Historia de un soldado: las hazañas de don Pedro Agüero

Opinión
/ 11 mayo 2023
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Don Pedro Agüero combatió por la República hasta su triunfo final. Se volvió costumbre para él aparecer citado en los partes de las batallas por su ejemplar valor. Acabado el sitio de Querétaro y acabada la vida de Maximiliano, a él se le encomendó buscar a don Juan Méndez, general imperialista que había escapado antes de la catástrofe final. Lo halló en un subterráneo hecho ad hoc para ocultarlo, con provisión de alimentos para pasar dos meses. Lo hizo prisionero y presidió su ejecución en la alameda de Querétaro a las 7 de la mañana del 19 de junio de 1867. Luego volvió a Coahuila don Pedro Agüero, cargado de glorias.

Su corazón latía con el recuerdo de la guerra y de sus propios combates hazañosos. Se encendía con el fervor de su apasionada admiración por Juárez, y vio cumplido su deseo de que don Victoriano Cepeda lo presentara al héroe.

Se dedicó al cultivo de la tierra; decía que nomás para eso servía él. Fundó dos ranchos. A uno le puso el nombre “Juárez”, al otro “Guelatao”. Cada 21 de marzo y cada 18 de julio hacía disparar salvas de fusilería a los labriegos, en conmemoración de los aniversarios de su héroe. Peleó después más veces, bien por encomienda oficial en persecución de bandoleros, bien en las una y mil luchas intestinas de su Estado, siempre al lado, fiel hasta lo último, de don Victoriano Cepeda, su antiguo superior.

En la Villa de Patos era invitado siempre a las celebraciones cívico-patrióticas, como suelen decir los papeles de invitación a tales actos, y ahí, ya viejo, encanecido y con voz más vacilante aún que cual la tuvo siempre, solía pronunciar trémulas tiradas oratorias que nunca podía terminar porque se le quebraba la voz en la garganta y luego se echaba a sollozar. Los muchachillos de General Cepeda le decían irrespetuosamente “La Llorona”, pero que no los oyeran sus papás, porque ellos sí sabían lo que aquel hombre había sido antes de ser el anciano que ahora era.

Velos más tristes cubren los últimos días de don Pedro. Cuando don Venustiano Carranza se levantó en rebeldía contra el gobierno de Victoriano Huerta, don Pedro Agüero, anublada la razón, ofreció su brazo de viejo soldado al gobierno que él consideraba legítimo. Hubo de marchar después, como en triste destierro, a la Ciudad de México, y allá murió el 8 de diciembre de 1913. En su tumba el orador habría de lamentar que nunca las águilas del generalato hubiesen anidado en el kepí de aquel sencillo luchador, coronel Pedro Agüero, que tanta vida dio para salvar la de la Patria en aquellas sus horas más difíciles.

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