La habitación que compartimos con Giovanni; la trágica vigencia de James Baldwin

Opinión
/ 11 julio 2025

Una lectura de La habitación de Giovanni revela cómo el deseo queer sigue chocando con los límites impuestos por el miedo y la vergüenza. Entre mariachis, clósets y habitaciones ajenas, Baldwin sigue doliendo.

Errar es de humanos y vengo pidiendo la gracia divina. En el texto de hace dos semanas (Cuando tu crush tiene novio, una historia sin ‘continuará...’) insinué que antes el amor diverso era menos complejo. Pero La habitación de Giovanni, de James Baldwin, me dio una cachetada por atrevida. Sí, esto es un reporte de lectura, pero también tiene uno que otro chisme.

Yo nací mentalmente enfermo. En 1987, la homosexualidad aún era considerada una enfermedad por la OMS y, aunque los movimientos de liberación llevaban casi dos décadas de lucha, no fue sino hasta 1990 cuando se eliminó esa categoría. Digo fechas porque hace poco vi a una pareja de hombres, de unos 60 años, saliendo del supermercado en Ciudad de México. Se tomaban de la mano y, en la puerta, se dieron un beso. ¿Cómo llegaron hasta ahí? ¿Acaso son viajeros del tiempo?

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Antes, durante el rodaje donde conocí a Saúl, vi a dos mariachis de edad similar que —según yo— se cantaban con mucha intimidad Si nos dejan, de José Alfredo Jiménez, mientras amenizaban la comida en una tequilera. Mi cabeza voló tanto que imaginé una historia que ya tiene algunos párrafos y espero vea la luz algún día. Pero me detuvo una pregunta: ¿cómo sería una relación entre hombres de esa edad? Definitivamente no como Heartstopper.

En Saltillo solo conozco a dos personas de esa generación que son abiertamente gay. Uno de ellos, pese a vivir con otro hombre, se niega a decir que es su pareja. Se le ve con frecuencia entrando y saliendo de cantinas, muy bien acompañado. Y del matrimonio ni hablar: siempre se negó a renunciar a la libertad que, según él, le ofrecía la clandestinidad.

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Cuando Giovanni llegó a mis manos, me dio un poco de luz sobre ese misterio. La novela está narrada por David, un joven estadounidense que, mientras su novia Hella recorre España, se enamora de Giovanni, un camarero italiano tan apasionado como desbordado. Cuando uno descubre que la heterosexualidad no es su camino, tiene dos opciones: vivir empujando los límites o intentar pasar desapercibido a la sombra del patriarcado. Los protagonistas son ejemplo de ello. Todo sucede en un París frío, escondido, nocturno, sin pertenencia. Y en esa ciudad que promete anonimato, David se descubre en un espejo que preferiría romper: el de su propio deseo.

Porque Baldwin no escribe solo sobre el amor entre hombres. Escribe sobre el miedo brutal a amar cuando ese amor no cabe en el mundo que uno ha aprendido a obedecer.

“Quizás, como decimos en Estados Unidos, quería encontrarme a mí mismo. Es una frase interesante, poco común, que yo sepa, en el idioma de otros pueblos, que ciertamente no significa lo que dice, pero delata la persistente sospecha de que algo se ha extraviado. Ahora creo que si hubiera tenido la menor sospecha de que el yo que iba a encontrar resultaría ser el mismo del que había huido durante tanto tiempo, me habría quedado en casa”.

Esta cita, que aparece hacia el final del primer capítulo, me parece un excelente ejemplo del tono y destino de la novela. Publicada en 1956, La habitación de Giovanni navega entre el ensayo y la narrativa romántica queer, como muchas historias LGBT+. Porque cuando la sociedad cuestiona tus afectos, también pone en duda tu existencia.

Aunque la edad de los personajes no se menciona, por las etapas que atraviesan podría decirse que están en sus veintitantos. Yo salí del clóset a esa edad, pero ya me sentía viejo. Hoy, afortunadamente, eso ocurre antes. La esperanza es que algún día desaparezca el tormento de la “revelación como heterodivergente”, y se la debemos, en parte, a Baldwin —escritor negro, abiertamente homosexual, en la América racista y puritana del siglo XX—. Decidió escribir una historia entre hombres blancos en París. Lo hizo para hablar con mayor libertad del deseo queer. Pero lo que construyó fue más que una historia de amor: fue una confesión universal sobre lo difícil —y aún, en muchos lugares, imposible— que es vivir en verdad.

Pongo la etiqueta de “romántica” a la novela no porque narre un amor idealizado, sino porque los personajes viven sus emociones al extremo. David es un hombre quebrado, mentiroso y lleno de miedo. Ama a Giovanni, pero lo niega. Lo desea, pero lo abandona. No porque no sienta, sino porque no se permite sentir.

Cada página es testigo de una batalla silenciosa entre el deber y el deseo, entre el molde y la verdad, entre la vida que se espera de ti y la vida que podrías tener si fueras valiente. Baldwin no lo juzga. Lo deja hablar. Y en esa confesión resuena el eco de nuestras propias huidas. Al menos, eso me pasó a mí.

Al pensar en cómo se habrían enamorado los mariachis, me pareció ingenuo imaginar que tuvieran gestos clásicos de noviazgo: flores, citas, cariño público. La habitación de Giovanni me dio la razón: eso no pasaba. Y aunque ahora es más común ver muestras de afecto homosexual en las calles, aún hay quienes aman en secreto, quienes se niegan a sí mismos y eligen la culpa en lugar de la honestidad. Y con esa decisión, provocan un daño profundo a su alrededor.

A diferencia de la literatura actual, Baldwin no teme a las largas descripciones ni a las divagaciones ensayísticas. Puede hacer que la lectura pese para algunos, pero lo que logra es un retrato fiel de la época, con una claridad brutal sobre las heridas de la vergüenza, los desastres del amor no asumido, los cuerpos que se tocan a escondidas y las palabras que no se dicen nunca. Con eso, nos dejó una novela que no envejece. Una historia que sigue latiendo en cada persona que alguna vez se sintió fuera de lugar.

La habitación no es solo un espacio físico. Es el refugio secreto donde los protagonistas se permiten ser. Pero ni siquiera ahí David se entrega del todo. Porque incluso en la intimidad, el estigma de los roles sexuales persiste. Y cuando la habitación desaparece —cuando el amor se rompe—, lo que queda es un abismo. Una vida que no se atrevió a vivirse.

Quizá todos hemos tenido nuestra propia habitación de Giovanni. Un lugar donde el amor nos mostró quiénes éramos, pero también lo que estábamos dispuestos a perder por no aceptarlo.

Creo que en este punto volveré a mis dramas: la salida del clóset, el primer amor. Historias que, como comunidad, debemos contar. No solo para recordar, sino para no sentirnos tan solos.

Termino con mi parte favorita del libro: el consejo de Jacques a David. Me gusta no solo por su belleza, sino porque me recuerda lo buenos que podemos ser dando consejos... y lo malos que somos aplicándolos.

“—Ámalo —dijo Jacques con vehemencia—, ámalo y deja que te ame. ¿Crees que algo bajo el cielo importa realmente? ¿Y cuánto tiempo, como mucho, puede durar ya que ambos son hombres y aún tienen mucho por hacer? Solo cinco minutos, te lo aseguro, solo cinco minutos, y la mayor parte, ¡helas! (desgracias), en la oscuridad. Y si piensas que será algo sucio, entonces lo será; será sucio porque no estarás dando nada, estarás menospreciando tu carne y la suya. Pero puedes hacer de ese tiempo juntos algo que sea cualquier cosa menos algo sucio; pueden darse algo que los hará mejores a ambos, para siempre, si decides no avergonzarte ni jugar siempre a la segura. Has ido a la segura por mucho tiempo —dijo en otro tono—, y vas a terminar atrapado en tu propio sucio cuerpo por siempre, justo como yo”.

Saltillense. Periodista egresado de la UAdeC, iniciado en 2007, forjado en nota roja, nutrido en artes y espectáculos; consolidado en locales. Apasionado de la gastronomía, fotografía, diseño y moda.

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