Más allá de la velocidad, oportunidades para la movilidad urbana
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Las dinámicas urbanas obligan a quienes habitamos una ciudad a desplazarnos diariamente. Ya sea para asistir a la escuela o para el desarrollo de nuestro trabajo, para acudir a una cita médica o para adquirir lo necesario para la despensa, para realizar trámites o para actividades de esparcimiento, la movilidad es parte inherente de nuestra cotidianidad.
Hoy por hoy, la movilidad urbana se da a velocidades muy superiores a las que se daba hace un siglo. Las opciones de movilidad distintas a la peatonal estaban centradas en medios de tracción humana y animal, no siendo tan común la tracción motorizada, por lo que la velocidad era reducida. En la actualidad, la movilidad motorizada es la principal, lo que aumenta la velocidad de manera importante.
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Quienes se desplazan cotidianamente en automóvil particular logran una velocidad promedio en sus recorridos de 50 km/h. Las personas usuarias del transporte público de ruta pueden presentar una velocidad promedio de unos 30 km/h. Quienes se desplazan primordialmente en bicicleta pueden alcanzar una velocidad promedio de 10 km/h.
Las personas que transitan a pie tienen una velocidad promedio en sus recorridos de 4 km/h. Si contrastamos las velocidades promedio de las distintas opciones de desplazamiento probablemente lleguemos a la conclusión que la mejor manera de movernos es en automóvil particular; mayores distancias en menos tiempo sería el indicador lógico. Pero ¿realmente es la mejor manera?
Para responder a esta pregunta tendremos a su vez que preguntarnos cuáles son los resultados de los desplazamientos realizados en las distintas opciones disponibles; qué se busca y qué se obtiene en cada una de ellas. Reducir los recorridos urbanos a simples traslados entre puntos deja de lado la riqueza y complejidad que implica la movilidad urbana.
Pensemos en los desplazamientos en transporte público. Quienes hacen uso de las unidades de transporte público de ruta no requieren de adquirir un vehículo para desplazarse. De igual manera se ahorran los costos de mantenimiento mecánico de la unidad, la compra de combustible, sin mencionar que la persona usuaria dispone de la conducción de una tercera persona encargada de la circulación de dicha unidad a una velocidad un poco menor a la del automóvil particular.
Está también la opción de los desplazamientos en bicicleta. Quienes se trasladan en estos vehículos cuentan con una opción de una velocidad moderada ideal para distancias mayores a medio kilómetro. La movilidad ciclista presenta distintas ventajas, como la activación física de la persona usuaria, algo muy necesario en una época donde el sedentarismo es una constante que deriva en problemas cardiovasculares, la emisión cero de contaminantes por prescindir de motor o por usar motores eléctricos.
Otra de las interesantes ventajas de esta forma de movilidad es que su velocidad permite una mejor visualización del entorno, logrando un mayor detalle en la percepción de lo que existe en el trayecto recorrido. Así, es más viable que descubra puntos de interés que normalmente pasarían desapercibidos a una mayor velocidad, ayudándole a diversificar, entre otras, sus opciones de lugares de adquisición de bienes y servicios, lo que redunda también en un beneficio para pequeños negocios, fortaleciendo la economía local.
La otra forma de movilidad que abordaremos es la más básica de todas: la movilidad peatonal. Esta, a pesar de ser la que aporta los desplazamientos menos rápidos, genera la mayor posibilidad de interacción con quienes habitan y transitan por la zona, lo que es un activo de altísimo valor para la integración comunitaria.
La velocidad de estos recorridos permite intercambios verbales casuales con otras personas, lo que detona con el tiempo vínculos útiles para el fortalecimiento del tejido social. No debería extrañarnos que la convivencia en tiempos donde el uso del automóvil no era tan frecuente era bastante más activa y cercana que la actual.
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Claramente, cada opción presentará ventajas y desventajas con respecto a las demás. Es precisamente por ello que las ciudades deben transitar hacia la posibilidad de acceso y disfrute de las distintas opciones de movilidad. Depender de una sola o centrar en ella la inversión pública y las facilidades en infraestructura y operación resultará, a la larga, costoso desde distintas perspectivas.
Una ciudad que procura la diversificación de las opciones de desplazamiento urbano podrá aspirar a un futuro más sostenible y equitativo, un futuro posible.
jruiz@imaginemoscs.org