Cuando Kassandra habla lo hace en un idioma “universal”. Sus palabras tiene sentido, aunque la pronunciación sea “deficiente” o la sintáxis equivocada, el inglés es el idioma con el que espera que su mensaje llegue al mundo.
Pero esta princesa troyana sobre la que escribió Homero —y muy pocos después que él—, es más que la hija de Priamo. Como creación del dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco, ella es una mujer trans, migrante, que ha tenido que soportar mucho con tal de sobrevivir y que lo sigue haciendo por ella y por sus hermanas, aunque muchos sigan sin creer sus palabras.
Con un giro sobre el mito griego, el monólogo “Kassandra” se presentó en el Centro Cultural la Besana este fin de semana, entregando sus luces y sus sombras gracias al trabajo de la compañía Identidades Teatro, de Monterrey, Nuevo León.
Con la dirección e interpretación de Abraham S. Tornero, así como la producción de Eduardo Dena, esta obra llegó a la ciudad gracias al apoyo de la convocatoria Puestas en Escena Conarte 2023.
La oscuridad reina en los primeros momentos de la puesta, donde Kassandra narra su vida en Troya, su amor prohibido por su hermano Héctor, hasta la catastrófica guerra provocada por su otro hermano, Paris, que la obligó a ella y al resto de su familia a buscar un nuevo hogar detrás de las líneas enemigas.
Ella está desnuda en estas escenas, pero su cuerpo es cubierto por la penumbra, mientras se da baños con una cubeta y un bote, limpiándose frente a la audiencia. El trabajo de iluminación, diseñado por Dena, entrega al público este desnudo con respeto y maestría, sin la carga de violencia e incomodidad que propuestas similares en otros montajes presentan.
La luz permanece como un elemento de soporte muy importante incluso cuando pasa a una “época más moderna” y el escenario que aluzado por completo. Aquí Kassandra ya está vestida, con ropa cómoda, deportiva, y habla de su presente, de su gusto por Bugs Bunny, Abba y el Manchester United. Los comentarios y guiños a los mitos griegos de la primera parte son relevados por descripciones con mucho humor sobre sus encuentros con hombres y su personalidad tan pop.
Pero las risas no esconden el objetivo. El autor y la dirección saben que no es necesario apuntar al porqué de hacer contemporáneo un mito clásico, incluso uno tan obscuro como el de ella, pues el mensaje llegará a quien esté dispuesto a escuchar.
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Porque la vida de Kassandra es muy similar a la de otras mujeres trans y personas del colectivo LGBTQI+, así como a las de migrantes y personas marginadas en general, que se ven en la necesidad de aceptar violaciones a su integridad a cambio de una oportunidad.
Aún así, ella construye un altar a la fe y la esperanza, con ayuda de algunos miembros del público, antes de salir de escena y regresar para bañar de dorado una lengua de vaca, en un sutil desafío a la práctica griega de no mostrar la violencia extrema de las tragedias en escena, para luego tomar asiento en una mesa detrás del altar, donde firmará autógrafos a quienes deseen conocer su fantasma y tal vez, demostrarle que sí escucharon y que sí le creen.