La urna electrónica en México: cómo cruzar el abismo de su implementación

La urna electrónica en México: cómo cruzar el abismo de su implementación

Aunque desde 1911 se usan dispositivos mecánicos para ejercer el voto, la consolidación de esos métodos no ha llegado

Opinión
/ 26 septiembre 2025
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La digitalización de las elecciones no es un simple asunto de cables y pantalla, sino un desafío institucional que pone a prueba a la política y confronta tradiciones culturales profundamente arraigadas. En medio de esa tensión, la urna electrónica se presenta como una promesa seductora para agilizar procesos, blindar la transparencia y dotar de total confianza al voto. Pero no siempre ha cumplido lo que promete y su adopción ha dejado un historial de aciertos y tropiezos.

El gran aprendizaje internacional es que la tecnología, por sí sola, nunca basta. Brasil logró avances porque eligió escenarios con infraestructura sólida y urnas fáciles de usar; India adaptó sus máquinas a la precariedad eléctrica y a la diversidad cultural, incorporando símbolos para votantes analfabetas y Estonia dio un salto mayor al convertir su identidad digital en soporte del voto en línea. La constante, en todos estos casos, fue resolver problemas reales, no innovar por innovar.

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En contraste, Holanda, Irlanda y Alemania dieron marcha atrás a sus implementaciones tras detectar fallas de seguridad y enfrentar la resistencia de votantes que defendieron el ritual del papel como un símbolo democrático, ya que votar no era, para ellos, solo un acto técnico sino también un rito de pertenencia y, cuando la tecnología amenaza con arrebatarlo, la sociedad puede rechazarla sin miramientos.

Las experiencias, dentro y fuera de México, muestran que hablar de urnas electrónicas no es solo discutir sobre máquinas y fierros, sino que es necesario considerar cinco factores clave:

Primero: la disponibilidad tecnológica, que se refiere a contar con la tecnología adecuada en los diferentes espacios (zonas geográficas) y temporalidades (pertinencia y oportunidad).

Segundo: la diversidad geográfica y demográfica para asegurar que las urnas electrónicas funcionen adecuadamente en distintos contextos socioeconómicos y culturales.

Tercero: la transparencia y verificabilidad, sin las cuales cualquier resultado queda bajo sospecha.

Cuarto: la eficiencia y la reducción de costos, un argumento recurrente que suele sonar mejor en el papel que en la práctica.

Y, finalmente y sobre todo, la confianza y legitimidad, es decir, la certeza de que el voto está protegido, es secreto y será contado tal cual se emitió. Sin este último elemento, los demás no pasan de ser promesas huecas.

$!En 2024 se usaron urnas electrónicas en 44 casillas especiales que se instalaron en la Ciudad de México.

En México, la historia de las urnas electrónicas no es nueva: ya desde 1911 la Ley Electoral contemplaba el uso de dispositivos mecánicos para recibir votos, un atisbo de modernización que terminó enterrado en la década de los ochenta.

Hubo que esperar hasta 2014 para que la legislación nacional volviera a abrir la puerta a los medios electrónicos, aunque para entonces algunos estados ya habían dado pasos firmes por su cuenta. Coahuila fue pionero en 2005 con la primera experiencia vinculante y el desarrollo de varias generaciones de urnas propias. Jalisco se sumó en 2009 con un sistema que incorporaba testigos impresos. El INE diseñó y probó su propio modelo en ejercicios piloto que han dejado lecciones valiosas.

Dos décadas de ensayos han demostrado que la urna electrónica puede ofrecer rapidez y certeza y que quizá ya sea momento de pensar en una implementación masiva.

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Un modelo útil para lograr dicha implementación es el del “ciclo de adopción de tecnología” de Geoffrey Moore, el cual propone una estrategia para que una tecnología sea adoptada en mercados masivos y, aunque nació en el ámbito empresarial, podría proponerse para el terreno electoral. Este modelo distingue cinco tipos de nichos (o mercados), desde los primeros usuarios hasta los mercados masivos:

Primero están los innovadores, los que prueban las nuevas tecnologías antes que nadie, aun con fallas técnicas de por medio. Después vienen los adoptantes tempranos, visionarios que buscan obtener ventajas estratégicas y están dispuestos a correr riesgos. Más adelante aparece la mayoría temprana, pragmática y cautelosa, que no se mueve sin pruebas sólidas. Luego llegan la mayoría tardía y, al final, los rezagados, que aceptan el cambio solo cuando la tecnología está probada y consolidada.

Sin embargo, en este modelo, Moore advierte la existencia de un espacio entre los nichos de adoptantes tempranos y la mayoría temprana que suele tragarse a muchas innovaciones, al cual llama “abismo”. No es un simple obstáculo: es la frontera entre el entusiasmo de unos pocos y la aceptación masiva. Para cruzarlo no basta con buenas intenciones, sino que se requiere una estrategia concreta que considere cuatro elementos:

Primero, ofrecer un “producto completo” que resuelva todas las dudas y necesidades del usuario; segundo, concentrar los esfuerzos en un nicho bien elegido, que ofrezca posibilidades de un éxito visible y replicable; tercero, apoyarse en canales de distribución con influencia real, es decir, personas o grupos capaces de decidir y convencer y, cuarto, desplegar campañas de difusión claras, que inspiren confianza y disipen miedos.

$!En 2011, el Instituto Electoral del Distrito Federal recibió seis unidades del prototipo industrial de votación electrónica por parte de la empresa Pounce Consulting. F

Como propuesta para superar el abismo en México se pudiera plantear una estrategia que atienda cada uno de los elementos señalados por Moore:

Primero es necesario contar con un “producto completo”: no solo un modelo único nacional, sino también software auditado, protocolos de seguridad, capacitación, respaldo en papel y un plan de contingencias.

Después debe elegirse con inteligencia el nicho inicial, es decir, regiones receptivas donde los casos de éxito sirvan como referentes.

En tercer lugar es preciso sumar aliados clave: autoridades, partidos, instituciones académicas y organizaciones civiles que respalden la innovación.

Por último, debe informarse con claridad y pedagogía, desmontar rumores con pruebas públicas y campañas transparentes. De otro modo, esta tecnología, por más prometedora que sea, corre el riesgo de quedarse varada en el limbo de las pruebas piloto.

México tiene hoy las condiciones para dar un paso decisivo hacia la modernización electoral. Cuenta con experiencias locales, con modelos probados, con aprendizajes acumulados y con un contexto ciudadano que reclama procesos más ágiles y confiables.

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En la coyuntura de la anunciada reforma electoral resulta deseable que la voluntad política se traduzca en una estrategia que combine técnica con pedagogía democrática. Entender en qué punto del ciclo estamos es fundamental para dar el salto de un nicho al siguiente y cruzar, de una vez por todas, el abismo de una tradición en papel a la promesa de la tecnología.

La presente es una síntesis del artículo “La adopción de la urna electrónica en México: un análisis comparativo y los retos para cruzar el abismo”, publicado por el autor en la Revista Internacional de Derecho Público de la Universidad de Monterrey.

El autor es Doctor en Políticas Públicas y cuenta con una sólida trayectoria en los sectores público y privado, en áreas de finanzas, administración y asuntos legales. Ha ejercido como docente en universidades públicas y privadas, impartiendo cursos de finanzas, evaluación de proyectos y políticas públicas. Su trabajo académico incluye investigaciones y publicaciones en temas como finanzas corporativas y públicas, diseño y evaluación de políticas, capacidades institucionales y sistemas electorales.

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