Mirador 11/12/2025
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El ropero catedralicio de doña Trinidad, con sus espejos de tres lunas, cuenta de la amorosa resignación de la señora ante los devaneos de su marido
En la alta noche hablan los muebles de la casona antigua en el Potrero de Ábrego. Tengo amistad con ellos y entiendo lo que dicen.
El ropero catedralicio de doña Trinidad, con sus espejos de tres lunas, cuenta de la amorosa resignación de la señora ante los devaneos de su marido. Ella no había podido tener hijos, pero recogió piadosamente a la media docena que el rijoso señor procreó en sus correrías por los ranchos vecinos, y los entregó a sus hermanas solteras de Saltillo a fin de que los criaran y les dieran educación. Decían esas señoritas para explicar la presencia de los niños en su casa: “Son travesuras de familia”. Y decía doña Trini: “No puedo quitarle a mi esposo lo que yo no le di”.
Pienso que el ropero no aprobaba la conducta de don Ignacio –tal era el nombre del esposo de doña Trinidad–, pues según me cuenta don Abundio, el viejo cuidador de la casona, los espejos del mueble no reflejaban al señor cuando se ponía frente a ellos.
Quién sabe...
¡Hasta mañana!...