Lo que está pasando en el Reino Unido es impactante, pero no sorprendente
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Los disturbios se basan en la desinformación. Tras los asesinatos de Southport, los usuarios de X publicaron y compartieron afirmaciones falsas
Por Hibaq Farah, The New York Times.
LONDRES — Las escenas son impactantes.
Tras el asesinato de tres niñas en la ciudad de Southport, en el noroeste de Inglaterra, se han producido disturbios en todo el país. Aprovechando la desinformación sobre la identidad del sospechoso, los agitadores de extrema derecha se embarcaron en un ataque frenético: incendiaron coches, quemaron mezquitas, acosaron a musulmanes, saquearon tiendas y atacaron hoteles en los que se alojaban solicitantes de asilo. El primer fin de semana de agosto, se produjeron más de 50 protestas y casi 400 detenciones. En las semanas transcurridas desde entonces, se han presentado acusaciones en contra de cientos de agitadores y decenas fueron condenados.
El país está conmocionado. Pero, a pesar de lo tremendamente inverosímiles que son los acontecimientos, no deberían sorprendernos. La animadversión que apuntala los disturbios — el odio hacia los musulmanes y a los inmigrantes— ya se había manifestado desde hacía tiempo en la cultura política británica, sobre todo bajo el anterior gobierno conservador, cuyo compromiso fundamental era “detener los barcos” en los que llegaban los inmigrantes a las costas británicas.
Los extremistas de derecha, envalentonados por la decisión del gobierno de atacar a los inmigrantes, estaban esperando la oportunidad perfecta para salir a la calle. Y lo que es más importante, han encontrado cobijo en internet, donde las plataformas, con poca regulación y moderación, permiten la difusión de desinformación llena de odio que desata el frenesí. Han sido días inquietantes. Pero el caos se veía venir.
Los disturbios se basan en la desinformación. Tras los asesinatos de Southport, los usuarios de X publicaron y compartieron afirmaciones falsas, como que el presunto agresor era un solicitante de asilo que había llegado al Reino Unido en barco, cuando en realidad había nacido y crecido en Gales. En TikTok, los usuarios de extrema derecha hicieron transmisiones en directo y llamaron a protestar. Tuvieron un gran alcance. Gracias a lo mucho que la página “Para ti” de la plataforma puede adaptarse al contenido que consume cada usuario, no es difícil hacer llegar los videos a quienes ya han interactuado con contenidos de extrema derecha o que están en contra de la inmigración.
El aparato de montaje se extendió a los servicios de mensajería. En Telegram, los chats de grupos de extrema derecha compartieron listas de lugares de protesta; un mensaje incluía la frase “no dejarán de venir hasta que se lo digamos”. En chats de WhatsApp, había mensajes sobre salir a las calles y tomar “sedes importantes” de zonas de inmigrantes en Londres. Estos llamados a la acción fueron amplificados de inmediato por figuras de extrema derecha como Andrew Tate y Tommy Robinson, el fundador de la Liga de Defensa Inglesa, que recurrieron a X para difundir mentiras y fomentar el odio. Casi de inmediato, la gente salió a la calle a sembrar el caos.
La avalancha de falsas afirmaciones y lenguaje de odio no se pudo detener, incluso después de que las autoridades hicieron pública la información sobre la identidad del sospechoso. La legislación sobre seguridad en internet es ambigua y confusa. El año pasado, el gobierno conservador aprobó la Ley de seguridad en internet, cuyo cometido es proteger a los menores y obligar a las empresas de redes sociales a retirar los contenidos ilegales. Pero la ley no hace referencia clara a la desinformación.
En enero, se incluyeron nuevos delitos a la ley, como el de publicar “noticias falsas con la intención de ocasionar un perjuicio que no es trivial y otro tipo de abuso en internet”. Y, tras los disturbios, se dice que el gobierno laborista tiene previsto reforzar la ley. Sin duda, estas son buenas noticias. Pero la legislación todavía no entra en vigor y no está claro cómo se hará cumplir.
Sin embargo, el mayor problema es que la ley, en gran medida, depende de poder determinar que se actuó con intención, lo cual es muy difícil de lograr. Henry Parker, vicepresidente de asuntos corporativos de Logically, una organización británica que vigila la desinformación en internet, me dijo que se necesitan criterios mucho más claros sobre qué constituye intencionalidad y cómo puede castigarse. Este es un terreno delicado: es difícil encontrar el equilibrio adecuado entre la protección de la libertad de expresión y el control del discurso nocivo. Aun así, “es legítimo que el gobierno intervenga”, dijo Parker. “Igual que existe el derecho a la libertad de expresión, existe el derecho a que la gente tenga acceso a información veraz”.
En ausencia de una regulación o supervisión efectiva, las plataformas de redes sociales ocupan un lugar cada vez más central en la radicalización de los extremistas de derecha en el Reino Unido. Bajo la dirección de Elon Musk, X ha permitido a usuarios de extrema derecha, como Robinson, regresar a la plataforma. Desde que comenzaron los disturbios, el propio Musk ha agitado las cosas, afirmando que “la guerra civil es inevitable” y lanzando una extraña diatriba en una serie de publicaciones.
Pero el verdadero daño ha sido la forma en que ha permitido que prospere el contenido nocivo. “X como plataforma es en especial vulnerable a la desinformación masiva”, me dijo Imran Ahmed, fundador del Center for Countering Digital Hate, “porque en esencia se ha olvidado de hacer cumplir sus normas”. El resultado es un mundo virtual lleno de odio, mentiras y extremismo.
Por supuesto que el mundo virtual está conectado con el mundo real. Es evidente que los agitadores de extrema derecha en el Reino Unido se valen de los sentimientos generalizados de islamofobia, racismo y antinmigración. En respuesta a los disturbios, las figuras públicas han sido algo reticentes a llamar las cosas por su nombre. Como musulmana, pongo los ojos en blanco cada vez que en los medios de comunicación se discute si actos que sin duda son islamófobos —como atacar mezquitas o amenazar a mujeres que usan hiyabs —, en efecto, lo son. “Si no identificamos lo que está pasando”, me dijo Zarah Sultana, legisladora independiente, “¿cómo podemos responder a ello de la manera correcta?”.
El miércoles pasado, la gente contestó esa pregunta. En las ciudades más importantes de Inglaterra, miles de personas —25.000, según un cálculo— participaron en contraprotestas para desafiar a los alborotadores. La extrema derecha, disuadida de manera evidente, casi no salió a las calles. La movilización pacífica de los ciudadanos, reunidos en zonas multiétnicas frente a los centros de inmigración que al parecer estaban en la línea de ataque de la extrema derecha, fue una réplica adecuada al racismo violento. Junto con una respuesta policial ampliada y enérgicas acciones judiciales, sirvió para evitar nuevos disturbios.
El primer ministro Keir Starmer, además de prometer que “no cedería” en las acciones legales contra los agitadores, también prometió que procesaría a la gente por sus acciones en internet —y hay varias personas condenadas por incitar al odio racial. Pero parece que el gobierno puede hacer poco para que las propias plataformas de redes sociales asuman su responsabilidad. Estos disturbios, estallidos xenófobos acelerados por la tecnología, eran solo cuestión de tiempo. Lo verdaderamente aterrador es lo poco que podemos hacer para detenerlos. c.2024 The New York Times Company.