Autogobierno, algo cada vez más ausente
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Hoy se alaba a las personas que gritan en los estrados, a los rostros coléricos se les ensalza, y se pide reconocer esto como una parte natural de la condición humana. ¡Qué bajo hemos caído!
Se ha naturalizado la violencia, la ira de quien no trabaja sus inseguridades, sus envidias y sus apetitos. Para el violento, los responsables son otros, no él; por tanto, grita o golpea al resto, real o simbólicamente. Hay un gran descontrol en una mente que no se gobierna. Recuerdo bien una palabra que pronunció un gran amigo en una conversación: ¡Autogobiérnate! –le dijo a otro–. Pero no, los líderes políticos y algunos hombres que se encuentran expuestos a ser conocidos por sus mensajes en los medios están gobernados por sus impulsos: se les ve manotear, gritar o imponer sin escuchar.
Este tipo de impulsividad, al parecer, se lee como algo que ocurre así nomás, como cuando pasa el viento, naturalito, naturalito. Y ello deriva en actos horrendos, como los que viven poblaciones enteras gobernadas por hombres que no consideran la consulta con un analista o terapeuta que les haga ver sus carencias, porque todos las tenemos; pero el caso es que ellos se niegan a mover un dedo. Mandatarios como Trump o Milei son la media, y un Netanyahu que puede –si bien no gritar– exponer discursos que trivializan la masacre y el genocidio que él encabeza. No, no hay a estas alturas un bloque político ético global que se pronuncie por erradicar estas violencias, las que, por cierto, van acompañadas de acciones.
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Hay detrás de estos tres ejemplos una exagerada autoimportancia por parte de estos mandatarios, quienes sufren una necesidad de admiración constante, esperan que sus deseos –no las leyes, que poco les importan– sean cumplidos inmediatamente, y por supuesto, tienen una falta de empatía tremenda.
Y en general, otros congéneres que escuchan este tipo de discursos estrambóticos, discuten más si, por ejemplo, la Presidenta de México pudo ser efectiva en sus negociaciones; nunca cuestionan los disparates ni violencia verbal del presidente de Estados Unidos. ¿O acaso han escuchado a algún político mexicano hacer una declaración que dé soporte a la Presidenta de México en sus complejos avances que debe realizar constantemente para negociar, desde la ecuanimidad, con este campo minado que es el presidente de Estados Unidos?
Lo mismo ocurre a otros niveles: vimos el despiadado caso de la profesora asesinada, Irma Hernández, quien –se infiere– fue tomada como rehén para hacer una declaración videograbada, de rodillas y atada de manos, para los cibernautas y para el resto de los taxistas en una ciudad de Veracruz, para que paguen su “cuota”. Esta también es una de las violencias que carcome a nuestro país. Otra situación cotidiana es la vivida en las familias mexicanas, donde la persona colérica difícilmente asume la responsabilidad de sus actos, pues tiene una autoimagen de superioridad que la exime de todo. Impone sus necesidades a los demás y no conoce los límites ni el diálogo.
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Y a diario las noticias indican que el autogobierno es un bien cada vez más escaso. Múltiples declaraciones que, sin rubor alguno, buscan limitar derechos ganados de libertad, diversidad y derecho al voto, por ejemplo. Hombres y mujeres expuestos en sus escenas patéticas de abuso y violencia, escenas que para nada son de teatro vodevil, sino de un denso drama.
Y así, descendiendo en la escala de la ética y su brazo práctico, hoy se alaba a las personas que gritan en los estrados, a los rostros coléricos se les ensalza, y se pide reconocer esto como una parte natural de la condición humana. ¡Qué bajo hemos caído!
El vocablo “autogobierno” proviene de la combinación de dos raíces griegas: auto, que significa “uno mismo”, y govern que refiere a la “acción de dirigir o administrar”. Por lo tanto, “autogobierno” implica la capacidad de ejercer el control sobre las propias acciones, decisiones y asuntos internos, sin interferencia externa.