La tiranía de las masas

Opinión
/ 5 junio 2025

¿Es cinismo institucional, caradurismo político o acaso está siendo honesta porque todo salió de acuerdo al plan? Un plan que implicaba obtener apenas la votación mínima necesaria para que fuese mucho más fácil de controlar y dirigir

De nuevo con la elección del domingo: esta fue sólo la expresión caricaturesca de la muerte cerebral de la República, que en realidad dejó de responder a estímulos externos y entró en coma desde que el morenato doblegó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) para que quitara las últimas trabas legales a la reforma constitucional y así la elección de jueces, ministros y magistrados fuese arrastrada a la pista circense de la carpa electorera.

Fue en ese momento que dejamos de ser una nación democrática para convertirnos en víctimas cautivas de la llamada tiranía de las masas, o dictadura de las mayorías, como usted lo prefiera.

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No, no me lo estoy inventando, el concepto lo acuñó desde luego alguien con mejores credenciales y más prestigio que el mío:

De acuerdo con el teórico economista y filósofo (no podía ser perfecto), John Stuart Mill, el fenómeno de la tiranía de las masas se da cuando una mayoría persigue sus objetivos a costa de la opresión de los otros grupos minoritarios.

La elección del Poder Judicial sacrifica en realidad las libertades de todos, pero la amplia mayoría cuatroteísta, aunque no la votó, la consintió porque le ha permitido al partido oficial, sin restricciones ni reservas, la consecución de todos sus objetivos políticos por innobles que resulten o cuestionables que sean los métodos empleados para ello.

“Que hagan lo que quieran, con tal de que sea obra de la 4T y no del PRI o del PAN” (para los más convencidos)... “Con tal de que los beneficios sociales clientelares sigan chorreando” (para los que aplacan la conciencia con algo de comodidad).

Según Mill, hay dos condiciones palpables en la tiranía de las masas.

1) El centralismo radical, es decir, cuando hasta las decisiones más insignificantes son tomadas por una cúpula o un líder absoluto. (Los “acordeones del Bienestar” eran materialmente la instrucción directa, desde el Palacio Nacional −o desde La Chingada, en Chiapas− para cada ciudadano sobre por quién votar, en una elección tan incomprensible que ni su propio autor pudo prescindir de dicha guía). Desde luego, durante el priato, algo así habría sacado al guerrillero huevón que duerme plácidamente dentro de cada zurdo marxista trasnochado y becado, pero como esto es obra del Movimiento, no llega ni siquiera a lo anecdótico.

2) El abandono de la racionalidad, que específicamente podría darse cuando el gobierno persigue lo cuantitativo en lugar de la excelencia.

¿Recuerda cómo cada vez que este Gobierno se mete en un callejón sin salida, cada vez que se queda sin argumentos para escabullirse, alude a su popularidad como último bastión, como última defensa dialéctica?

-¡Oiga, es que la paz de la 4T ya costó más vidas inocentes que la guerra de Calderón!

-Sí, pero nos respalda el 80 por ciento de los mexicanos.

-¡Oiga, pero Teuchitlán!

-Nuestra popularidad está muy por encima de la oposición.

-Oiga, es que la colusión gobierno y crimen organizado es evidente.

-Treinta y seis millones de votantes dijeron “¡que siga la Transformación!”...

Y la elección del Poder Judicial fue, sin ir más lejos, otro ejemplo de cómo lo cuantitativo aplasta lo cualitativo, porque el dogma populista establece que la decisión tomada por una mayoría (como si de verdad hubiera sido tal el caso) y votada bajo el mismo acaloramiento de las contiendas entre partidos es necesariamente mejor que una decisión técnica tomada por especialistas con base en su conocimiento, porque ello habla de una élite y es, por tanto, algo corrupto por default (como si los que insisten en ello −Noroña y asociados− no formaran su propia élite).

Desafortunadamente −y aquí entra lo contradictorio−, la elección del domingo ni siquiera puede presumirse como masiva.

Hay varias explicaciones:

Es curioso que toda esa amplia mayoría que presumen tener, esos millones de cuyo respaldo se jactan cada vez que pueden o lo necesitan, no acudió a las urnas. Si tal apoyo y conexión del partido oficial con “el pueblo”, con la gente, con los electores, es orgánica y real, entonces los que repudiaron el ejercicio electoral con su inasistencia fueron los propios simpatizantes del obradorato (ya que los votantes de la oposición son una minoría que de tan compacta resulta irrelevante).

Entonces, al pueblo bueno y sabio no le llenó el ojo distraer su descanso dominical para ir a llenar una planilla de melate, cuyo premio era ver realizada la santa voluntad del camarada supremo, cosa que de cualquier manera ya estaba garantizada.

Otro escenario es que no haya sorpresa y que desde un inicio le hayan apostado a la votación más baja en décadas, escatimándole el presupuesto al Instituto responsable de la organización; negándole reiteradamente los plazos solicitados para intentar mejorar los defectos más alarmantes de un proyecto improvisado; haciéndola oscura, confusa, ininteligible para que provocara el repelús más lógico al intelecto.

Al final no podía ser de otra manera: una concurrencia raquítica de apenas el 13 por ciento, a la cual todavía hay que restarle un 21 por ciento de puras mentadas para la señora madre del ya citado Fernández Noroña (habría que hacerla ministra).

Aun así −no podía ser de otra manera−, la Presidenta con P insiste en que fue un éxito. ¿Es cinismo institucional, caradurismo político o acaso está siendo honesta porque todo salió de acuerdo al plan?

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Un plan que implicaba obtener apenas la votación mínima necesaria para que fuese mucho más fácil de controlar y dirigir.

¿Para qué hacer la roncha más grande persuadiendo a más electores de ir a votar, si ello sólo habría hecho necesario mandar a hacer más acordeones?

“¡No, con los poquitos que vayan, basta!”, se habrían dicho en la cúpula del poder.

Esos poquitos, sin embargo, ante la deserción casi absoluta, fueron la mayoría necesaria para avalar la farsa (en realidad no había nada que elegir) y para consolidar esa tiranía de masas que hoy oprime a propios y extraños por igual; a opositores y simpatizantes de la Transformación, aunque aún no se percaten.

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