No todo lo que piensas es verdad (aunque lo sientas real)
Nuestros pensamientos pueden activar emociones intensas incluso cuando no reflejan la realidad.
¿Sabías que el cerebro no distingue entre lo que realmente sucede y lo que solo imaginas que sucede? Cuando interpreta —aunque sea a partir de una idea o una suposición— que existe una amenaza, activa su sistema de supervivencia y reacciona como si el peligro fuera real.
Existe una parte del cerebro llamada amígdala, que yo siempre imagino como Plankton de Bob Esponja. Tiene el tamaño de una almendra y se encarga de detectar amenazas. Cuando se activa, surgen emociones como el enojo, la frustración, la tristeza o la ansiedad. Estas emociones se conocen como emociones adaptativas, porque nos ayudan a reaccionar ante lo que el cerebro percibe como peligro, aunque ese peligro no siempre exista fuera de nuestra mente.
Por eso, la higiene de nuestros pensamientos es fundamental. El problema es que no tenemos control absoluto sobre todo lo que pensamos. Muchos pensamientos son automáticos y están ligados a hábitos profundamente arraigados. Vivimos gran parte de la vida en automático: manejamos sin darnos cuenta del trayecto, reaccionamos sin reflexionar, nos lavamos los dientes sin estar presentes. Vivimos sin observar cómo vivimos, y eso limita nuestra libertad para elegir qué pensar y, en consecuencia, cómo sentirnos.
En ese estado aparecen pensamientos irracionales como: no soy suficiente, todos me juzgan, solo digo tonterías, la gente no me quiere, a mí siempre me rechazan. También fabricamos conflictos que no existen o desarrollamos certezas erróneas, como creer firmemente que “mi jefe está en mi contra” o que “soy muy desordenado”, cuando la realidad es más compleja. Tomamos algunas evidencias, las usamos para confirmar lo que creemos y descartamos el resto. A esto se le llama sesgo de confirmación.
El problema surge cuando estas creencias debilitan nuestra autoestima. Entonces comenzamos a sentir, comportarnos y vivir obedeciendo ideas que no necesariamente son verdad. Imagina lo que podríamos lograr si, al comprender el impacto de nuestros pensamientos en nuestra felicidad, entrenáramos la conciencia para elegir hacia dónde dirigir nuestra atención. Podríamos favorecer emociones como la alegría, la esperanza, la paz, el disfrute y el amor, sin negar las emociones incómodas, pero aprendiendo a convivir mejor con ellas.
Por eso vale la pena cuestionar la vida en automático y empezar a luchar por una vida más consciente y presente.
¿Pero cómo hacerlo?
Aquí van algunos ejercicios sencillos para romper hábitos automáticos. Elige al menos tres y practícalos de forma consciente durante un mes, como si entrenaras a tu cerebro.
Cada mañana, repite tres afirmaciones positivas o define tres intenciones para tu día. Por la noche, reconoce tres cosas de las que te sientas orgulloso, tres que agradezcas y tres que te perdones.
Además, puedes incorporar pequeñas acciones cotidianas: hacer tres respiraciones conscientes antes de manejar, lavarte los dientes o comer con la mano menos dominante, leer o caminar en silencio durante veinte minutos, escribir para vaciar la mente al despertar o realizar una breve meditación antes de dormir.
Con el tiempo, comenzarás a construir redes neuronales más sanas, que aparecerán justo cuando más las necesites. Porque recuerda: no todo lo que piensas es verdad... y somos un todavía.
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