‘La imagen de la llama de la vela’, de Cormac McCarthy
Hipnotizan las primeras líneas: “La llama de la vela y la imagen de la llama de la vela reflejada en el espejo de cuerpo entero...”.
Unas horas antes de esta lectura, conversando en el aula con los estudiantes de la materia de Periodismo, señalaba la conveniencia de buscar sinónimos cuando fuera necesario para dar brillantez a sus textos. Uno de ellos se había lamentado de caer, dijo, en el defecto de repetir mucho las palabras. Le dije: “Si es necesario, hay que buscar nuevas formas de expresión; pero puedes, conociéndote, lograr que el ‘defecto’ se vuelva ‘efecto’”, como nos instruían los maestros de redacción a nosotros.
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Y de pronto que me topo con esta línea magistral, una línea en la que la repetición de las palabras conduce a imágenes sensoriales espléndidas.
Una excelente manera de lograr magia con las palabras que, como decía Federico García Lorca, juntas “forman un misterio”.
Estas líneas son el inicio del libro “Todos los Hermosos Caballos” de Cormac McCarthy, escritor estadounidense fallecido la semana anterior. Un autor de sólida narrativa que es capaz de tratar con la mayor soltura momentos de enorme tensión, como de dibujar gotas de ternura derramadas por los personajes.
Me impresionó hondamente “La Carretera”, leída hace unos años. En ella encontré una enorme similitud con William Faulkner en el tono: atmósfera dolorosa, incluso asfixiante. Pero en medio de ellas se levantan los sentimientos más elevados del hombre. De espíritu grande.
Cuenta la historia de un hombre que viaja por una carretera, junto con su hijo. De ficción y postapocalíptica, se enfrentan a enemigos que los acechan, y uno de ellos dispara una flecha al padre. Cuando este se da cuenta de que va a morir, al niño le dice que siempre estará cerca suyo.
El padre coloca a su hijo, abandonado por la madre, antes que él mismo. El padre protector, proveedor de alimentos, frente al frío, en la desesperada carrera que hace con él en los hombros.
Pese a su ternura, al llegar a una casa, en donde hay un perro de peluche, no lo recoge para el chico: toma en cambio las dos cobijas que le servirán de abrigo. Pero más tarde, al ver una Coca-Cola, se la da al chico en un acto de amor dulcísimo. Hay una línea maravillosa que refiere que el uno para el otro son su mundo entero. La comunión de dos almas. Padre e hijo, un mundo entero el uno para el otro.
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McCarthy hace suceder los acontecimientos a través de este caminar y caminar a través de la carretera. ¡Cómo pasan las cosas en esta línea, cómo se van topando con las personas, cómo el miedo se apodera de ellos y al mismo tiempo también la luz y la alegría! En un momento el hombre está lavando al chico su cabello en el río. Y McCarthy se refiere a las ceremonias como algo importante. “Todo ello como en un antiguo ungimiento. Que así sea. Evoca las formas. Cuando no tengas nada más, inventa ceremonias e infúndeles de vida”.
Me entero de la muerte de McCarthy justo cuando estoy en la lectura de su libro “Todos los Hermosos Caballos”, y pienso en el amigo, Christian García, que justamente releía el suyo en español, luego de haberlo conseguido ambos en la reciente Feria del Libro en Arteaga. Y reflexiono: Qué mejor homenaje para un autor, ese legado de sus libros en sus lectores.
La flama de la vela se apagó, pero sigue la llama de la vela.