Entre palabras y acciones

Opinión
/ 17 septiembre 2024
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Las fábulas han sido, desde tiempos antiguos, una invaluable fuente de aprendizaje. Desde mi infancia, he sentido fascinación por estos relatos breves, donde los protagonistas, animales con características humanas, transmiten valiosas enseñanzas. A través de historias que no solo entretienen, las fábulas buscan, en última instancia, educar mediante una moraleja clara y contundente.

En cada fábula, el desenlace ofrece una lección moral al recompensar o castigar a los personajes según sus virtudes o errores, generalmente reflejados en comportamientos imprudentes o sabios.

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Es un error común suponer que las fábulas están dirigidas exclusivamente al público infantil. Como lo afirma el renombrado estudioso Karl Vossler, este género literario está, en realidad, enfocado en un público adulto, capaz de disfrutar y reflexionar sobre los mensajes que encierran.

Entre los autores más destacados del género se encuentra Esopo, uno de los precursores más influyentes, quien vivió en el siglo VI a.C. Hoy comparto algunas de sus fábulas, cada una con su respectiva moraleja.

EL ÁGUILA, EL CUERVO Y EL PASTOR

“Lanzándose desde una cima, un águila arrebató a un corderito. La vio un cuervo y tratando de imitar al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento en el arte que sus garras se enredaron en la lana, y batiendo al máximo sus alas no logró soltarse. Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, y cortando las puntas de sus alas, se lo llevó a sus niños. Le preguntaron sus hijos acerca de qué clase de ave era aquella, y les dijo: para mí, sólo es un cuervo; pero él, se cree águila”.

Moraleja: No trates de imitar a otros sin conocer tus propias capacidades.

El cuervo, al intentar emular al águila sin tener la habilidad necesaria, termina en una situación desventajosa, enseñándonos que es importante ser consciente de nuestras propias limitaciones y fortalezas antes de tratar de hacer lo que otros hacen con éxito. En síntesis: zapatero a tus zapatos.

EL PERRO Y LA CARNE

“Junto a un río de manso curso y cristalinas aguas, caminaba cierto perro ladrón con un hermoso pedazo de carne entre los dientes. De pronto, se vio retratado en el agua. Y como viera que otro compañero suyo llevaba también en la boca un buen trozo de carne, quiso apoderarse de él. Soltó la carne, que desapareció en el río, y contempló, espantado, que se quedaba sin el bocado verdadero y sin el falso”.

Moraleja: La avaricia puede hacerte perder lo que ya tienes.

El perro, al intentar obtener más de lo que ya poseía, terminó perdiendo todo. Esta enseñanza nos recuerda que la codicia y el deseo de obtener siempre más pueden llevarnos a perder lo que verdaderamente es valioso. Cuidado con la codicia que provoca que se pierda lo propio por querer apoderarse de lo ajeno.

EL CUERVO Y LA CULEBRA

“Andaba un cuervo escaso de comida y vio en el prado a una culebra dormida al sol; cayó veloz sobre ella y la raptó. Mas la culebra, despertando de su sueño, se volvió y la mordió. El cuervo viéndose morir dijo: ¡Desdichado de mí, que encontré un tesoro pero a costa de mi vida!”.

Moraleja: Algunas ganancias vienen con un costo demasiado alto.

El cuervo, al obtener lo que creía ser un tesoro, pagó con su vida, enseñándonos que no todo lo que parece valioso merece ser perseguido, especialmente cuando los riesgos son demasiado grandes.

EL RUISEÑOR Y EL GAVILÁN

“Subido en un alto roble, un ruiseñor cantaba como de costumbre. Lo vio un gavilán hambriento, y lanzándose inmediatamente sobre él, lo apresó en sus garras.

“Seguro de su próxima muerte, el ruiseñor le rogó que le soltara, diciéndole que con sólo él no bastaría para llenar su vientre, y que si en verdad tenía hambre, debería de apresar a otros más grandes. El gavilán le repuso: necio sería si te oyera y dejara escapar la presa que tengo, por ir a buscar a la que ni siquiera he visto”.

Moraleja: Es insensato dejar lo seguro por algo incierto.

El gavilán, al aferrarse a la presa que ya tenía, muestra sabiduría al no arriesgarse por algo que podría no obtener. La lección nos enseña a valorar lo que ya poseemos en lugar de correr tras lo incierto, arriesgando perder lo que está en nuestras manos.

La fábula también encierra una paradoja interesante: mientras que el gavilán actúa con prudencia al no soltar lo seguro por lo incierto, es en lo desconocido donde se encuentran las oportunidades para la creatividad y la innovación. Aunque la moraleja destaca la importancia de valorar lo que ya tenemos, también podemos reflexionar sobre cómo, en ciertos contextos, explorar lo incierto puede abrirnos a nuevas posibilidades y soluciones inesperadas.

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La clave está en encontrar el equilibrio entre la prudencia y la audacia de aventurarse más allá de lo conocido.

EL MERCADER DE SAL Y EL ASNO

“Llevó un mercader a su asno a la costa para comprar sal. En el camino de regreso a su pueblo pasaban por un río, en el cual, en un hueco, su asno resbaló mojando su carga. Cuando se levantó sintió aliviado su peso considerablemente, pues bastante de la sal se había diluido. Retornó el mercader de nuevo a la costa y cargó más sal que la vez anterior. Cuando llegaron otra vez al río, el asno se tiró de propósito en el mismo hoyo en que había caído antes, y levantándose de nuevo con mucho menos peso, se enorgullecía triunfantemente de haber obtenido lo que buscó.

“Notó el comerciante el truco del asno, y por tercera vez regresó a la costa, donde esta vez compró una carga de esponjas en vez de sal. Y el asno, tratando de jugar de nuevo a lo mismo, se tiró en el hueco del río, pero esta vez las esponjas se llenaron de agua y aumentaron terriblemente su peso.

“Y así el truco le rebotó al asno, teniendo que cargar ahora en su espalda más del doble de peso”.

Moraleja: Quien intenta engañar repetidamente puede terminar perjudicándose a sí mismo.

El asno, al aprovecharse de la situación para evitar el esfuerzo, finalmente termina con una carga mucho más pesada. La enseñanza nos recuerda que, a largo plazo, la astucia mal empleada y los intentos de evadir responsabilidades pueden volverse en nuestra contra, aumentando las dificultades en lugar de resolverlas.

LA ZORRA Y EL LEÑADOR

“Una zorra estaba siendo perseguida por unos cazadores cuando llegó al sitio de un leñador y le suplicó que la escondiera. El hombre le aconsejó que ingresara a su cabaña. Casi de inmediato llegaron los cazadores, y le preguntaron al leñador si había visto a la zorra. El leñador, con la voz les dijo que no, pero con su mano disimuladamente señalaba la cabaña donde se había escondido. Los cazadores no comprendieron las señas de la mano y se confiaron únicamente en lo dicho con la palabra. La zorra al verlos marcharse, salió sin decir nada.

Le reprochó el leñador por qué a pesar de haberla salvado, no le daba las gracias, a lo que la zorra respondió: te hubiera dado las gracias si tus manos y tu boca hubieran dicho lo mismo”.

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Moraleja: La congruencia entre nuestras palabras y acciones es fundamental para la credibilidad.

La zorra destaca que el leñador no mostró coherencia entre lo que dijo verbalmente y lo que comunicó con su gesto. Esto nos enseña que para ser creíbles y dignos de confianza, nuestras acciones deben estar alineadas con nuestras palabras. La falta de congruencia puede llevar a malentendidos y falta de aprecio, incluso cuando la intención es positiva.

BUENO SERÍA

Las fábulas transmiten una moral común, atemporal y popular. Su contenido eminentemente social aborda la relación entre las personas y su entorno inmediato, ofreciendo propuestas que fortalecen el espíritu humano.

Las fábulas, a través de sus narrativas y moralejas, exploran cómo las acciones de los personajes suelen reflejar o contradecir sus palabras, y cómo esta relación influye en las enseñanzas que transmiten.

Sería beneficioso que en México se incorporara este recurso didáctico en el ámbito educativo para fomentar el juicio crítico y desarrollar una mayor conciencia ética no solo en niños y jóvenes, sino también en adultos.

cgutierrez_a@outlook.com

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