Los males de estos tiempos...
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Mucho se ha escrito sobre la soledad, es un asunto humano de larga data, pero hoy, en pleno siglo XXI parece ir a la alza. Y esta soledad a la que me refiero no es, ni por asomo, la que enriquece por dentro, sino todo lo contrario, se trata de la que empobrece al ser humano y lo margina de su natural conectividad con lo demás y sobre todo, CON los demás.
Algunos la conciben como la epidemia silenciosa del siglo XXI, y es algo que debiera alertarnos, porque le está comiendo el alma a muchos seres humanos. Hay una combinación infausta de factores que la siembran, entre ellos el individualismo que carcome la naturaleza gregaria, y por ende aísla, y la otra, la dependencia sin freno de las redes sociales, que no logran, ni por asomo, la conexión emocional profunda y auténtica que demanda un ser humano, para sentir la plenitud maravillosa de serlo.
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Es de no creerse, pero la industrialización, la urbanización y el aumento de expectativa de vida han coadyuvado al debilitamiento del sentido de pertenencia a la comunidad, y si a esto le suma la compulsión por el tener, aún a costa de la fragmentación del grupo primario, que es la familia, pues estamos aviados. La soledad interior se asocia con problemas de salud mental, como el estrés, la ansiedad y la depresión, y esto conlleva a una susceptibilidad mayor de padecer enfermedades cardiacas, a más de un deterioro significativo de nuestro sistema inmunológico y de ribete a un envejecimiento prematuro.
Una persona agobiada por esta insania no puede ser feliz, no puede mantener relaciones sociales significativas, levanta un cerco a su derredor y eso le provoca más soledad y aislamiento. Esto disminuye su calidad de vida, la insatisfacción se ensancha y va dejando de encontrarle sentido a su existencia. ¿A dónde vamos a ir a parar con esta epidemia que inhabilita a las personas a amar la vida, a disfrutarla, a sentirse plenas y en paz consigo mismas?
Los adolescentes, según los estudiosos del tema, tienden a sentirse solos, pero explican que a esa edad se experimentan sentimientos de una forma más intensa, y ese es el punto, que están más expuestos a algún tipo de daño físico o emocional. En mi generación, como no había Internet, ese estado de ánimo llevaba a quienes lo experimentaban a encerrarse y escuchar canciones tristes, y algunos recurrían a escribir en un diario lo que estaban pasando. En estos tiempos también se lloran las penas y se escribe sobre ellas, pero en el Facebook, en el Instagram... y es público.
Me puse a leer al respecto, porque me preocupa esta crisis de orfandad de muchos jóvenes. Me encontré con que quienes más amigos tienen en redes, son las que se sienten más solos. Es su manera de llenar el vacío interior, de enfrentar la realidad. Y me pregunto ¿sus padres no se dan cuenta de esto?, ¿no hay ese vínculo con ellos? Yo recuerdo que mi madre me conocía como a la palma de su mano, inmediatamente se percataba nomás con verme, si traía algo atravesado. ¿Qué sucede hoy? ¿Por qué esa lejanía? Y que no salgan con la excusa de que trabajan todo el día, para “explicar” su desaprensión. Cuán importante es el diálogo, la cercanía cotidiana, el abrazo, la ternura, el apapacho, el beso, la sonrisa... por Dios, todo lo que conlleva ser PERSONA. ¿Desde cuándo dieron todo esto por caducado?
Tenemos que recobrar la conciencia de lo que somos. ¿Cómo carajo nos desprendimos de ella? Mucha tecnología, avances científicos – y no estoy en contra de ellos – pero mandamos a paseo nuestra esencia primigenia, la que explica nuestra presencia sobre la faz de la tierra. La falta de convivencia directa con nuestra propia familia, con amigos, con compañeros de trabajo, son el signo deleznable de la sociedad contemporánea. Y nos regodeamos en ello, cada día avanza el aislamiento, decía Platón que solo los dioses y las bestias no necesitan de nadie, nosotros no somos ni lo uno ni lo otro. Hoy, la “realidad virtual” se encarga de “cubrir” el vacío de relaciones nacidas del amor o de la amistad. A que grado de ofuscación se ha descendido...
Tanto viejo abandonado a su suerte, aunque tengan hijos. No hay tiempo para ellos, las múltiples ocupaciones “explican” la lavada de manos a la Poncio Pilato. Ojalá que hagamos reconsideración de este actuar. Necesitamos buscar y fortalecer nuestras relaciones. Los padres jóvenes tienen el deber de amor de enseñar a sus hijos a ser generosos y solidarios, sobre todo con el ejemplo. Participar en actividades sociales, ser parte de grupos de ayuda para mejorar la vida de personas marginadas por la pobreza o por incapacidades físicas, es un camino para que desde niños aprendan a ser compartidos y sensibles a lo que ocurre a su derredor. Con ello cobras conciencia de tu humanidad, y no te ciegan ni la soberbia ni el materialismo. Y nunca, pero nunca, vas a ser presa de la soledad infecunda, la agobiante, esa que te doblega y te lastima. La soledad que se requiere para ordenar nuestros pensamientos, para reflexionar sobre nuestro hacer, para ordenarlo, es necesaria. Pero la otra no.
El ser humano es un ser social esencialmente, no lo perdamos de vista, aunque en este mundo de hoy, tan enfermo de superficialidad, se esté imponiendo a quien o quienes se lo permiten, la desgraciada idea de que todo es desechable. No es cierto. Nosotros somos seres de carne y hueso, dotados de inteligencia y de la capacidad preciosa de sentir, por eso donde mejor nos realizamos es en el seno de la sociedad, de la comunidad, es ahí donde nos encontramos con nuestros pares y descubrimos la maravilla de que son las sumas las que nos han permitido, a pesar de nuestras fallas y defectos, continuar naciendo, creciendo, permaneciendo a través de las generaciones que nos precedieron y de las que vendrán después de la nuestra. Aislados empequeñecemos. El asunto es que no se nos olvide.