Fox y Calderón y sus políticas contra el narco

Opinión
/ 13 marzo 2024

Los dos presidentes panistas siguieron caminos opuestos en su política hacia los cárteles. Fox no se metió con ellos. Calderón les declaró la guerra. La sociedad paga los costos de ambos: el apático y el apasionado.

A Vicente Fox “no le interesaba meterse con los narcos” y tenía la ventaja de que “Washington no lo presionaba con ese tema”, dijo enfático Jorge G. Castañeda durante una larga entrevista. Rubén Aguilar Valenzuela −vocero del presidente entre 2004 y 2006− recordó, en conversación por separado, los bajos niveles de violencia: “iniciamos el sexenio con 11 homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes y lo dejamos en 8”.

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Esas fueron las razones para una pasividad que ignoró las nubes y el viento anunciando la borrasca. En Tamaulipas, el capo del Cártel del Golfo, Osiel Cárdenas, tenía ya en 1999 una guardia personal integrada por desertores de las fuerzas especiales mexicanas que al poco tiempo crearon el Grupo Zeta, organización que empezó una escalada militarista replicada por otras organizaciones criminales. Pudieron armarse hasta los dientes cuando en 2004 terminó la prohibición de vender rifles de asalto en Estados Unidos y las armerías se multiplicaron en la franja fronteriza. Asimismo, entre el 2000 y el 2001 Los Zeta llegaron a Michoacán para apropiarse de los puertos de Lázaro Cárdenas y Manzanillo.

El CISEN no detectó esos movimientos debido a que, por un lado, durante el sexenio de Miguel de la Madrid dejó de investigar al crimen organizado y, por otro, a que el presidente Fox lo castigó presupuestal y políticamente por haberlo espiado a él y a la señora Marta. Tampoco el Sistema de Inteligencia Militar (dependiente de la Sedena), creado en 1999, pudo o quiso informar al Presidente.

La desidia se transformó en sobresalto la noche del 6 de septiembre de 2006. Un comando de la Familia Michoacana llegó a una discoteca de Uruapan pregonando el arribo de la “justicia divina” y aventando cinco cabezas cercenadas a la pista de baile. Ese y otros incidentes llevaron al gobernador del estado, Lázaro Cárdenas Batel, a quejarse con el presidente electo de que el jefe del ejecutivo no le hacía caso. Le pidió ayuda a Calderón, sin solicitarle el envío de las Fuerzas Armadas. Lógicamente, Calderón fue con Fox a preguntarle sobre el caso Michoacán. La respuesta de Fox −y cito a Felipe Calderón− fue que “con el narcotráfico no había que meterse”, una frase terrible porque refleja la actitud de un buen número de gobernantes.

En diciembre de 2006, Calderón declaró una guerra porque, en opinión de Rubén Aguilar y Jorge Castañeda, quería legitimarse por la acusación de fraude electoral (El Narco: la Guerra Fallida, 2009). De ahí se desprende una discusión de fondo: ¿por qué fue tan abrupta la manera en la que Calderón envió al ejército a combatir a los narcotraficantes? Él ha insistido en que “es falso que yo me lancé a combatir al narcotráfico sin un diagnóstico”. Hay testigos de calidad que lo desmienten.

El general Luis Rodríguez Bucio demostró su rigor académico en la tesis de doctorado presentada ante el Centro de Estudios Superiores Navales en 2016. La columna vertebral del texto son las entrevistas que hizo a cuatro generales y tres almirantes que acompañaron a Calderón en el centro de mando durante todo el sexenio. Cuatro de ellos coinciden en que se fueron a la guerra sin saber en qué se estaban metiendo: “en la implementación de las primeras operaciones no tuvimos un diagnóstico completo de la situación a la que, como fuerzas armadas, nos íbamos a enfrentar”; “pudimos haber tomado unos meses para elaborar un diagnóstico lo más real posible de la situación”; “no hicimos un diagnóstico claro y confiable del mapa delictivo”; y, finalmente, “se minimizó o subvaloró el poder que habían adquirido los cárteles”.

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Fox y Calderón reconfirman el principal hallazgo de una investigación sobre las políticas de seguridad de siete presidentes entre 1982 y 2024. Tuvieron aciertos que comentaré más adelante, pero el balance final es negativo porque basaron sus decisiones en opiniones, ocurrencias y medias verdades. Los servicios de inteligencia no funcionaron como debían y el Congreso de la Unión fue un costoso florero.

Moraleja para año electoral: la seguridad es demasiado importante para dejarla en manos de una sola persona.

@sergioaguayo

Colaboró Adrián Fix

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