Y empezaron las posadas... y el ridículo
Usted decidirá si pasa este desmadre como un espectador amargado o como alguien que entiende que estos momentos no regresan
Dicen que la Navidad es época de paz, amor y esperanza, pero en realidad es la temporada donde uno se convierte en una mezcla rara entre duende alcohólico, santo patrono del recalentado y filósofo barato que se inspira después de cinco ponches con piquete; Arjona se queda pendejo. Porque ya comenzaron las posadas y, como buena tradición mexicana, estamos listos para repetir el mismo ciclo de todos los años: exceso, arrepentimiento, promesas idiotas y volver a cagarla.
Uno llega a la posada diciendo que “nomás una”. Esa frase es como cuando el político dice “no robar, no mentir, no traicionar”: pura decoración para quedar bien. Porque todos sabemos que “nomás una” significa que en tres horas estaremos cantando villancicos que ni nos sabemos, abrazando gente que ni nos cae bien, sacándonos fotos que después vamos a negar y, lo peor, diciendo “yo manejo, no estoy tan mal” con la pupila dilatada como foco de ferretería china.
TE PUEDE INTERESAR: Vallenato: Crónica de un sufrimiento con ritmo
Y ya empezó, ¿eh? Apenas escuchamos el sonidito de los buñuelos friéndose y el olor a canela del ponche, y ya estamos sirviéndonos el tequila como si hubiéramos descubierto la cura del cáncer. El espíritu navideño le entra por la nariz y le sale por la garganta. Puro aguante, eso sí.
En las posadas pasa algo mágico: la gente que nunca vemos se vuelve nuestra familia, y la familia que siempre vemos se vuelve la que más queremos evitar. Ahí andamos, saludando a fulanita de tal que no reconocemos, pero que nos dice “ay, cómo has crecido”, como si fuera nuestra tía perdida. Y por educación, sonreímos mientras nuestro cerebro grita “¿quién chingados es esta señora?”.
Mientras tanto, los niños andan partiéndose su madre por la piñata, y nosotros, como adultos responsables, en lugar de cuidarlos, nomás estamos esperando que uno suelte el palo para aprovechar y robarse los cacahuates con cáscara. No se haga, uno nunca deja de ser niño cuando se trata de chingaderas gratis.
Luego viene el intercambio. Otra tradición bellísima donde demostramos que somos expertos en recibir regalos culeros con una sonrisa hipócrita. Uno lleva algo decente, mínimo de 150 pesos “como decía el grupo”. Pero claro, siempre sale el cabrón que lleva un tupper usado, una taza que dice “Feliz Día de las Madres”, o peor: un pinche jabón aromático en forma de piña. Y nosotros, con esa sonrisa que duele más que una mentada de madre, decimos: “¡Ay, gracias, está bien bonito!”. ¡Mentira! Pensamos: “Ojalá te tropieces, cabrón”.
Pero ahí no acaba. No, señor. Porque si algo caracteriza las posadas es el exceso de confianza. Ese exceso que nos hace decir estupideces. Ese exceso que nos convierte en filósofos de cantina. Ese exceso hace que creamos que cantar “El burrito sabanero” a las 2:00 de la mañana es buena idea. Porque borrachos, creemos que somos afinados. Y no, cantamos como si nos estuvieran metiendo un duende navideño por el fundillo.
Y luego está la comida. Ah, la comida. Llegamos diciendo que estamos a dieta, que queremos cerrar el año “más saludable”, que estamos cuidando la figura. ¡Ajá! Pero tantito nos ponen enfrente el pozole, los tamales, los buñuelos, la ensalada de manzana sospechosa, los rollos de jamón con queso crema y pasas que nadie sabe por qué existen, pero ahí están cada maldita Navidad y nos transformamos en excavadora industrial. Como si en enero no fuéramos a lamentar todo esto frente al espejo diciendo “qué hice, Dios mío”.
Y para rematar, siempre llega el espíritu chismoso. A mitad de la celebración, uno ya está analizando vidas ajenas como si fuera juez supremo del INE. Que si la fulanita ya regresó con el ex, que si el primo trae novia nueva, que si el vecino se endeuda cada Navidad... y ahí andamos, opinando sin que nos pidan nada. Pero no se preocupe, no es culpa de nadie: en Navidad el veneno fluye mejor que el ponche.
La verdad es que las posadas no son fiestas: son pruebas de resistencia emocional, física y moral. Y aunque digamos que ya no queremos ir, que nos harta, que es cansado... ahí vamos. Como buen mexicano: sufriendo, pero asistiendo.
Pero mire, entre tanta pendejada, risa, borrachera, piñata, drama, villancico desafinado y buñuelo grasoso, hay algo que ni usted ni yo vemos, pero siempre está ahí: la oportunidad de vivir.
TE PUEDE INTERESAR: Saltillo: Festivales y posadas en escuelas adelantan la cuesta de enero
Sí, viva. Porque la vida pasa rápido. Hoy está en una posada quejándose de la música y del frío; mañana quién sabe. Y al final, estas fiestas, con toda su ridiculez, son un recordatorio cabrón de algo que usted olvida: la gente que tiene alrededor, aunque a veces lo saque de quicio, es lo que sostiene su mundo.
La vida no se celebra cuando “todo esté perfecto”. Se celebra ahorita, entre caos, ruido, chistes pendejos, abrazos incómodos y comida que engorda.
Así que sí: ya empezaron las posadas. Y usted decidirá si pasa este desmadre como un espectador amargado o como alguien que entiende que estos momentos no regresan.
Porque al final del año, la pregunta no es cuántos tamales se tragó, ni cuántas veces hizo el ridículo... Sino cuántas veces se permitió estar presente.
Y si va a brindar, que sea por eso: por seguir aquí, por seguir cagándola, por seguir riéndose... y por seguir teniendo gente con quien repetir estas pendejadas cada diciembre. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?
Instagram: entreloscuchillos
Facebook: entreloscuchillosdanielroblesmota
Correo electrónico: entreloscuchillos@gmail.com