La ocasión la pintan calva

Opinión
/ 11 agosto 2025

A los calvos les ha preocupado siempre su calvicie. Por causa de ella se sienten menesterosos, indigentes

Casi siempre las buenas noticias van acompañadas de una mala.

–La buena es que a la Paramount le gustó mucho tu libro. La mala es que la Paramount es una chiva.

Casi siempre las malas noticias van acompañadas de una buena.

–La mala noticia, señor, es que su esposa tiene una enfermedad venérea. La buena es que usted no se la contagió.

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No existe dolor absoluto ni hay felicidad completa. En la más negra tempestad se ve un claror, y en el más radioso cielo de la primavera hay una nubecilla. La vida, dijo O. Henry, está hecha por partes iguales de risas y lagrimeos.

A los calvos les ha preocupado siempre su calvicie. Por causa de ella se sienten menesterosos, indigentes. El vocablo “bisoñé’”, que designa al adminículo piloso usado por algunos calvos para cubrir su desnudez craneana, viene de la palabra francesa “besogneux”, que quiere decir necesitado.

De todos los remedios echan mano los pelones. Recurren a mil variados expedientes. Los hay que tienen pelo en la parte de la nuca. Se lo dejan crecer hasta la cintura y luego se lo peinan hacia adelante. Otros tienen cabello en un lado de la cabeza. Con cuidado de artífices que trabajaran con hilos de oro y plata van disponiendo cada hebra sobre la monda y lironda superficie. Cuando terminan esa nimia labor parece que llevaran en el cráneo un código de barras.

Llega el momento, sin embargo, en que se acaba la materia prima aun para esas laboriosas peinaduras. Llega la hora en que los cabellos son tan escasos que cada uno puede tener su propio nombre: “Me parece que Amadís creció un poco”. “Hoy sufrí la pérdida de Gamaliel”. Tarde o temprano queda la cabeza igual que bola de billar.

Vengan entonces todos los recursos de la farmacopea y la charlatanería. A mil y mil expedientes recurren los calvitos, a cual más esotérico: frotarse la cabeza con agua de gobernadora; embarrarse en el coco caca de vaca serenada (serenada la caca, no la vaca); sacar el mondo cráneo por la ventana y exponerlo a los rayos de la luna llena (si hace surgir las mareas, con más razón podrá hacer que resurjan las débiles briznas del cabello).

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Hace unos días salieron dos noticias, una buena y una mala. La buena es que se acaba de descubrir un nuevo medicamento que hace salir el pelo en cuestión de días. La mala es que tal medicina provoca la desaparición absoluta del apetito sexual. Puestos a escoger, estoy seguro de que muchos calvitos preferirán andar greñudos a andar calientes. Sin embargo, también tengo la certidumbre de que sus esposas reprobarán esa elección, y los preferirán pelones, pero cachondones.

Si Dios me enviara el don de la calvicie –dicen que todos los calvos son muy viriles, y además inteligentes– yo ostentaría mi calva con altiva dignidad. No la ocultaría con pelucas parecidas a coleadores o estropajos. Caminaría erguido y orgulloso, igual que aquellos grandes actores del ayer, pelones de solemnidad, Telly Savalas y Yul Brynner. Presentaría mi calvicie al mundo no como una carencia, sino como galana muestra de buen juicio y enhiesta masculinidad. Y en mi escudo pondría el siguiente lema:

“Dios hizo muy pocas cabezas perfectas. Todas las demás las cubrió con pelo”.

Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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