Elecciones Coahuila: La traición no paga

Opinión
/ 5 junio 2023
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¿Por qué la traición? Porque fue el común denominador de estas elecciones. Jorge Luis Morán y Shamir Fernández traicionaron al PRI; Rodolfo Walss al PAN. Y Ricardo Mejía traicionó a AMLO y a Morena.

Elegí a Morán y a Shamir por su traición al PRI y a Miguel Riquelme, el político y amigo, que le dio vida y sustento a la carrera política de ambos.

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¿Cómo ocurrieron esas traiciones? Morán y Shamir fueron seducidos por voces de brujas, disfrazadas de ángeles, enviadas por el diablo, para susurrarles odio en sus corazones, murmurarles resentimientos en sus almas y musitarles venganzas en sus cerebros. Esas voces les decían: “¡No te conformes con ser el favorito del rey, con todas las grandezas que sus triunfos le deparan! ¡Tú eres mucho más! ¡Esta es tu oportunidad para obtener más!”.

¿Cuál fue el común denominador de estas traiciones? Morán y Shamir murieron por la misma espada envenenada que intentaron utilizar para matar a su progenitor político y terminaron por escribir su epitafio con estas palabras de Maquiavelo: “los celos, la avidez, la crueldad, la envidia, el despotismo son explicables y hasta pueden ser perdonados, según las circunstancias; los traidores, en cambio, son los únicos seres que merecen siempre las torturas del infierno político, sin nada que pueda excusarlos”.

La traición de cada uno de ellos tuvo matices distintos: Morán traicionó a Riquelme para evitar su encarcelamiento mediante su integración al equipo de Mejía. Manuel Bartlett pretendía denunciarlo ante la FGR porque Morán “fue acusado (ante AMLO) por empresarios carboneros de la región (Carbonífera) por haberlos extorsionado a cambio de recibir contratos de la CFE para comprarles el mineral: les pedía dinero, viajes y hasta vehículos de lujo”.

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¿Qué esperaba Mejía a cambio de proteger a Morán? Información sensible obtenida desde su responsabilidad en la Unidad de Investigación Financiera. ¿La obtuvo? No, porque nunca la utilizó. Mejía esperaba también un conocimiento del funcionamiento y operación de la estructura territorial, pero tampoco encontró nada.

Shamir, al igual que Morán, es un gran simulador, e irresponsable porque hasta a su esposa involucró como candidata a diputada por Morena, a sabiendas de que perdería la elección.

¿En qué momento, Shamir brincó de trabajar en una estética, cuando joven, para integrarse al PRI de la mano de su hermano David, Verónica Martínez y Miguel Mery, entonces secretario particular de Salomón Juan Marcos (2000-2002)? Miguel Riquelme detonó la carrera política de Shamir.

Sin embargo, operadores territoriales priistas de Torreón me confirman que Shamir siempre fue una figura decorativa −pero de buena pinta, dicen las operadoras−, por su porte galanesco y físico trabajado en gimnasio, pero nada más. Su gran mérito fue simular para ser diputado Local, director de Desarrollo Social Municipal, notario público e intermediario en la campaña electoral en Durango.

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No conforme con ser un simulador, Shamir exigió a su amigo Riquelme la alcaldía de Torreón y cuando le fue denegada, habló con Adán Augusto López, secretario de Gobernación, para tramitar su salida del PRI. Entonces, Shamir sacó sus espejitos para venderse ante Morena como el gran operador y estratega territorial en Torreón y en Durango. Mejía no cabía del gozo.

Pero cuando Shamir bajó a las colonias populares; los liderazgos y los coordinadores que lo habían hecho diputado local le mentaron la madre y lo sentenciaron de traidor y mentiroso. Y reconocieron al gobernador Riquelme como su único líder. A Mejía le dio el soponcio.

Entonces, Shamir aterrizó de golpe en su realidad para descubrir que sus posiciones ganadas a lo largo de su trayectoria, no habían sido por sus capacidades personales o su trabajo territorial, sino por su entrañable amistad con su otrora amigo Miguel Riquelme. Pero entonces, ya era demasiado tarde.

Morán y Shamir decidieron tomar veneno, en espera de que muriera su adversario. Al final, ellos fueron los cadáveres políticos; en pago estricto, por su traición.

Nota: El autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución

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