La casa de los maestros que sobrevive frente a la Alameda de Saltillo (fotos)
Que si de estilo francés, gótico, inglés, barroco, árabe... ¿por qué en el centro de la ciudad hay un montón de inmuebles con arquitecturas que pueden parecernos poco convencionales?
Si la ves de frente, la casa marcada con el número 836 te presume su arquitectura con detalles árabes, su pulcra pintura blanca y su detallada herrería.
Si volteas a tu espalda, encontrarás los jueguitos infantiles de la Alameda de Saltillo. Esta casa se localiza sobre la calle Juan Aldama, casi esquina con Guillermo Purcell.
Es uno de los inmuebles que ha logrado conservar la esencia de su construcción. Contrario a la no tan afortunada Casa Alameda, devorada por el fuego el 18 de julio de 2019.
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Aunque no tan notorio como la Casa Alameda, a esta casa árabe también le duele el tiempo. Una de sus heridas se deja ver en el techo de su pasillo en la segunda planta.
La humedad carcome el yeso, mientras que los traga luz van cediendo al agua. Como consecuencia, el levantamiento de la duela por las gotas que caen.
Como siempre, falta recurso para reparaciones y mantenimientos de los edificios antiguos. Y es que este inmueble fue adquirido por el Gobierno de Coahuila, para en 2008 volverse el Museo del Normalismo.
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Ocurrió durante la gubernatura de Humberto Moreira Valdés, proveniente de una familia de docentes, buscó homenajear a todos los maestros coahuilenses a través de este proyecto.
Desde entonces funciona como tal, un museo al que se puede acceder de manera gratuita de martes a domingo de 10:00 a 18:00 horas.
Es un recorrido por la historia de la docencia, con retratos, pupitres antiguos, imágenes interactivas, y unos guías orgullosos de mostrar el inmueble que resguardan.
TODO ESTÁ EN LOS DETALLES
El primer dueño de esta casa levantada en la década de 1930 fue Felipe Cárdenas. El último, y vendedor de la misma al gobierno, fue César González Rodríguez.
Como casi todos los inmuebles que rodean a la Alameda Zaragoza, la casa también se edificó con el fin de funcionar como una vivienda familiar.
En los siglos XVIII y XIX, era común que en la ciudad se asentaran extranjeros, en su mayoría comerciantes o allegados al gobierno, con posibilidades para mandar a hacer sus viviendas a total gusto.
Su solvencia económica les permitía traer materiales de cualquier parte del mundo y contratar a los mejores arquitectos. Y por supuesto, los terrenos eran privilegiados.
En cuanto a la casa de nuestra historia se refiere, en su construcción participó “El Chato” Cortina, auxiliar del arquitecto Zeferino Domínguez.
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Seguro te suena el nombre de Zeferino, hemos hablado de él en esta sección de Historias de Saltillo por ser el constructor del Ateneo Fuente, entre otras destacadas edificaciones.
Regresando a la casa, para apreciar, hay que prestar atención a los detalles. En el jardín de bienvenida tiene su propia Fuente de las Ranas, una tipo versión a escala y mucho más pequeña que la de la Alameda en el cruce de las calles Guillermo Purcell y Guadalupe Victoria.
Desde que entras al porche, destaca la forma de su puerta principal, los arcos y las ventanas con una curvatura pronunciada que culmina en picos superiores.
Previo a ingresar a la casa, en las paredes se aprecian un par de pequeños mosaicos en los que se plasmó a la Catedral de Santiago y a la Iglesia de San Juan Nepomuceno.
A lo largo de toda la casa encontramos columnas rojizas, chimeneas decoradas, artesonados en los techos con detalles árabes y musulmanes, herrería por todas las ventanas amaderadas en sus marcos, unos vitrales artesanales cuyo colorido juega con la iluminación de los espacios, y una escalera alfombrada en rojo con forma espiral.
Los pisos varían según el sitio, aunque en su mayoría el interior es duela y en el exterior azulejos rojos.
El chalet de dos pisos cuenta con un balcón techado y una terraza con una pequeña barda desde donde se aprecia la Alameda a plenitud. Cuántas pláticas y tardes lluviosas no habrán tenido ahí los habitantes de la casa familiar.
A diferencia de otras casas céntricas, a esta se le puede recorrer en casi todos sus rincones, más allá de la historia que ofrece a través de la docencia, la casa dice mucho por sí sola, aunque no tanto como quisiéramos.
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Hablamos de una vivienda próxima a cumplir 100 años. Hay historias que se quedaron entre sus paredes y nadie podrá contar, experiencias de quienes fueron sus habitantes que quedaron olvidadas, y sí, más preguntas que respuestas conforme se recorre la vivienda.
La casa ha sufrido alteraciones, las “normales” para poder convertirse en museo. Quizá es el costo para seguir en pie en una ciudad que se va modernizando y que no siempre rescata ni a sus inmuebles ni a sus historias de una máquina demoledora.
*Con información de la Secretaría de Cultura de Coahuila.
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