¿Vamo pa’ la playa o qué?
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Me doy cuenta de que estamos en esa época del año en la que la gente se vuelve más religiosa de lo habitual, pero no tanto por la fe, sino por la necesidad de justificar la ingesta desmedida de comida, en especial chocolate. Hablo de la Semana Santa, ese período en el que Jesús es el foco central, pero los huevos de chocolate son los verdaderos protagonistas.
¡Así es, estimados lectores, sean ustedes bienvenidos a nuestro cómico y casi ligeramente herético recorrido por los días festivos de la Semana Santa! Preparen su sentido del humor y sus convicciones religiosas, porque nos embarcaremos en un viaje lleno de sarcasmo, burlas y quién sabe, quizás alguna que otra revelación divina (o no tan divina).
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Pero vayamos por partes, como dijo el buen Jack el Destripador, porque aquí hay más chistes que en un monólogo de stand-up. Primero, para muchos, la Semana Santa es un momento de reflexión y penitencia, pero para otros, es simplemente una excusa para darse un atracón de dulces disfrazados de motivos religiosos. Y es que, ¿qué mejor manera de conmemorar la crucifixión y resurrección de Cristo que con un conejito de chocolate que pone huevos?
La verdad es que la Semana Santa es un festival de contradicciones. Por un lado, tienes procesiones solemnemente tristes, donde la gente llora y se lamenta por la muerte de Jesús, y por otro lado, tienes niños corriendo por ahí en busca de los huevos que un conejo mágico ha escondido en el jardín. ¿Será que Jesús resucitó para que pudiéramos tener una excusa para comer dulces en primavera?
Y no podemos olvidar los eventos que rodean la Semana Santa. Desde las representaciones de la Pasión de Cristo, donde algunos se toman tan en serio el papel de Jesús que hasta acaban resucitando en el bar más cercano después del espectáculo, hasta las competencias para ver quién lleva la mejor comida para atragantarse con la familia y amigos.
Pero en medio de todo este jolgorio, ¿dónde queda el verdadero significado de la Semana Santa? ¿Dónde está la reflexión sobre el sacrificio de Jesús y su mensaje de amor y perdón? Tal vez esté enterrado bajo toneladas de azúcar y cacao, o tal vez simplemente se haya perdido entre las risas y las bromas de aquellos que ven estas festividades como una oportunidad para el exceso.
No es así, queridos lectores, todo el verdadero significado de estas fechas se resume simplemente en dos, dos días. Me refiero a esos dos gloriosos y muy bendecidos días libres. Hablo de ese famoso Jueves “Santo” y Viernes de “Peca y Come”.
Estos días festivos son gloriosos momentos en los que, como humanidad, nos unimos en la celebración... o al menos eso intentamos. Pero, ¿qué pasa cuando los días festivos caen en jueves y viernes? ¿Es una bendición o una maldición disfrazada de fin de semana largo? Siempre me he preguntado eso.
Todo comienza con la promesa de un glorioso fin de semana largo. “¡Oh, Jueves Santo! ¡Viernes Santo! ¡Al fin, el tiempo para descansar y reflexionar!”, exclamamos todos en un coro de júbilo y anticipación. Las maletas se empacan, los planes de viaje se trazan y las expectativas se elevan al cielo... pero, ¿espera? ¿Qué es eso? ¿No ibas a “reflexionar”?
Comencemos nuestra travesía con el Jueves Santo, el día de los milagros, o eso dicen. El Jueves Santo, para muchas personas, es el día en que intentan conseguir una tarde libre para prepararse espiritualmente. Sin embargo, para otros, es simplemente un jueves inoportuno que les impide disfrutar plenamente del fin de semana. “¿Qué hago hoy? ¿Trabajo medio día? ¿Me tomo la tarde libre? ¿O simplemente me siento en mi escritorio con cara de santo hasta que me liberen?”, se preguntan mientras tratan de justificar su ausencia.
Ese día, la gente corre a la iglesia más rápido que a un buffet libre. ¿Por qué? Porque es la oportunidad de sacarle brillo a su mejor atuendo y demostrar cuán religiosos pueden ser durante una hora. ¡Ah, la hipocresía humana en su máxima expresión!
Aquí los pecados se lavan más rápido que un ciclo exprés en una lavadora. Desde la mañana temprano, las calles están llenas de fieles marchando hacia la iglesia como si fuera un desfile de moda eclesiástica. Pero, ¿qué sucede después? Pues, muchos se apresuran a olvidar todo lo que han escuchado en el sermón mientras devoran un buen plato de mariscos, porque, ¿qué mejor manera de honrar la crucifixión de Cristo que con una buena dosis de camarones al mojo de ajo?
Pero no nos detengamos ahí, porque la verdadera pesadilla apenas comienza: el Viernes Santo, el día de la dieta de la conciencia (o no), donde todos se vuelven expertos en ayuno repentino. Es como un día de spa para el alma, donde uno se abstiene de carne como si fuera el enemigo número uno, pero ¡oh, vaya sorpresa!, sí se pueden comer diez kilos de chocolate después. ¡Claro que sí! ¿Para qué coño se necesita la coherencia cuando hay una excusa para dejar de lado la carne y abrazar el dulce camino hacia la felicidad?
Según la tradición, debemos sumergirnos en la reflexión sobre el sacrificio supremo, pero también nos damos cuenta de que hemos desperdiciado la mitad de nuestro fin de semana largo. “¡Es un día santo! ¡No deberíamos trabajar!”, gritan algunos, mientras otros aprovechan la oportunidad para tomar el día libre y escapar a destinos paradisíacos.
Y es que mientras algunos se mortifican con el ayuno, otros aprovechan para organizar “reuniones” clandestinas en el patio trasero, donde la carne asada se convierte en la protagonista principal. ¡Qué paradoja! Celebrar la muerte de Cristo con una buena ración de cortes finos en el asador, ¿por qué no?
Entonces, ¿qué sucede realmente en este fin de semana confuso? ¿Es una oportunidad para la reflexión espiritual o simplemente una excusa para tomarse un descanso? ¿Son estos días realmente santos o simplemente una molestia en el calendario? Aquí es donde la comedia se vuelve un poco más profunda.
Detrás de las risas y las bromas, yace una verdad incómoda: la falta de coherencia en la manera en que tratamos estos días festivos refleja nuestra desconexión con lo que realmente significan. Nos aferramos a ellos como oportunidades para el ocio, pero rara vez nos sumergimos en su significado más profundo.
Quizás, en medio de nuestras risas y sarcasmos, deberíamos tomarnos un momento para reflexionar sobre lo que realmente estamos celebrando. ¿Es solo un fin de semana largo o hay algo más significativo en juego? ¿No es irónico cómo transformamos días que deberían ser de reflexión espiritual en festines gastronómicos y excusas para vestirnos bien?
Quizás deberíamos tomarnos un momento para recordar el verdadero significado de estos días. No se trata solo de seguir tradiciones por inercia, la Semana Santa debe ser un momento para reflexionar, no se trata solo de huevos de chocolate, procesiones y comida, sino de amor, perdón y esperanza.
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Debe ser una oportunidad para la diversión y el disfrute, pero también un momento para recordar los valores más profundos de la fe y la humanidad, y debemos aprovecharla para reflexionar sobre nuestras acciones y creencias y cómo podemos ser mejores seres humanos en este mundo, y quién sabe, quizás encontrar un poco de paz en medio de la locura del mundo moderno.
Y de esta manera, tal vez, solo tal vez, podamos encontrar la verdadera esencia de estas fechas y así, darles el respeto y la atención que merecen. O, quién sabe, simplemente para disfrutar de unos días libres y rellenar el álbum de fotos con selfies en la playa. Pero como siempre, esta es solamente mí siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?
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