La Muerte en Venecia

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« Sea como fuere, lo cierto es que toda evolución es un destino».
La capacidad del ser humano para narrar, inventar o anunciar catástrofes ha demostrado azas maestría desde tiempos inmemoriales, razones hay de sobra, pues lo apocalíptico que pueden resultar algunas de ellas no es exagerado en tiempos donde la barbarie pone en jaque la propia existencia.
El género humano ha sido testigo desde la de la antigüedad de las más cruentas guerras, desastres naturales, plagas y pestes que –incluso- han arrasado con civilizaciones enteras. Los relatos sobre estas emergen de distintos frentes de la narrativa debido a que las características polisémicas de estas tragedias se traducen en maremotos emocionales donde cada cual corre por su propio venero.
Así es posible encontrar desde la crónica, hasta el cuento, pasando por las novelas y los mitos seminales. En todos ellos se han descrito episodios como Antígona de Sófocles, Diario del año de la peste de Daniel Defoe o El Decamerón de Boccaccio.
El último siglo no ha estado exento de hechos reales ni de fabulaciones que lleven al límite la satisfacción compartida por otras áreas circundantes al placer por vivir en el filo de la navaja como los deportes extremos o el turismo de riesgo, ejemplo de ello son La Peste de Albert Camus o El amor en los tiempos del Cólera de García Márquez, manos de Nobel.
Hace poco más de un lustro parecía descabellado pensar en la aparición de un virus ignoto con la capacidad de paralizar el planeta de la globalización al tiempo que mataba a un sinnúmero de personas sin la posibilidad de combatirlo de botepronto, sin embargo, ocurrió con alcances que aún no acaban de ser dimensionados.
Una de las obras más enigmáticas e involuntariamente emparentadas con la pandemia de COVID-19 es La Muerte en Venecia de Thomas Mann, haber leído esa narración en 2019 probablemente haya generado una percepción distinta que realizarlo un año después. Lo que pareciera un relato de fantasía con una atmosfera tan misteriosa como infecciosa recordaba en mayor medida a épocas pretéritas que a una obra de corte futurista.
Gustav von Aschenbach llega a Venecia en busca de paz y regocijo que le permitan ordenar sus pensamientos creativos para retomar lo que mejor sabe hacer, escribir. Una vez instalado frente al litoral italiano, la anhelada y efímera armonía se ve trastocada por la seductora presencia de un joven, cuya identidad permanece oculta para el escritor, quien se convierte en un acuciante admirador, permanentemente tentado a romper la barrera de la distancia.
Basta una mirada despistada del párvulo para provoca enormes turbulencias veniales en el fabulador que embarca en un intenso periplo a través de los canales, puentes y plazas de la ciudad con el objetivo de continuar admirando la belleza de aquel chico e intentar la misión más riesgosa para un tímido de su estirpe, acercarse y confirmar que no es correspondido.
A la par de este obsesionado acecho, una silenciosa (o silenciada) enfermedad avanza sobre la urbe, mientras las autoridades actúan bajo un pacto de silencio que tiene como objetivo no ahuyentar a los turistas por temor de arruinar la economía veneciana.
Optan por cambiar la narrativa de los hechos, ocultar información y llevar a cabo una estricta negación de la realidad, esperando que encubrirla modifique el mundo real y los visitantes no corran junto con su dinero hacia destinos donde la sanidad esté garantizada. En este escenario, Gustav tendrá que lidiar entre su delirio por un muchacho desconocido y ponerse a salvo de un peligro inminente.
La Muerte en Venecia es un libro reflexivo acerca la estética, la fantasía, la entelequia y los placeres prohibidos. Una historia con elementos que acaban por complementarse y explicarse entre sí: belleza, cultura, enfermedad y podredumbre. En este relato, sigilosamente biográfico, destaca la capacidad de resistir ante la decadencia y el valor necesario para enfrentar de manera estoica vorágines externas e internas al ser.
Si bien sabemos por Camus que el autor nunca es el personaje, pero que en la suma de ellos existe la posibilidad de encontrar al narrador que desaparece detrás del desfile, Mann descubrió en cada lector un secreto confesor que tiene ante sí el reto de sacar sus propias e incomodas conclusiones.