Liz Taylor y nosotros

Opinión
/ 1 junio 2024

Tendría yo seis o siete años cuando vi en el Cinema Palacio la película “National Velvet” (en español “Fuego de juventud”) con Elizabeth Taylor, Mickey Rooney y ese gran actor de carácter, Donald Crisp. No mucho mayor que yo era Liz en ese tiempo: contaba 12 años.

Creció después. Las niñas -para su desgracia y para nuestra fortuna- siempre crecen. Se volvió una inquietante mujer cuya mirada lo pintaba todo de color violeta. Se casó con bastante asiduidad, más de seis veces, creo. Soy tan ingenuo –o tan otra cosa- que pienso que Liz se casó siempre por amor. No era como Zsa Zsa Gabor, quien decía: “Me caso siempre por dinero, y me divorcio por lo mismo”.

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En el Hollywood de los años cuarenta y cincuenta había mujeres malas, muy malas y malísimas. La peor de todas, dicen muchos que vivieron en esa época, era una periodista de nombre Hedda Hopper, actriz fracasada. Todos en el ambiente del cine le temían, y la cortejaban para salvarse de su malvada chismografía. Ignorante, pésima escritora, pero dueña de grandísimo poder, la venenosa mujer, que vivía en una lujosa residencia en Beverly Hills, solía decir que su casa la había construido el miedo.

Publicó un libro, “La verdad desnuda”. En él narró cómo trató de evitar que Elizabeth Taylor se casara con Michael Wilding, segundo esposo de la diva y padre de dos de sus hijos. Le dijo que el actor inglés era bastante mayor que ella, y homosexual además. Lo primero era cierto; en lo segundo la Hopper incurría en calumnia. No se cuidaba de comprobar lo que otros le decían, y lo publicaba sin más. En cierta ocasión, para burlarse de ella, alguien le informó con toda seriedad que Bette Davis tenía en su casa de Hollywood a Sigmund Freud, quien la asesoraría en un drama psicológico que la actriz iba iba a filmar. Publicó la noticia Hedda Hopper, sin saber que Freud había muerto hacía años.

Antes de publicar su libro la amargada mujer comentó en una cena que iba a narrar en él lo del homosexualismo del próximo marido de Liz Taylor. Dijo que Michael Wilding y Stewart Granger tenían relaciones homosexuales. “Sé lo que sucedió en la costa francesa –se jactó- en el yate que compraron los dos”. -Yo también lo sé porque estuve ahí –dijo David Niven, otro famoso actor-. Y como hubo varias mujeres en el yate es un milagro que la población de Francia no se haya duplicado. Si pones en tu libro esa mentira te meterás en problemas.

A pesar de la advertencia la Hopper publicó su calumnia. Wilding la demandó, lo mismo que al editor del libro, por tres millones de dólares. Llegaron a un arreglo, y el actor recibió un millón de dólares y una disculpa pública.

Hubo una vez un comida para cuatro ofrecida por Mike Todd, riquísimo empresario y productor, en su casa de Hollywood. Los invitados eran Liz Taylor, a quien por esos días Todd cortejaba, Eddie Fisher y su esposa Debbie Reynolds. El fanfarrón anfitrión les presumió a sus huéspedes que había hecho traer de Kansas City, en su avión privado, la carne que comerían, y que él mismo la iba a asar. Les mostró los filetes, y los dejó en el asador del jardín mientras se hacían las brasas. Fueron a la sala de juegos a tomar una copa. Cuando regresaron vieron a un zorro comiéndose la carne. Todd tuvo que pedir por teléfono comida china.

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Con los dos hombres que estuvieron ahí se casó Liz Taylor. Primero con Mike Todd, cuyo padrino fue Eddie Fisher. Cuando Todd se mató en un accidente de aviación –había bautizado a su avión con el nombre “Lucky Liz”- el padrino se encargó de consolar a la hermosísima viuda. Y tan bien la consoló que ésta se lo llevó a su cama. Se divorció el cantante de su esposa Debbie Reynolds, y fue uno más entre los numerosos maridos de la Taylor.

Liz nos acompañó desde los años primeros de nuestra infancia hasta la ya madura edad. Dios la tenga en su Santo Reino, en compañía de no sabemos cuál de sus esposos.

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