La receta perfecta para perderlo todo (y echarle la culpa al clima)
Perder por error es humano. Perder por cobardía es común. Pero perder por costumbre... eso ya es autogol profesional
Hay gente que pierde por arriesgarse. Y luego estamos los profesionales, los que perdemos por pendejos, por no hacer ni madres. Sin accidentes, sin traiciones, sin tragedia griega... nomás por no saber qué hacer con lo que valía la pena. Por pensarlo tanto que se enfría. Por planear tanto que ya no importa. Por esperar el “momento perfecto” como si el mundo fuera a detenerse a preguntarte si ya estás listo.
Pero perder no siempre es una tragedia. A veces es una rutina. Vas dejando cosas valiosas por ahí: ideas, tiempo, salud, personas. No te das cuenta porque todo parece estar bajo control. Y justo ahí está el truco: no duele mientras se va... duele cuando volteas y ya no hay nada.
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Claro, siempre hay excusas: “Es que no sabía”, “es que no era el momento”, “es que estaba cansado”, “es que no me apoyaron”, “es que estaba esperando el pago, el permiso, la señal, la motivación, el empujoncito...”. No estabas esperando nada. Nomás no tuviste huevos.
Y luego haces como que te vale, como que era parte del camino, como que “todo pasa por algo”. No pasa ni madre: lo dejaste ir. O lo dejaste morir. Y te haces el loco, pero sabes bien que pudiste haber hecho más. No era tan difícil. Sólo era actuar. Pero no. Te sentaste a ver cómo se iba todo lo que importaba. Y todavía lo cuentas como anécdota. Bravo.
Hay cosas que se pierden en silencio. No hacen ruido, no hacen drama, no tienen final épico. Nomás un día ya no están. Como esos lugares que uno deja de visitar sin decir por qué. A veces, la última vez no parece la última... hasta que entiendes por qué no volviste. Y tampoco te volvieron a abrir.
La verdad es simple: si lo perdiste, no siempre se recupera. Y, si todavía estás a tiempo, no esperes que te manden una señal con luces y banda. Las oportunidades no vienen con tutorial. Actúas, o te las meten por donde no entra la vergüenza.
No esperes otra vuelta de la vida. No todas las cosas buenas son reciclables. Algunas se vencen. Y otras, simplemente, ya no aguantan.
¿Quieres dejar de perder? Haz las cosas, aunque no estés listo. Aunque no sepas cómo. Aunque tengas miedo. Aunque no te aplaudan.
Perder por error es humano. Perder por cobardía es común. Pero perder por costumbre... eso ya es autogol profesional. Y lo peor no es lo que se va, sino que cada vez duele menos. Te vas acostumbrando a dejar pasar oportunidades, a quedarte callado, a no moverte, a esperar que las cosas cambien solas, como si la vida te debiera una segunda vuelta sólo por existir.
Pero la neta es esta: La vida no repite platillos. No guarda lo bueno en el refri. No te dice “ahorita no, regresa en media hora”. Lo que no aprovechas, se va. Lo que no haces, se enfría. Y lo que no valoras, se entrega a alguien más.
Y tú puedes seguir disfrazando tu parálisis con frases bonitas: “Estoy esperando el momento ideal”, “Estoy pensando bien mis pasos”, “No quiero precipitarme”. Pero sabes que no es eso. Lo que pasa es que te dio miedo. Miedo de pagar el precio de actuar. Porque actuar cuesta: tiempo, esfuerzo, incomodidad y riesgo de equivocarte.
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¿Y sabes qué? Sí, puede que la cagues. Puede que no salga como pensabas. Pero mínimo lo intentaste. Mínimo diste pelea. Mínimo no te quedaste viendo cómo se iba todo por la ventana mientras tú te hacías el dormido.
El que sigue perdiendo sin aprender no merece que le pasen cosas buenas. Porque las cosas buenas no se dan solas. Se construyen, se cazan, se buscan y se ganan.
Así que o te mueves... o te quedas ahí sentado, viendo cómo todo lo que alguna vez valía la pena se va... sin hacer ruido, sin despedirse y sin volver. Y cuando te des cuenta... ya no estarás perdiendo: ya serás el chiste. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?
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