La deuda de la Alameda de Saltillo de la que hoy no se habla y nadie recuerda
Esta historia es sobre banquetas, un contratista y un Gobierno Municipal al que le faltaba liquidar un pago
Hablemos de dinero y deudas. Dos temas que pueden llegar a incomodar a muchos. Como quizá le habrá incomodado al Ayuntamiento de Saltillo de 1922, cuando un contratista lo anduvo correteando para liquidar un pago.
Ernesto Fernández era originario de la capital de México, era constructor y fue contratado por el Gobierno Municipal de Saltillo para realizar el embanquetado de cemento de la Alameda “Porfirio Díaz”.
Así se llamaba en ese entonces la actual Alameda, ubicada en la manzana céntrica que hoy conforman las calles: Ramos Arizpe, Guillermo Purcell, Juan Aldama y Cuauhtémoc.
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El contrato por aquella obra se firmó el 22 de septiembre de 1909 y fue autorizado por el Gobierno de Coahuila. Entre todo lo que implica un documento como ese, era de esperar que existieran ciertas cláusulas.
En la parte final del contrato decía que del total que se le pagaría a Ernesto por la realización del trabajo (17 mil pesos), se le descontaría el 10 por ciento (mil 700 pesos) y este monto sería guardado en el Banco Coahuila como una suerte de garantía.
Dicha cantidad sería retenida durante 10 años, tiempo en el que si el embanquetado llegaba a tener desperfectos causados por el uso natural, el contratista estaba obligado a repararlos.
Para darnos una idea de la cantidad de la que hablamos, Darío Saucedo, miembro de la Asociación de Cronistas e Historiadores de Coahuila, explicó que con 50 pesos de aquella época se podía comprar una tonelada y media de maíz. Hoy, para adquirir esa misma cantidad del grano serían necesarios 14 mil pesos.
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Si nos apegamos a esta conversión, el costo total de la obra de Ernesto habría sido de cuatro millones 760 mil pesos actuales. En tanto, la cantidad en garantía eran más o menos 476 mil pesos.
La cláusula contractual también especificaba que Ernesto tendría derecho a recibir los intereses que se produjeran a lo largo de la década.
Y de manera aún más precisa, el papel decía que la cantidad total se entregaría el 1ero de diciembre de 1919, ya sea al contratista, sus herederos o a quién él hubiera designado a cobrarlos.
Para recibir el dinero, no había más requisito que presentar ante el gerente del Banco Coahuila el contrato en cuestión o una copia certificada del mismo.
Se cumplieron los 10 años
Claro que si de dinero se trata la memoria del cobrador no falla. Pero en el caso de Ernesto, se llevó una sorpresa una vez transcurridos los dos lustros: los mil 700 pesos nunca fueron depositados en el Banco Coahuila.
Ante esta violación del acuerdo, el contratista presentó por escrito ante el Ayuntamiento de Saltillo la solicitud para que se le pagara el dinero pendiente, así como los intereses que se hubieran generado.
“Pero no pude obtener una resolución definitiva, ni se me ha hecho saber hasta ahora, cuál fuera el resultado de esa solicitud mía”, eso escribió Ernesto en un segundo texto que envió al Gobierno Municipal dos años después del primero, en noviembre de 1922.
En el escrito que emitió 13 años después de que concluyó su trabajo en la Alameda, Ernesto agrega que los intereses serían al seis por ciento según las cifras que manejaba la Tesorería Municipal de Saltillo.
Asimismo, recalcó que el dinero habría de entregarse íntegro, ya que durante los 10 años acordados nunca se le realizó un cargo con motivo de gastos de reparación:
“por lo cual deduzco que no han existido esos gastos como consecuencia del uso natural del pavimento contratado”, redactó quien al momento de enviar el documento a Saltillo se encontraba de visita en Monterrey, Nuevo León.
Después de “suplicar rendidamente” que se dignaran a resolver su situación, Ernesto expuso en el escrito el total que se le debería pagar en relación al seis por ciento anual y el tiempo transcurrido: tres mil 26 pesos, oro nacional.
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A pesar de las inconsistencias a las que el contratista capitalino ya se había enfrentado, no perdía la fe en que le sería saldada la deuda. Al menos así lo plasmó en letra.
“No dudo ni por un momento, señores Munícipes el obtener de ustedes la atención que este asunto merece y la resolución que impetro en el sentido de que se verifique ese pago, que constituirá la total terminación de contrato y su definitivo cumplimiento”.
La carta que redactó el contratista en noviembre de 1922, es el último documento que se tiene en el Archivo Municipal de Saltillo, respecto al caso de la falta de pago.
Y como en otras historias, la falta de información se presta a la especulación y a los finales abiertos. ¿Habrá pagado el Gobierno Municipal ese dinero y por eso ya no hay registro de más cartas por parte de Ernesto? ¿o se habrá cansado el contratista de exigir lo que por ley era suyo?
Por supuesto que las banquetas que hoy recorremos al visitar la Alameda de Saltillo no son las mismas que trabajó Ernesto.
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Pero quizá cuando las vuelvas a caminar, tengas presente una historia más relacionada a este espacio verde en el que un día se pelearon un toro y un león, unos estudiantes se ahogaron en el lago y donde también se tuvieron enjaulados a unos osos como suerte de exhibición.
*Con información del Archivo Municipal de Saltillo.
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