AMLO y el peligroso juego de las ‘pausas’ diplomáticas
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Por Irene Muñoz
En un movimiento sorpresivo que ha encendido las alarmas en la comunidad internacional, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha decidido “pausar” las relaciones diplomáticas con el embajador de Estados Unidos, Ken Salazar, y con el embajador de Canadá, Graeme Clark. Esta decisión, tomada en respuesta a las críticas por la controvertida reforma judicial impulsada por su gobierno, va más allá de un simple desacuerdo: evoca las peligrosas estrategias de aislamiento que han caracterizado a otros líderes en el pasado.
López Obrador juega con fuego al usar la soberanía como cortina de humo para desviar la atención de las críticas a la reforma judicial, el verdadero tema en cuestión, y omitió e ignoró la nota diplomática enviada por Estados Unidos el pasado 23 de agosto, que abordaba puntos clave sobre esta misma reforma, y aunque el embajador Salazar reiteró en sus redes sociales que “siempre trabajamos con el máximo respeto a la soberanía de México”, dejó clara la posición y preocupación de su país. Al crear este distractor y revestirlo de un falso patriotismo, el Presidente se adentra en un terreno peligroso que podría tener consecuencias devastadoras para las relaciones internacionales de México.
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La estabilidad económica del país depende en gran medida de las relaciones con nuestros socios comerciales más importantes. En 2023, la inversión extranjera directa (IED) en México alcanzó un récord histórico de 36 mil 058 millones de dólares. De este total, Estados Unidos aportó 13.7 mil millones de dólares, lo que representó el 39 por ciento y Canadá 3.4 mil millones aportando el 11 por ciento.
Esta inversión está ahora en peligro, y miles de millones de dólares destinados a sectores estratégicos como la manufactura, la energía y la tecnología podrían esfumarse si se insiste en enviar al mundo una señal de inestabilidad, incertidumbre y autoritarismo, así como crear un camino sinuoso al nuevo gobierno que encabezará Claudia Sheinbaum.
Aunado a ello, la creciente relación con China, segunda economía mundial, ha sido vista con escepticismo por los aliados tradicionales de México, y añade una capa adicional de complejidad. Aunque ofrece oportunidades de inversión, también plantea riesgos de dependencia y presión política, y ha demostrado que con el aumento de su influencia económica, también ejerce presión política sobre los países donde invierte.
Un ejemplo claro es Sri Lanka, que ya experimentó cómo la influencia económica de China puede traducirse en una pérdida de autonomía política. Sri Lanka, atrapado en una deuda impagable con ese país, se vio obligado a ceder el control de instalaciones estratégicas como Hambantota, un puerto comercial y político estratégico por 99 años, sacrificando su soberanía económica.
Esta situación no sólo comprometió la soberanía económica de Sri Lanka, sino que también generó preocupaciones sobre la creciente influencia política de China en el país, pues ha sido utilizado por el gigante asiático para influir en las decisiones políticas alineándolas con los intereses de Beijing en foros internacionales. Este caso ilustra como se podría erosionar la soberanía política de naciones como México y dificultar la toma de decisiones independientes a partir de ese tipo de alianzas.
También la “pausa” puede generar daño a la industria turística de México. En 2023, México recibió de Estados Unidos, el principal emisor de turistas a nuestro país, un total de 13.5 millones de viajeros, y desde Canadá llegaron 2.47 millones más, estos números subrayan la importancia de ambos países para la industria turística mexicana, pero las malas decisiones políticas podrían lograr que se reduzca de forma drástica el flujo de visitantes. Además, cuando un país se ve envuelto en conflictos internacionales de este tipo, su imagen como destino turístico se ve afectada.
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En este peligroso juego de “pausas” diplomáticas, el presidente López Obrador está arriesgando mucho más que un simple desacuerdo con nuestros vecinos del norte. Está poniendo en juego la estabilidad económica, la imagen internacional de México y, más alarmantemente, la capacidad de nuestra nación para actuar con autonomía en un mundo cada vez más interconectado.
La historia ha demostrado que el aislamiento rara vez conduce al fortalecimiento; al contrario, puede ser el preámbulo de una vulnerabilidad que, en un escenario global tan competitivo, México no puede permitirse. Es momento de replantear estas estrategias antes de que el daño sea irreversible, porque lo que está en juego no es sólo la soberanía, sino el futuro mismo de nuestra nación en la arena internacional.
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