A propósito de Gatell, ¿aprendió el gobierno en la pandemia?

Opinión
/ 7 julio 2025

La promoción del exfuncionario es una concesión mayor y ratifica que no impera el interés del país, sino el del grupo gobernante... En su defensa invoca sus estudios, no su desempeño; condena evidente

La promoción del señor Hugo López-Gatell, indigno del oficio o del grado académico que se le concede, ha abierto el debate sobre el desempeño del país durante la pandemia. Tras un lustro, llegó una nueva administración y persiste la falta de claridad sobre la pandemia, la ausencia de una evaluación de las decisiones públicas y de la capacidad de la nación en su conjunto para enfrentar una crisis sanitaria de proporciones mayores. Después de la tragedia es obligado cuestionarse si algo se aprendió para no incurrir en los mismos errores o faltas. Las lecciones son para individuos y gobierno.

Hay que ser claro: la designación de Hugo López-Gatell, su defensa por la presidenta Sheinbaum y la agresiva respuesta de ella a quienes impugnan demuestra que no se aprendió, que el interés político del grupo gobernante y su obsesión por el poder en sí mismo prevalece en los temas fundamentales, como la salud de los mexicanos. Nuevamente se incurre en el absurdo de cuestionar al mensajero en lugar de abordar con honestidad lo que se dice. López-Gatell se degrada a sí mismo por su interesado sometimiento al poderoso, quizá no sea tan mal profesional, pero es irrelevante por su servilismo que, para el caso concreto, costó vidas y afectó la salud de personas por cantidades abrumadoras.

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En este espacio hemos señalado que el desempeño del señor Gatell conlleva responsabilidad criminal: cientos de miles de mexicanos y una parte considerable del personal médico que fallecieron por la ostensible negligencia de un especialista con suficiente información para actuar con apego a las recomendaciones de la OMS. Son millones de mexicanos que no fallecieron, pero hasta hoy día padecen la secuela del contagio con una degradación de su calidad de vida.

Al presidente López Obrador lo explica, no lo justifica su ignorancia y tozudez; indigna la manera como se comportó a lo largo de la crisis sanitaria. En lugar de ofrecer ejemplo para que la población actuara de manera preventiva, su mofa y desdén fueron un pésimo patrón para que muchos bajaran la guardia. Su influencia para minimizar la tragedia y el ocultamiento de los decesos también fueron evidentes. Siempre contó con la complicidad de López-Gatell. Los trágicos hechos fueron públicos y suficientes para evaluar, juzgar y, desde luego, reclamar. Precisamente, la ausencia de sanción legal y social es uno de los elementos que abona a la idea de que no se aprendió.

Inexplicable que la presidenta Sheinbaum no actuara en congruencia con su postura mostrada en la crisis sanitaria y que la llevó a diferenciarse de López-Gatell. En ese entonces, por la influencia del presidente López Obrador, la jefa de gobierno de la Ciudad tuvo que soportar la insolencia y la dejadez del responsable del manejo de la pandemia.

La promoción del exfuncionario es una concesión mayor y ratifica que no impera el interés del país, sino el del grupo gobernante a partir del equilibrio funcional al expresidente. En su defensa invoca sus estudios, no su desempeño; condena evidente.

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Algunos ponderan la campaña de vacunación a manera de reivindicar a López-Gatell. No hay hazaña de por medio, en forma alguna lo acredita ni releva de responsabilidad criminal. Las vacunas no hicieron resucitar a los cientos de miles de personas que murieron, y cuyos fallecimientos se hubieran evitado de haber existido una actitud responsable. Minimizar la gravedad de la pandemia fue un error monumental, también la resistencia para que la población tomara medidas preventivas para contener el contagio. No convocar al Consejo de Salubridad General en los términos de la Constitución significó la exclusión de la ciencia, la medicina, la academia y los gobiernos locales para actuar de manera coordinada. La soberbia se impuso; los resultados hablan por sí mismos.

Debe quedar claro que una sociedad incapaz de obligar a sus autoridades a rendir cuentas y a asumir las consecuencias de sus faltas conduce a un estado de indefensión y permite que el abuso se instituya en la vida pública, como a lo largo de estos años. Se advierte que no se aprendió y que, por la falta de consecuencias, se podrá actuar de manera criminal y aun así reproducirse en el poder. El despotismo se instaló en el gobierno y la mejor prueba es el reconocimiento presidencial a un funcionario que debiera estar rindiendo cuentas a la justicia.

Licenciado en Derecho Facultad de Jurisprudencia UAC. Maestría y Estudios de Doctorado en Gobierno por la Universidad de Essex, Inglaterra.

Ha sido Catedrático en el ITAM; en el ITESM; en el CIDE; y en la Universidad Anáhuac.

En 1997 a 2000 titular de la Asesoría Política en la Presidencia del doctor Ernesto Zedillo.

Desde 2005 director general del Gabinete de Comunicación Estratégica

Columnista Juego de Espejos en Milenio Diario, Bloomberg-El Financiero y en SDP Noticias, Código Libre y en la Revista Peninsular. Coautor de varios textos en materia electoral y estudios históricos.

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