En política se sigue pensando que el fin justifica los medios
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La autorrealización que cada ser humano busca, en el entendido de que todos buscamos y queremos ser y hacer algo en la vida, se da a partir –en la ética aristotélica– de que usted y yo distingamos entre el fin que perseguimos y los medios que utilizamos para conseguirlo. Para quedar claros, una cosa es el fin y otra los medios.
Aunque el pensamiento sigue vigente, porque efectivamente es fundamental hacer esa distinción para poder lograr equilibrio en todos los ámbitos de la vida, en el renacimiento italiano, Nicolás Maquiavelo en el capítulo XVIII del libro “El Príncipe” dejó en letras de oro la máxima que opera en la práctica de quienes gobiernan y de quienes quieren gobernar: “En las acciones de los hombres, y particularmente de los príncipes, donde no hay apelación posible, se atiende a los resultados. Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y loados por todos; porque el vulgo se deja engañar por las apariencias y por el éxito; y en el mundo sólo hay vulgo, ya que las minorías no cuentan sino cuando las mayorías no tienen donde apoyarse”. Para fines prácticos: el fin justifica los medios.
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A eso estamos asistiendo. La dichosa distinción aristotélica desde hace rato pasó a mejor vida. Hoy poco importan el qué y el cómo, lo que importa es la posesión de lo que quiero. Ah, y mientras más corto sea el camino, mejor. Aquí la instrumentalización del otro en cualquiera de sus múltiples formas se matiza o en conciencia se cauteriza.
El mundo postmoderno no es para epidermis delgadas, para corazones de pollo o para romanticismos baratos. Aquí la dignidad y el reconocimiento del otro como partner, no tiene la menor importancia. El respeto y la tolerancia son para pusilánimes. El fin lo justifica todo, absolutamente todo. Tan lo justifica todo que la simulación, el doble discurso, las promesas incumplidas, las medias verdades y las mentiras piadosas llegaron para quedarse.
El culpable del cambio de paradigma, por supuesto, no ha sido Maquiavelo a quien se le atribuye la frase en su obra “El Príncipe”, sino a la tergiversación que hemos hecho de la misma, haciendo un ejercicio de descontextualización mayúsculo. Sólo para aclarar, le recuerdo que, aunque servidor público, el florentino murió sumido en la pobreza. Digo, por los que piensan que “vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error” y no haber puesto en práctica su dicho.
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Como en los días de Maquiavelo, que enmarca su dicho en las reglas del juego político, asistimos a la normalización del insulto, de las amenazas, de las acusaciones, de las denuncias, de las opiniones para sembrar dudas, de las peligrosas relaciones que se tuvieron en el pasado con personajes ahora non gratos, de videos privados que nadie conocía. A la comprobación de dichos, hechos, filias, fobias, pecados de otro tiempo y hasta la formación académica que pueden servir para denostar al de enfrente porque al final de todo: el fin justifica los medios.
A todo esto, súmele el morbo del que viven los medios y todas las rémoras que perviven del mundo de la comunicación y de los poderes fácticos, porque los likes y la aceptación dependen del consumo o no del producto –porque en el ámbito del mercado, todos nos volvimos un producto–, y mientras más amarillo y rojo se vea, más grande será la utilidad, otra vez, porque el fin justifica los medios.
Capacidades, actitudes, aptitudes, personalidad, carácter, credenciales, relaciones, partidos, ideologías, nivel de discurso, religión, profesión, grupo de referencia, preferencias sexuales, posturas, nivel socioeconómico, género; en fin, bajo las nuevas reglas todo en el camino hacia el 2024 será puesto a prueba porque en lo moral –lo privado– y en lo ético –lo público– de quienes competirán en la elección no se distinguen ni fines ni medios.
El respeto, el diálogo, la tolerancia y la dignidad del otro, por más que se diga, no importan, de lo que se trata es de hundir y descalificar al contrario. Hay un rechazo sistemático al oponente y a todo lo que tenga que ver con él o con ella, por una razón muy simple, es más fácil atacar que razonar. Finalmente, el fin justifica los medios.
Algo que muy probablemente siguen sin tener en cuenta quienes contienden es que la ciudadanía ya está desde hace tiempo harta de este tipo de cuestiones, que son dignas de programas de espectáculos y no de algo tan importante como lo es el futuro de un país tan agotado y deteriorado –en temas electorales– como en el que vivimos. Es importante que sepan que estamos cansados del amarillismo de los depredadores que viven de la carroña.
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Un buen mensaje para las candidatas es que si una de ellas –como así lo será– quiere alzarse triunfadora requerirá, para quitarse de problemas un alto nivel de análisis, de argumentos y de propuestas. Convénzanos con propuestas y argumentos que respondan a las necesidades que hay en la ciudad y en el campo, en los diferentes niveles de la sociedad, en la empresa y en la escuela, en los organismos sanitarios y en las universidades, en fin, en toda la estructura social.
Díganos por favor cómo van a palear el desarrollo humano y de las regiones, cómo impulsarán el crecimiento económico, cómo abatirán la desigualdad y la pobreza, cómo combatirán la violencia, la corrupción, la impunidad, la violencia de género, la falta de transporte, la multiplicación de empleos dignos. Platíquenos cómo promoverán a los grupos vulnerables, a los niños sin escuela. Cuéntenos cómo impulsarán la cultura, la rendición de cuentas, la transparencia, las finanzas sanas, el desarrollo sustentable, la educación, en fin.
Ojalá mostraran que con sus discursos y propuestas −a diferencia de los varones que por 200 años nos han gobernado− que son diametralmente opuestas a los varones que nos llevaron al hartazgo en temas políticos y ciudadanos. Ojalá nos devolvieran la esperanza y entendieran que el fin justifica los medios sólo cuando de por medio se encuentra la justicia. Así las cosas.