Mirador 27/01/2025

Opinión
/ 27 enero 2025

Luego de la sabrosa cena doña Rosa da salida a una de las anécdotas, igualmente sabrosas, de don Abundio, su marido

El invierno, por más que quiere, no puede entrar a la cocina de la casa del Potrero. Lo detiene la leña que arde en el fogón, y lo detienen también el cálido té de menta o yerbanís que beben las mujeres y el recio mezcal de la Laguna de Sánchez que los hombres beben.

Luego de la sabrosa cena doña Rosa da salida a una de las anécdotas, igualmente sabrosas, de don Abundio, su marido.

-Le vendió una mula al compadre Donaciano. Al día siguiente Chano fue a devolvérsela.

-No me dijo usted que la mula está ciega.

-Perdone que no se la reciba, compadrito –le contestó Abundio–. El que me la vendió a mí tampoco me lo dijo.

Reímos todos, menos don Abundio. Masculla con enojo:

-Vieja habladora.

Doña Rosa figura con índice y pulgar el signo de la cruz, se lo lleva a los labios y jura:

-Por ésta.

¡Hasta mañana!...

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