Intranquilidad en el desorden
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Empieza el año vigésimo cuarto de este tercer milenio con brotes de violencia bélica (en Rusia y Ucrania, en Israel y Palestina, y ahora en Yemen en la represalia de varios países).
Es lo contrario de lo que definió Agustín, el santo de Hipona.
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Él escribió que la paz es la “tranquilidad en el orden”. Se sabe que tranquilidad es la ausencia de perturbación, de turbulencia, de desequilibrio, de inseguridad. Resulta de que todo está en orden. Hay justicia. Se da a cada quien lo que le corresponde. Hay serenidad, satisfacción. Se avanza sin desvío, ni interrupción, ni negligencia hacia lo que no se ha logrado. Se disfruta, se aprovecha y se agradece lo que se ha logrado. Se incorpora a los excluidos.
Puede darse la falsa paz de la “tranquilidad” en el desorden. Cuando nadie protesta por las injusticias, cuando se deja sin sanción al delito y nadie denuncia, cuando son atropellados los derechos humanos y no hay voces que los defiendan. Son paces baratas, falsificadas. No merecen ese nombre.
LA PAZ INTERIOR
Se da también, en una persona, la auténtica tranquilidad en el orden cuando los impulsos instintivos y las pasiones están sujetas a la voluntad. Cuando la voluntad está iluminada por la razón y la razón se deja iluminar por las verdades de la fe verdadera.
En esa paz interior, quien la ha alcanzado no deja que lo domine y lo gobierne ninguna sensación corporal. Tampoco se somete a ninguna emoción ni a ninguna ideación parásita que reprima su libertad y le impida obrar según su conciencia.
Las perturbaciones generadas por la violencia tienen, como raíz, la ira, el coraje que no quiere reflexionar ni dialogar sino solo matar y destruir. Cancela el diálogo y cae en la ruptura, la separación, la oposición y la agresión. Opta por la violencia, sin agotar antes los medios pacíficos.
Si los ciudadanos son justos y dan a cada quien lo que le corresponde es porque también lo hacen los que gobiernan y entonces, en un clima de paz, se restablece la confianza recíproca y se consigue la prosperidad generalizada.
MULTIPLICAR LOS CONFIABLES
Es tarea que empieza en las familias. El peor virus que puede contagiar a un hogar es el de la desconfianza recíproca. Los esposos no se ven ellos mismos como confiables. Los infecta lo falso, lo mentiroso, lo inconsistente, lo incongruente, Ya el hijo no le cree al papá y viceversa. Los hermanos, entre sí se hacen acusaciones de engañar, de hacer trampas, de ocultar lo indebido y fingir.
Es gran cosa confiar en los maestros y que los maestros no se sientan engañados por sus discípulos. Y así sucede en la empresa y en todos los niveles de gobierno.
En el terreno profesional. El paciente no le cree al médico, El feligrés no considera confiable a su guía espiritual. Las estadísticas denuncian las miles de operaciones caras innecesarias, los trámites enredados y las demoras de algunos en los tribunales y la cizaña que crece junto al trigo en las comunidades eclesiales.
Multiplicar a los confiables es urgente tarea de nuestra época para no respirar un ambiente de hostilidad hasta donde debiera encontrarse seguridad, admiración y ausencia de tantas medidas defensivas que ahora parecen necesarias.
APRECIAR EL PRECIO
Acaban de salir de una charla de superación personal. Estuvo interesante. Algunos se quitaban la chamarra al ver el brillo del sol.
”Quiero vivir plena y gozosamente” comentó Anselmo, que se había atado el suéter a la cintura. “No viniste a vivir sino a convivir”, le asegura Jerónimo quitándose la cachucha para recibir bien el sol. Mira, alguien me lo dijo y te lo repito: “Si alguno aprecia lo despreciable y desprecia lo apreciable, se aprecia que él mismo es depreciado”. “¿Por qué?”, interrumpe Anselmo. “Porque él mismo se ha despreciado”, responde su compañero, volteando hacia atrás. Saluda a dos chicas amigas que se les unen en conversación amigable...
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