Intervencionismo y guerra, peligro en puerta

Opinión
/ 29 junio 2025

Una guerra entre Estados Unidos e Irán sería un conflicto no territorial, sino de un alto impacto global. Con repercusiones políticas, económicas, sociales, ambientales y, por supuesto, militares

La derecha norteamericana que representa Donald Trump tiene su soporte en el poder de las élites, el intervencionismo militar y la defensa de los valores tradicionales emanados de los llamados padres fundadores. Peter Steinfels (1979), uno de los grandes intelectuales neoconservadores, puso sobre la mesa la urgencia de un retorno a los valores tradicionales del pueblo norteamericano, como elemento esencial para la renovación del verdadero espíritu estadounidense.

Esta derecha radical es contraria al crecimiento de la nueva izquierda, de querer poner en alto y por encima de otras naciones lo que ellos consideran la superioridad de los valores institucionales y sociales estadounidenses. Le apuestan al agotamiento de las ideologías y, por supuesto, a la idea de la supremacía racial que encontramos constantemente en la narrativa de los discursos actuales. Su punta de lanza es el mercado y la no intervención del Estado en materia económica.

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Defiende el statu quo establecido: costumbres, prácticas, religiosidad, ciudadanos originarios, entre otros aspectos. El 66 por ciento de ellos practica el calvinismo puritano y, bajo la teoría del Destino Manifiesto, son el nuevo pueblo elegido por Dios, “el mejor país del mundo”, “con el mejor modelo de sociedad del mundo”. Ese es el backstage donde estamos parados en este momento. Con eso podemos entender el porqué de las acciones que el presidente Trump y su equipo realizan hacia dentro y fuera de Estados Unidos de América.

Lo que hemos visto en sus dos administraciones son las acciones del movimiento neoconservador, que se caracteriza por la animadversión a todo aquello que resulta amenazante –en su análisis y lectura– al modelo económico norteamericano. Se da, por tanto, una identificación esquizofrénica de un enemigo concreto y sus debilidades. En otro momento lo fue Vietnam, Irak, Rusia y China; de unas semanas hacia acá, se ha reactivado la violencia contra un antiguo enemigo, Irán.

No siempre fue así, entre 1948 y 1979 las cosas iban bien. Cuando se dio el retorno de la comunidad judía a la llamada tierra prometida, Irán fue uno de los pocos países musulmanes que reconoció al nuevo Estado de Israel. Aceptar a Israel era aceptar a los Estados Unidos. La situación comenzó a tensarse cuando ocurrió la Revolución Islámica, Irán se convirtió en una república islámica y declaró ilegítimo al “régimen sionista”, además de apoyar abiertamente a Palestina. Por supuesto, también dio un apoyo directo a los enemigos de Israel.

A partir de ahí, surge la enemistad con Estados Unidos. Se dan una serie de situaciones bélicas que desembocan en la primera década de los 2000, cuando Israel junto a Estados Unidos dañan centrifugadoras nucleares en Irán. En el año 2010, son acusados de asesinar a varios científicos nucleares iraníes. En 2020, el Mossad asesina al científico Mohsen Fakhrizadeh y se recrudece la situación. En 2021 atacan a milicias iraníes en Siria. En 2022 atacan barcos iraníes en el Golfo Pérsico y, como respuesta, Irán apoya a Hamas y a Hezbolá. En 2024, Israel vuelve a bombardear instalaciones nucleares de Irán, e Irán responde con misiles contra hospitales y bases militares. El asunto, en el tema internacional, radica en que lo que le hacen a Israel se lo hacen a Estados Unidos.

Lo de Trump con Irán, no es nuevo. En su primera administración (2017), apenas había llegado a la presidencia, fiel a su estilo beligerante y apoyado por el neoconservadurismo y su ideología, se retiró del acuerdo nuclear con Irán. En 2019, Irán derribó un dron estadounidense y, en represalia, Trump ordenó un ataque, el cual canceló en el último minuto. En el 2020 el presidente norteamericano ordena el asesinato del general iraní Qasem Soleimani en Bagdad. Irán responde con misiles contra bases de EU en Irak. Lo último que acabamos de vivir, este junio de 2025, fue el bombardeo conjunto de objetivos militares por parte de Israel y Estados Unidos, poniendo al mundo al borde de la guerra.

De ahí que lo que ahora nos preocupa y nos mantiene en estado de tensión e incertidumbre −por el discurso emotivo que maneja el actual presidente de los Estados Unidos− es el peligro que sentimos ante una eventual guerra, que si bien “ganaría de todas, todas” Estados Unidos –por los suministros y equipos de ataque, eminentemente superiores–, el riesgo de millones de muertes de seres humanos sería inminente.

Como decíamos, el conflicto no es nada nuevo, ha estado presente en otras administraciones, son décadas de desconfianza, choques ideológicos, sanciones del Consejo de las Naciones Unidas, asesinatos, guerras indirectas, sabotajes donde se tiene que evitar eso que para muchos es tan trivial: la guerra.

Muchos no saben de lo que hablan. Una guerra entre estas dos naciones sería un conflicto no territorial, sino de un alto impacto global. Con repercusiones políticas, económicas, sociales, ambientales y, por supuesto, militares. En la prospectiva, miles de muertos, crisis humanitaria, el petróleo en crisis y otras tantas cuestiones que surgirían a partir de como hoy todo se mueve a través de la digitalización, hablamos aquí de una crisis global. Lo más triste es que todo esto está en manos de dos personajes con una mentalidad radical y fundamentalista; radical por lo ideológico y fundamentalista por lo religioso.

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Ambos gobiernos y nosotros –que nos creemos ajenos a esta situación– debemos tener en cuenta algunos sinónimos del concepto “guerra”: conflicto, sufrimiento, destrucción, desplazados, miedo generalizado, heridos, muertes y, sobre todo, violencia por todas partes. Lo contrario es el diálogo, la negociación y la aplicación de los estándares de justicia y el derecho internacional.

En la lógica de la ideología norteamericana, el uso de tecnologías avanzadas −como drones, misiles, armas de destrucción masiva o ciberataques− sólo contempla la amenaza de la aniquilación y, en mucho, son herramientas que hacen posible el pensamiento del intervencionismo y la fidelidad a la ideología norteamericana neoconservadora. Urgen acuerdos entre las partes que establezcan marcos normativos que regulen la actuación de quienes permanentemente tienen en la guerra un modus vivendi y un modus operandi. Así las cosas.

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