Pechonalidad electrocutante

Opinión
/ 10 agosto 2025

Por: Azul Flores

De nuevo nos encontrábamos en ese patio casi abandonado. Todos los días venía a este lugar a fumar mota junto a mis amigos. Lo único que me quedaba. ¿De amigos o mota? Da igual. Nos drogábamos hasta que nuestro cuerpo ya no pudiera más para luego hacer estupideces bajo sus efectos. Empezamos a jugar con unas pinzas de cocodrilo, de ésas que se usan para pasar corriente.

—¿Qué pasaría si conectamos las pinzas a los piercings de Mauren y le pasamos corriente a un coche? —dijo Víctor, a quien aún no le pegaba el churro; pero Mauren no era idiota.

TE PUEDE INTERESAR: Esta sombra que ahora soy

—Pendejo, ¿y si mejor te conectamos las pinzas a ti en los pezones? —le contestó Mauren. Todos reímos por su respuesta, pero pronto nos dimos cuenta de que sería buena idea.

Tomé las pinzas a la par de Orlando mientras Mauren convencía a Víctor para divertirnos un rato, ya le estaba quitando la playera. Víctor seguía negándose, pero entre risas ambos lo tomaron por la fuerza mientras yo colocaba las pinzas en sus pezones. Él jadeó de dolor por la presión que le hacían a la vez que nos advertía que paráramos; pero, claro, al estar bien pinches mariguanos nos importaron poco sus advertencias.

Tomé el otro extremo de la línea con pinza para conectarla a la pila, pero decidí que sería más divertido ver qué pasaba si las conectaba al tomacorriente de la luz. Apenas puse ambos en contacto, Víctor empezó a sacar chispas y moverse de una forma rara, como si tratara de una caricatura. Enseguida, su pecho empezó a inflarse hasta tomar la forma de dos grandes sandías. Casi arrancándose los pezones, nuestro amigo se quitó las pinzas que conducían la electricidad y, al retirarlas, hubo una gran explosión de luces saliendo de su cuerpo. La explosión nos tumbó mandándonos al piso y formó una gran cortina de humo encima de él. Sin embargo, de aquella nube de vapor brotaron dos grandes láseres color verde radioactivo.

La neblina con olor a carne chamuscada se dispersó y nos percatamos que el origen de los rayos eran sus pezones. Le salían láseres que cortaban todo a su paso. Víctor notó el cambio en su cuerpo y empezó a gritarnos y culparnos por lo sucedido. Se movía de lado a lado, dirigiendo el fulgor con sus pechos a todas direcciones; había creado un mortal espectáculo de luces, provocando que corriéramos para escapar de ser cortados a la mitad.

—¿Qué chingados me hicieron? ¡Soy como Karely Ruiz, pero con unas tetas letales! —nos gritaba una y otra vez, mientras esquivábamos aquellas ráfagas de muerte.

De un momento a otro, Víctor tomó uno de sus pechos y apuntó hacia Mauren. Ella esquivó el disparo, no sin antes recibir un profundo corte en el brazo izquierdo. Horrorizados ante la escena, Orlando y yo tratamos de calmar a Víctor, mientras nos cubrimos tras un coche abandonado.

—Víctor, por favor cálmate. ¡Nunca quise que pasara esto, pero podemos arreglarlo juntos! —le grité saliendo del escondite, con la esperanza de que el compa se calmara.

Vi cómo se aproximaba lento y se postró enfrente, viéndome fijo a los ojos. No me pude mover y me quedé ahí tirada frente a él. Se inclinó un poco, quedando cara a cara. Sentía su respiración cálida golpeándome el rostro y cerré fuerte los ojos esperando mi irreversible destino.

Sin embargo, pude distinguir tras mis párpados que flamas de luces iluminaban el exterior. Abrí los ojos. De donde antes escapaban rayos asesinos ahora salían fuegos artificiales de distintos colores. Descubrimos que, cuando a Víctor se le pasa el efecto, los láseres dejan de ser mortíferos y se convierten en show de luces.

Desde esa tarde de otoño le prohibimos a Víctor el consumo de marihuana para evitar otro desastre. Incluso nosotros la dejamos por nuestro amigo y toca celebrar nuestro aniversario de sobriedad. Hoy también es otoño, sólo que dos años y una transición después.

—Y con ustedes, la piel más hermosa de esta noche, ¡con sus únicas e inigualables tetas láser! ¡Victoria! —dijo a grandes voces el host del table dance. Mi compa de porro, ahora Victoria, subió al escenario usando una peluca larga y desteñida; llevaba una minifalda con lentejuelas plateadas, unas botas largas y muy altas del mismo color. Sin embargo, su mayor atractivo estaba en la parte superior del atuendo. Arriba lucía un par de pezoneras de pico con unas tiras de brillos colgando de la punta.

Victoria se puso a bailar alrededor del tubo, colgándose de la barra y acariciando su cuerpo con sensualidad. Tomó las tiras de sus pezoneras y las retiró de golpe, comenzando el show de luces que provenía de sus senos. Orlando, Mauren y yo nos encontrábamos en primera fila, observando el performance de nuestro amigo mientras cientos de personas aplaudían sin cesar.

TE PUEDE INTERESAR: Carta a un cirujano plástico que me puso mal las de repuesto

Ella se acercó al filo de la pasarela para bailarle a un cliente, que estaba al lado de nosotros y ya iba algo borracho. El señor le agarró los pechos a Victoria y sus luces empezaron a parpadear. Lo que antes era un sano derroche de iluminación, se convirtió en aquellas ráfagas letales que nos intentaron asesinar hace dos años.

El láser cortó sin dificultad la cabeza de aquel borracho y otras cinco personas sentadas detrás de él. Rápidamente nos agachamos bajo el escenario para protegernos. Victoria se reincorporó sorprendida por lo ocurrido. Si se movía de lado a lado, cercenaba a las personas por la mitad como si fueran de mantequilla. El lugar estalló en gritos, hubo mucha sangre y gente corriendo por todos lados.

Victoria tomó las pezoneras de metal que tapaban su pirotecnia y se las colocó encima presionando duro para que se terminara la masacre. Notamos el cese al fuego y salimos debajo del refugio. El lugar estaba repleto de gente descuartizada, no quedaba nadie.

Miramos fijamente a Victoria, todavía en shock por lo sucedido. Sólo los meseros y el bartender empezaron a moverse poco a poco, unos escudándose todavía tras su charola y el otro, detrás de la barra. Como si fuera cosa de todas las noches. Luego, se pusieron a chambear limpiando destrozos y recogiendo los órganos sanguinolentos del mobiliario.

—¡Te dije que no fumaras de esa madre en el trabajo, Víctor! —gritó el gerente del negocio—. A ti no te da la pálida, te dan ganas de matar. No te mareas, sueltas chispas letales; no vomitas, tus arcadas son de muerte y se te escapan de las tetas. Última vez que te perdono una carnicería. A la próxima, te anexo con todo y chichis. Son grandiosas ganando dinero, pero si matas a los clientes me sales muy caro.

AZUL YULIANA FLORES LÓPEZ (Monclova, Coahuila, 2009). Cursa tercer semestre en la carrera de Técnicos en Servicios de Hospedaje en el CBTa No. 22, uniéndose al taller literario desde hace un año. Se interesó por la lectura desde temprana edad, pero no fue hasta primer año de secundaria que empezó a escribir para ella misma y en 2024 ganó el tercer lugar del VIII Concurso para Relatos de Terror organizado por el taller literario del plantel y su Tamalera. Su pasión por la lectura y el aprecio por el taller literario desde secundaria, la han llevado a debutar en VANGUARDIA con este relato. Es una entusiasta de los documentales sobre asesinos seriales, crímenes y películas de terror. Además, es una gran fanática del autor Stephen King y pretende seguir sus pasos para algún día ser tan reconocida como él.

Temas


Página Siete es una muestra del trabajo creativo de los equipos de Redacción, Ilustración y colaboradores de Vanguardia MX. Encuentra un nuevo texto cada semana.

COMENTARIOS