Francisco Bernardino de la Peña: Retrato de un hombre singular en el Saltillo decimonónico
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Documentos del Archivo Municipal de Saltillo revelan la trayectoria de un comerciante que se convirtió en operador clave de la política y la economía regional del siglo XIX
Los estudios genealógicos suelen limitarse a nombres y fechas que poco nos dicen sobre quiénes fueron realmente nuestros antepasados. Sin embargo, cobran un significado especial cuando descubrimos las actividades que desarrollaron durante su vida, transformando simples registros en historias fascinantes.
Esto fue precisamente lo que me sucedió durante la investigación del Rancho de Peña. En numerosos documentos apareció el nombre de José Francisco Bernardino de la Peña Valdés, dueño original del Rancho de Los Dolores que dio origen al Rancho de Peña.
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Su intensa actividad política y empresarial llamó profundamente mi atención, revelando no solo un nombre en un árbol genealógico, sino a un personaje clave cuya vida merece ser contada.
A TRAVÉS DE LOS DOCUMENTOS
Francisco Bernardino de la Peña no dejó diarios ni cartas personales. No escribió memorias. Pero dejó algo mejor: cientos de documentos en el fondo de Protocolos, Actas de Cabildo y Presidencia del Archivo Municipal de Saltillo.
Escrituras de compraventa, poderes notariales, hipotecas, avales, nombramientos judiciales. De ese montón de papeles legales salió el perfil de este hombre. Documento tras documento, se arma el rompecabezas de sus diferentes roles como comerciante, funcionario, prestamista, juez, empresario, tutor de menores, accionista industrial, negociador, conciliador, un verdadero estuche de monerías.
LOS PRIMEROS PASOS
José Francisco Bernardino de la Peña Valdés nació en 1794. En 1825 era dueño de una panadería en Saltillo. Ese año participó con otros panaderos locales en un convenio con el Ayuntamiento para fijar precios, pesos y días de venta. Solo los comerciantes establecidos firmaban estos acuerdos.
El 5 de enero de 1826 compra una propiedad en la calle Nueva, hoy calle Ramos Arizpe, junto con Pedro Dávalos Santacruz. Ese mismo año ya es tercer regidor del Ayuntamiento. Cargo que vuelve a ocupar al año siguiente. En el cabildo estaba José Ignacio Sánchez Navarro, que después sería diputado por Coahuila en el Congreso de la Unión. Bernardino ya se movía con la élite política de la época.
El 10 de junio de 1827, ya viudo, contrajo matrimonio con María del Rosario Rumayor de la Peña. Previamente, en 1817, había celebrado su primer matrimonio con María Victoriana Recio Casas. Con María del Rosario formó la familia que, décadas más tarde, enfrentaría la tragedia del Imperio. De esta unión nacieron diez hijos: cinco varones y cinco mujeres, entre ellas Filomena.
El 9 de mayo de 1827 firmó un exhorto para la captura de los responsables del robo de recursos del fondo público. Ese mismo día aparece registrado como alcalde, encabezando las averiguaciones por el hurto de 619 pesos al Ayuntamiento.
En marzo de 1829 el alcalde de Saltillo le escribe al de Monterrey pidiéndole que localice a Catarino Viscaña. El tal Catarino le debe dinero a Bernardino. Sus negocios ya cruzan fronteras municipales.
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En 1830 vuelve a aparecer como alcalde tercero. Ese mismo año, en marzo, el Ayuntamiento lo comisiona para resolver un problema con la escuela pública. El maestro informó que personas que habían prometido muebles para el plantel lancasteriano se desistieron. Bernardino recibió el encargo de negociar con ellos para recuperar los enseres o buscar la forma de adquirirlos. Sin duda era el mediador de confianza del cabildo.
EXPANDIENDO EL TERRITORIO
En 1831 le toca estar del otro lado: figura entre los vecinos que solicitan al Ayuntamiento extender la feria y las corridas de toros por ocho días más. Los firmantes se comprometieron a pagar los gastos. Para un panadero y comerciante, esos días de feria representaban oportunidades de negocio.
El verdadero salto llega en marzo de 1832. Lo proponen como fiador de Juan González, el comisario de Coahuila y Texas. Ser fiador del comisario de todo el estado, incluyendo Texas, no era cualquier cosa. Ya no era solo un político digno de confianza: se erige como un pilar financiero del estado de Coahuila y Texas. Ese mismo año, en noviembre, presenta un escrito formal al Ayuntamiento pidiendo que le rebajen el impuesto de su panadería.
En enero de 1833 solicitó al gobernador tomar posesión del “Cañón del Jardín”, una tierra baldía que nadie había reclamado. Aplicó un razonamiento simple: si no era de nadie, podía ser suya la propiedad.
LA CÚSPIDE
Para 1838 es alcalde tercero otra vez. El 22 de agosto ordena investigar a Marcelo Ruiz por “embriaguez consuetudinaria”. Ahora, desde su investidura, actúa como guardián de la moral pública.
Para 1839 lo nombran presidente del Ayuntamiento; sin embargo, el 30 de octubre solicita licencia para ausentarse cuarenta días y viajar a la Ciudad de México por “negocios de mayor importancia”. ¿Qué quiso decir exactamente con eso? ¿Acaso sus asuntos personales en la capital eran más importantes que sus responsabilidades como máxima autoridad municipal de Saltillo? Seguro, sí lo fueron.
En mayo de 1841, Juan José Valdés le vendió unas tierras de labor colindantes con la hacienda de Los Rodríguez en 55 pesos. Con el tiempo se convirtió en Rancho de Los Dolores, años más tarde Bernardino logró revenderlas en alrededor de seis mil pesos.
Esa práctica era su constante: identificar oportunidades, esperar el momento adecuado, maximizar el valor y luego vender.
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En marzo de 1841 se hace fiador de José Mariano de Liendo por dos mil pesos. Una suma considerable. El 25 de febrero de 1842 informa al Ayuntamiento sobre el nombramiento de la junta de fomento comercial, encargada de hacer los padrones electorales para las elecciones al Congreso General.
Ese mismo año forma una compañía mercantil con un capital de 20 mil pesos. Una operación de gran escala para la época. Bernardino de la Peña es ya un hombre rico.
EL EMPRESARIO MADURO
Su habilidad como inversionista y negociador eran notable. Compró acciones de la textil La Hibernia, una de las primeras fábricas textiles de Saltillo, además de avalar créditos y redactar contratos: un verdadero hombre de negocios. También aparecía como tutor y curador de menores.
En 1846 estalló la guerra con Estados Unidos. Bernardino, que para entonces tenía cerca de cincuenta años, compró derechos de agostadero en el Huachichil. Tierras en San Antonio de las Alazanas. Invirtió en acciones de la plaza de toros de Saltillo en 1849.
Luego vino su gran movimiento: la familia del coronel Rafael Aguirre lo nombró su apoderado de la Hacienda del Rosario en Parras, Coahuila. Los Aguirre eran de las familias más poderosas de la región. Bernardino administró sus juicios, dispuso de sus bienes, refaccionó la fábrica textil, por ello cambió su residencia a Parras, Coahuila.
Pero Bernardino no solo representó a los Aguirre. También fue apoderado del comerciante italiano Juan Pellegrin, conocido crítico del gobernador Santiago Vidaurri. Del político liberal Juan Antonio de la Fuente y del empresario irlandés el Dr. Santiago Hewetson, propietario de la fábrica textil de La Hibernia.
MÉXICO SE CAE A PEDAZOS
En 1858 empezó la Guerra de Reforma. Liberales contra conservadores. Juárez contra Zuloaga. Durante tres años, México se desangró peleando consigo mismo. En 1862, mientras los franceses invadían México por Veracruz, Bernardino vendió once sitios de tierra en Texas como apoderado del coronel Rafael Aguirre. Los negocios transfronterizos también los dominaba.
En 1864 Bernardino hizo los arreglos para arrendar la hacienda del Rosario en Parras a dos empresarios del ramo textil, los ingleses Hamilton P. Bec y David McKnight, quienes invirtieron en maquinaria.
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Bernardino de la Peña había sobrevivido a cinco tumultuosas décadas. Vivió la guerra de Independencia, las pugnas civiles entre centralistas y federalistas, las políticas centralistas de Santa Anna, la separación de Texas, la invasión norteamericana y la Guerra de Reforma. Sin embargo, sería durante el Imperio de Maximiliano donde la historia de Bernardino daría un giro amargo que traería desgracia a su familia.
Su hija Filomena se casó con Máximo Campos Navarro, un vitivinicultor de Parras, hijo de Vicente Campos y María Antonia Navarro. Cuando llegó la intervención francesa, Máximo eligió el bando opuesto al de los liberales y se convirtió en militar imperialista. Alcanzó el grado de coronel en el ejército de Maximiliano. Mientras Saltillo y gran parte del norte se mantenían republicanos y juaristas, Máximo Campos apoyaba al Imperio junto a los Sánchez Navarro en las regiones de Parras y La Laguna.
La madrugada del 28 de febrero de 1866, el coronel Máximo Campos Navarro abandonó Parras al mando de 400 hombres con destino a la Hacienda de Santa Isabel. Lo que no sabía era que marchaba hacia una derrota no anunciada. Al día siguiente, el 1 de marzo, sus tropas imperialistas, una mezcla de mexicanos leales a Maximiliano y franceses bajo las órdenes del conde de Brian, chocaron con las fuerzas republicanas del general Andrés Saturnino Viesca. La batalla fue devastadora para los imperialistas. Máximo Campos apenas logró escapar con vida acompañado de solo ocho sobrevivientes.
A pesar de la derrota y de los evidentes signos del colapso del Imperio, Máximo Campos no renunció a su causa. Más tarde se unió a la defensa de Querétaro. Allí fue herido en combate y capturado; su suerte quedó sellada. Las autoridades republicanas lo separaron inmediatamente de los demás prisioneros y lo ejecutaron sin demora en las cercanías de la plaza principal. El yerno de Bernardino de la Peña pagó con su vida la lealtad a un imperio que pocos soñaron triunfaría.
En febrero de 1870 ocurrió una transacción importante relacionada con la hacienda del Rosario: Evaristo Madero y su yerno Lorenzo González Treviño compraron toda la propiedad a Refugio Santos Coy, viuda de Rafael Aguirre, la fábrica textil La Estrella y las bodegas de San Lorenzo.
FINAL DE SUS DÍAS
El 3 de noviembre de 1875 murió María del Rosario Rumayor de la Peña. La mujer con quien había compartido cuarenta y ocho años de vida. Fue sepultada “sin funeral de ninguna clase” en el templo del Colegio Jesuita, a pesar de ser parte de una familia distinguida de Parras. Para entonces ya no estaba permitido realizar entierros dentro de las iglesias, el acta intentaba no llamar la atención de las autoridades.
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Dos meses más tarde, el 3 de enero de 1876 murió José Francisco Bernardino de la Peña Valdés en la Hacienda del Rosario. Tenía 82 años. El párroco Feliciano Cordero registró que fue “sepultado con funeral humilde” en el Camposanto de San Antonio, aunque el acta original dice que el sepelio fue en el templo del Colegio, junto a su esposa.
EL ÚLTIMO VIAJE
Cuarenta años después, el 18 de julio de 1916, en plena Revolución Mexicana, un hombre llamado Andrés Fuentes Campos llegó a Parras desde la Ciudad de México. Venía con un propósito: llevar a sus antepasados a descansar juntos en una bóveda familiar.
Ante el juez del estado civil, presentó un permiso de la Presidencia Municipal. El documento autorizaba la exhumación de los restos de Francisco Bernardino de la Peña y de María del Rosario Rumayor de la Peña.
Los cuerpos habían estado sepultados durante cuarenta años en el templo del Colegio, que para 1916 estaba fuera de servicio y con el frente destruido por una explosión en abril de 1911, provocada por las tropas maderistas a cargo de Emilio Madero. La intención era trasladar los restos al Panteón de San Antonio, donde según las actas originales debieron haber sido enterrados desde el principio. Juntos para siempre.
A lo largo de su vida, Francisco Bernardino de la Peña actuó como una verdadera “navaja suiza” de la vida pública y económica de Coahuila. Fue negociador, conciliador, mediador, funcionario, juez y administrador. Un auténtico camaleón social, capaz de adaptarse a los cambios políticos, económicos y jurídicos de su tiempo.
Cuando todo terminó, cuando los documentos callaron y solo quedó el silencio del Panteón de San Antonio de Parras, dejó algo que ninguna guerra pudo quitarle: una familia que lo recordó con suficiente amor como para ir a buscarlo cuarenta años después, en plena Revolución Mexicana, mientras México ardía y villistas y carrancistas peleaban por Coahuila.
Andrés Fuentes Campos se tomó el tiempo de buscar sus restos y los de su esposa. Aún los recordaba, seguro algo habían hecho bien. Al final, esa es la verdadera lección: no se trata de acumular poder o riqueza, sino de construir algo tan simple y difícil como para que la familia te recuerde aun después de la partida.
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