Frases huecas, y no una agenda mexicana, como estrategia Presidencial

Opinión
/ 17 julio 2025

Sheinbaum debería saber que faltar sistemáticamente a la verdad por conveniencia y para lograr el aplauso fácil no nos lleva a ningún lado

Conforme se multiplican los golpes al país y al gobierno procedentes de Estados Unidos me persigue una interrogante. La Presidenta responde a todos y cada uno de los palos dados de la misma manera. En sus mañaneras o en declaraciones durante sus giras, incansablemente repite cuatro o cinco expresiones que pueden provenir de dos orígenes. Primera posibilidad: ella cree sinceramente que sus repeticiones constituyen una verdadera respuesta y sirven para explicarle a la sociedad mexicana lo que sucede con el vecino del norte. Segunda opción: es producto de estudios demoscópicos, de olfato, de consejos de colaboradores. La superficialidad y ligereza de las cursilerías es plenamente reconocida por ella, pero siente que le funcionan.

“Coordinación, colaboración, pero no subordinación”, “Con pleno respeto a nuestra soberanía”, “México es un país independiente, libre y soberano”, “que presenten pruebas”, “cabeza fría y vamos a llegar a un acuerdo”. Estas son algunas respuestas constantes. Trátese del jitomate, del ganado, de Ovidio o su abogado, de los aranceles, del agua en la Cuenca del Río Bravo, de los drones, de las extradiciones, la migración, el comercio con China o de cualquier otro tema que involucre a Estados Unidos.

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Es evidente que, utilizadas de esta forma, las expresiones son completamente huecas. No encierran ninguna sustancia, carecen por completo de cualquier componente explicativo o didáctico, y como ya concluyó The Wall Street Journal, si se trata de una estrategia para contener a Trump, ya se agotó.

Sucede lo mismo con el fatigado razonamiento del balazo en el pie, ahora a propósito del jitomate. Por culpa del gobierno de Washington, a los americanos les va a resultar más caro su kétchup o su ensalada caprese, porque no tienen de dónde más importar jitomate.

No puedo descartar la primera hipótesis, a saber, la convicción sincera de Claudia Sheinbaum de que al decir todo esto, dice algo. Si se repite con suficiente frecuencia la cantaleta de la soberanía, termina ipso facto por ser cierta. Si se piden pruebas ante cada insinuación o acusación norteamericana, por lo menos los mexicanos aceptarán que las pruebas cuentan, y que los norteamericanos no las entregan. Si se incluye en cada mensaje el tríptico sobre la coordinación, la colaboración y la subordinación, como si fuera la consigna de “Patria o muerte. ¡Venceremos!”, se la va a aprender todo el mundo.

El problema con atribuir todo esto a una convicción presidencial honesta consiste en que realmente piense que la cabeza fría constituye una estrategia. En el mejor de los casos es constante, aunque con el abogado de Ovidio se calentó la dichosa cabeza. Se puede diferir de la opinión que muchos tenemos en el sentido de que lo ausente en todo esto ha sido, justamente, una agenda mexicana: ¿Qué quiere México de Estados Unidos? ¿En qué consiste el gran acuerdo? Preferible esa agenda, cualquiera que sea, en lugar de sólo responder a cada agresión o provocación norteamericana.

La otra alternativa es casi peor. Si gracias a encuestas y grupos de enfoque en Palacio concluyeron que la insistencia obsesiva en las palabritas mencionadas puede ser eficaz, aunque no sea cierta, nos encontramos ante una estrategia comunicacional −esa sí− envuelta en un gran cinismo. Sheinbaum no se dirige a una sociedad informada, politizada, con niveles educativos susceptibles de procesar argumentos abstractos. Apelar a su propensión por los dichos, los lugares comunes, las ideas simples o simplistas, resulta lamentable. Faltar sistemáticamente a la verdad por conveniencia y para lograr el aplauso fácil no nos lleva a ningún lado.

Excanciller de México

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