”.
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No se trata de sobrevivir, sino de seguir buscando la ruta de la felicidad en las opulentas o sencillas metas que se traza el ser humano.
Fue aventarnos, así de pronto y sin notificaciones, a lo áspero del suelo de la vida y todas sus circunstancias.
Según la enseñanza de Ortega y Gasset, precisamente el ser humano, envuelto en sus circunstancias, se transforma y cambia su vida, ya que estas lo hacen más transitable.
Para Ortega, la vida humana está compuesta por dos elementos que se relacionan de manera dinámica e interdependiente: por un lado, un yo que reclama su ejecución y, por otro, una circunstancia en la cual este último se encuentra inmerso y donde debe realizarse. De ahí cobra sentido la famosa fórmula: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.
De esa manera, el hombre debe ocuparse de su propio ser, y para esto debe no sólo conocer, sino además asumir su circunstancia y ocuparse de aquello que lo envuelve.
Pero es más simple recurrir a sus palabras: “...el ser del hombre es siempre ‘un movimiento, un ir a ser, un echar de menos algo y movilizarse en su busca, pura y frenético anhelo’, el individuo se encuentra, entonces, siendo permanentemente algo distinto de lo que era y, por lo tanto, sin tener nunca un ‘sí mismo’ de manera definitiva. Por el contrario, irá conformando su trayectoria vital a partir de decidir a cada instante frente al repertorio de posibilidades que la circunstancia pone frente a él...”.
Y ya en este contexto, no resulta sencillo que el ser humano busque, entre esa maraña de situaciones, algo que lo traslade hacia la felicidad, y pienso modestamente que uno de los vehículos es el matrimonio.
Porque en esa característica de los humanos de buscar la compañía de otros para lograr cosas, qué cosa más maravillosa es aquella en la que dos seres se ven unidos por el amor y, bendecidos por la divinidad en la que ellos creen, forman una pareja que transita por la vida enfrentando cualquier reto y alcanzando sus metas juntos.
Para Kierkegaard: “el matrimonio es una escuela del carácter. En ese sentido hace madurar al alma, otorga un sentimiento de dignidad personal y también de pesada responsabilidad, que no se puede disipar porque uno ama de veras. Ennoblece todo el ser con el afán propio de la mujer; ese afán modela al esposo, porque la mujer es la conciencia del hombre. Vuelve armónicos los movimientos del marido, y este otorga a la vida apacible de la esposa fuerza y virtud”.
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Y lo creo de cierto en nuestra historia, ya que hace 37 años, al unirme a Issa, emprendimos precisamente ese camino que juntos hemos recorrido por entre las muchas vicisitudes, los muchos gozos y un balance positivo que nos hace valer la jornada unidos. Todo ello teniendo a Dios en el centro.
Quién pensaría que en aquella tarde de jueves de 1978 quedarían selladas dos vidas en el designio aquel que dicta: “matrimonio y mortaja del cielo bajan”.
Vuelvo a Ortega: “el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene... historia”. Gracias, Issa, por esta, nuestra historia.