El Rancho de Peña: el territorio que dio origen al Saltillo moderno
La expansión urbana transformó una hacienda autosuficiente en colonias, bulevares y centros comerciales, sin borrar del todo su memoria
En la geografía emocional y urbana de la ciudad existen dos Saltillos: el del sur, cuna histórica de la fundación con viejas casonas en calles estrechas y serpenteantes, y el del norte, hoy convertido en una zona de colonias residenciales, bulevares amplios, centros y plazas comerciales. Sin embargo, bajo las calles y fraccionamientos del Saltillo moderno se oculta la historia de una antigua propiedad: el Rancho de Peña, uno de los latifundios familiares más significativos de la región.
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Este relato surgió tras una agradable conversación que se prolongó por varias horas. La anfitriona fue Ana María del Refugio González Rodríguez, descendiente directa de la familia De la Peña y autora del estudio genealógico De la Peña: Nuestras Raíces.
El trabajo fue realizado junto a Praxedis Francke Ramírez, con la colaboración de la profesora Mercedes de la Peña Ayala, la investigación de la profesora Socorro Peña Vda. de Dávila y la digitalización de fotografías y documentos a cargo del Ing. Alfonso de Jesús González González.
Ana María nos recibió en su hogar, donde amablemente sacó fotografías, papeles, álbumes y recortes de periódicos para mostrarnos la historia enorme de la familia De la Peña y el rancho que dio origen al Saltillo moderno.
La historia del Rancho de Peña comienza mucho antes de su fundación formal, con las raíces de una familia que llegó al norte de la Nueva España buscando oportunidades.
El libro de genealogía menciona cientos, me atrevo a decir, miles, de parientes, donde destacan personajes como Beatriz de las Ruelas Navarro, esposa del comerciante Santos Rojo, uno de los fundadores de Saltillo. De igual forma, traza los orígenes y la evolución del Rancho de Peña.
CONSOLIDACIÓN DEL PATRIMONIO
A principios del siglo XIX, José Ignacio Pablo de la Peña Fuentes emergió como la figura central de la familia. Con una visión aguda de expansión, Pablo transformó las propiedades dispersas de sus ancestros y consolidó una extensión de tierra que hoy abarca buena parte del norte de la ciudad.
Entre 1857 y 1865, José Ignacio Pablo de la Peña protagonizó una campaña impresionante de adquisiciones. Los documentos del Archivo Municipal de Saltillo revelan una estrategia constante: compraba “días de agua” con sus tierras correspondientes.
En 1824 compró medio día de agua en la hacienda de Torrecilla por 600 pesos. Para 1835 adquirió una hora de agua en la hacienda de Las Palomas por 100 pesos. En 1847 sumó 16 horas del agua chica de la hacienda de Los Ramones. Cada transacción, cuidadosamente registrada ante notarios, iba asegurando su patrimonio.
José Ignacio Pablo de la Peña Fuentes era más que un terrateniente. En 1849 representó a los vecinos de varias haciendas para proteger el agua Navarreña de construcciones ilegales. Su nombre aparecía en poderes, convenios y acuerdos que regulaban la vida productiva de las haciendas del norte y oriente de Saltillo y Arteaga.
EL RANCHO DE PEÑA
A mediados de diciembre de 1861, Hilario De la Peña Rodríguez compra a Albino Flores la acción que representa en 15 días de agua de dos vertientes que nacen en el arroyo de la Tórtola y del Charquillo por la cantidad de 50 pesos. Un año después 1862 Hilario recibe de su padre José Ignacio Pablo de la Peña la donación de 6 mil pesos.
El 1 de julio de 1865 el acaudalado empresario dedicado a los negocios de textil, Francisco Bernardino de la Peña Valdés vende a sus sobrinos Hilario y Jesús de la Peña el Rancho de Los Dolores por la cantidad de 6 mil pesos, rebautizado después como Rancho de Peña. Ese mismo día, Francisco Bernardino formalizó la venta de dos caballerías de tierra (aproximadamente 170 hectáreas) ubicadas entre las haciendas de Palomas, Cerritos y Ramones, por apenas 100 pesos.
Esta cifra irrisoria sugiere que la transacción era más una transferencia familiar que una venta comercial. La operación inmobiliaria permitió asegurar a la familia De la Peña Rodríguez una cantidad de tierra y agua que marcó el futuro desarrollo de la ciudad.
Doce años después en 1877 Hilario de la Peña hereda la extensión del Rancho de Peña a sus hermanos José de los Santos de Jesús, Bruno y María de los Ángeles de la Peña Rodríguez, Santos funge como albacea y otorga un poder a su hijo Praxedis del Refugio De la Peña De Valle para que sostenga la validez de la disposición testamentaria de su finado hermano Hilario.
LA ÉPOCA DORADA
El Rancho de Peña se convirtió en una propiedad enorme al nororiente de Saltillo. Sus límites eran impresionantes: desde la calle Mexiquito, hoy calle Presidente Cárdenas, hasta más allá de la guardarraya de la hacienda de los Rodríguez, hoy avenida Dr. José Narro Robles.
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Al poniente iba desde el arroyo de Iriarte hasta el arroyo Charquillo. Para darnos una mejor idea, el espacio abarcaba donde hoy se sitúa el bulevar Vito Alessio Robles en el poniente hasta el lado oriente en el arroyo que baja de sur a norte, poco antes del primer sector de Los Pinos, justo a un costado de la calle Tezcatlipoca.
El Rancho de Peña contaba con todo lo necesario para la autosuficiencia: un casco principal, capilla, galera para almacenar trigo, corrales, carpintería, noria para el agua y una planta de luz eléctrica, algo extraordinario para la época. Los sembradíos se extendían hasta lo que hoy es el club San Isidro, produciendo principalmente maíz y trigo.
José Ignacio Pablo de la Peña había construido no solo una propiedad, sino un legado. El 19 de diciembre de 1865, días antes de su muerte, otorgó poder a su hijo Hilario para que formulara su testamento, asegurando la continuidad del patrimonio familiar.
EL FRACCIONAMIENTO
En 1902 comenzó el inevitable proceso de fragmentación de la propiedad. Tras la muerte de su hermano soltero Hilario, Santos de la Peña Rodríguez, hijo de Pablo, heredó gran parte del rancho. Santos contrajo matrimonio en cuatro ocasiones y tuvo numerosos descendientes, lo que provocó que la propiedad se diluyera progresivamente con cada generación.
Los documentos del periodo 1878-1898 muestran una cascada de ventas: Santos vendió a Jesús de Valle, Juan de la Peña hizo lo propio a Ignacio González, Manuela Peña Galindo a Ildefonso Siller. El agua, ese valioso recurso que le daba plusvalía a la propiedad, se dividió en fracciones cada vez menores.
HEREDEROS Y CELEBRIDADES
Las familias De Valle, Siller, Arizpe, Cabello, Dávila, Galindo y Rodríguez fueron absorbiendo porciones del antiguo Rancho de Peña. Francisco de Valle, quien se casó con María Gerónima de los Ángeles, hermana de Santos de la Peña, recibió como dote generosas porciones de tierras al poniente de la carretera a Monterrey.
Estas tierras las heredó a su vez uno de sus hijos, el Lic. Jesús María de Valle de la Peña, gobernador de Coahuila del 5 de diciembre de 1909 al 29 de mayo de 1911. Cabe mencionar que fue padre del literato y cronista de la Ciudad de México, Artemio de Valle Arizpe.
Al inicio de la Revolución Mexicana, Medardo González Peña, tío de Ana María, primer hijo de Daniel González Peña y Ana María Rodríguez Luna, se quitaron “de la” del apellido, para quedar solo como Peña. Medardo, después de estudiar en el Colegio San Juan y trabajar en la farmacia”La Merced” de su tío el Dr. Juan Cabello Siller, Medardo tomó una decisión que marcaría su vida, sacó armas del Palacio Municipal de Ramos Arizpe y las puso a disposición de las fuerzas carrancistas.
Formó un regimiento llamado de Acuña para unirse a la Revolución. Su carrera militar lo llevó lejos de Saltillo, primero hacia México, luego a Torreón, ascendiendo hasta general brigadier.
MEMORIAS DE UNA NIÑEZ
Ana María del Refugio González Rodríguez, bisnieta de Pablo de la Peña, guarda los recuerdos más vívidos de los últimos años del rancho como unidad productiva. De niña visitaba la hacienda cada quince días con su familia. “Nadaba en el trigo”, recuerda con nostalgia.
La galera se llenaba de grano casi hasta el techo. El patio era el corazón de la casa, rodeado de las habitaciones de sus tías: Juanita, María de la Luz, Irene. Su tío Luis tenía una carpintería. La noria proveía agua estaba en el patio. Había corrales, aunque nunca vio marranos o vacas. Seguro en otros tiempos se mantuvo la cierta actividad ganadera.
HOSPITALIDAD NATA
Cuando hacía parada en el rancho el camión que iba a Ramos Arizpe, sus tías gritaban: “¡Vete al corral y mátame una gallina, que ya nos llegó visita!”. La hospitalidad era sagrada, la familia era extensa, pero siempre había algo para todos.
Los sembradíos de trigo recorrían varios kilómetros el sur, desde la orilla de la carretera hasta donde hoy está el club San Isidro. De esas últimas espigas de trigo sirvieron para el adorno de la primera comunión de Ana María: cruces formadas con trigo y racimos de uva, símbolos de un Saltillo agrícola que sin saberlo se iba perdiendo poco a poco hasta desaparecer.
MODERNIDAD DEVORA AL RANCHO DE PEÑA
La modernización era imparable. Las tías de Ana María vendieron la parte donde hoy están las bodegas de Pemex, casi colindando con el municipio de Ramos Arizpe. María de la Luz Siller del Bosque, prima mayor de Ana María, se asoció con Juan Pablo Rodríguez Galindo, Presidente Municipal de Saltillo durante el periodo de 1976 a 1978, con el propósito de fraccionar y vender lotes para las formar las colonias Doctores, Real de Peña y muchas otras.
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María de la Luz Siller del Bosque heredó la mayor parte y fue la más beneficiada económicamente. Soñaba con construir un hotel en el casco del rancho. Siempre fue austera en su forma de vivir, pero visionaria. Veía el potencial turístico de la vieja construcción. La muerte la alcanzó antes de realizar su proyecto.
Hoy, el norte de Saltillo, sus colonias, avenidas, centros comerciales, se asientan sobre lo que fue el Rancho de Peña. Lugares con nombres poéticos permanecen en la memoria: el Ojo de Manteca, manantial por donde estuvo Zincamex, agua azufrosa de fuerte olor, Las Ventanas, La Mesa, la Casita de Medina, donde hoy está el campo de entrenamiento de Lobos de la U.A. de C.
Algunas piedras misteriosas, tipo Stonehenge, todavía se erigen en el cruce de Nazario Ortiz Garza y la prolongación Isidro López Zertuche, en los antiguos terrenos de la familia De la Peña. Son hoy en día testigos mudos de un pasado que casi nadie recuerda o puede explicar el porqué del monumento pétreo.
LO QUE PERMANECE
Los últimos descendientes de la gran familia De la Peña aún conservan el casco principal del Rancho de Peña. La parte superior de la capilla muestra una cruz y la ausencia de la campana que en otros tiempos llamaba a misa.
Con sabiduría, Ana María acepta que “no se puede parar el crecimiento”. Pero le duele que haya tan poca documentación y que su prima María de la Luz, quien se crio en la hacienda y conocía íntimamente cada rincón, cada historia, se haya ido llevándose consigo un tesoro de memorias.
El Rancho de Peña hoy es historia enterrada bajo asfalto y concreto, pero jamás olvidada. Cada vez que un saltillense recorre los modernos bulevares o visita los centros comerciales, camina sin saberlo sobre el polvo dorado del trigo que alguna vez creció bajo sus pies. El trigo que se convirtió en harina para las tortillas, las risas de los niños que nadaban en el grano en las galeras, el grito de las tías anunciando visitas, el repique de la campana llamando a misa.
Las raíces del Saltillo moderno están aquí, en esta tierra que fue de los De la Peña. Gracias a que Ana María y su familia se hicieron guardianes de la memoria, el Rancho de Peña no murió bajo el concreto: renació en cada fotografía, en cada historia que ahora puede ser contada.