¿Por qué estamos solos?

Opinión
/ 12 junio 2025

La soledad no se resuelve buscando compañía, sino aprendiendo a ser compañía; no se cura a partir de más citas, sino comenzando a tener relaciones más sanas

Vivimos en una época totalmente incomprensible, pues nunca habíamos estado tan conectados y al mismo tiempo tan solos. La soledad se ha convertido en una de las epidemias silenciosas del siglo 21, y no hay distinción entre hombres y mujeres, quienes afirman estar solos por igual. Sin embargo, más allá de las cifras o los diagnósticos clínicos, existe una fuente emocional que muchas veces olvidamos: la soledad de hoy no proviene del aislamiento físico, sino de la incapacidad de construir bien los lazos. Aun así, estamos solos porque no sabemos construir bien la pareja.

La soledad, para hombres y mujeres, es un padecimiento que atraviesan, aunque sus líneas de vida son distintas. Muchos hombres se han visto desarmados por un nuevo paradigma de relación que exige empatía, comunicación emocional y equidad, mientras que muchas mujeres han tenido suficiente de querer aguantar una relación donde no se les escucha, ni se les valora, ni se les respeta.

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El problema no está en no querer amar o ser amados, está en que hemos crecido con modelos del amor defectuosos. Nos enseñaron sobre el deseo de la pareja perfecta, pero no a ser una buena pareja. Nos enseñaron a pedir, pero no a dar. Nos enseñaron a esperar comprensión, pero no a ofrecer comprensión.

Amar es más que sentir mariposas o nervios en el estómago: requiere saber escuchar sin interrumpir, saber validar emociones sin minimizar, saber expresar necesidades sin manipular, saber resolver conflictos sin despreciar. Amar requiere sentirse presente en la relación, humildad para pedir perdón, madurez para cambiar. Pero la mayoría de nosotros no fuimos educados para ello.

Los hombres muchas veces aprendimos que ser vulnerable era sinónimo de debilidad. Las mujeres, por su parte, fueron educadas para complacer, sacrificarse y esperar que el otro cambie algún día. El resultado: vínculos frustrantes, silencios incómodos, reproches acumulados y afectos marchitándose lentamente.

La psicóloga Brené Brown advierte: “la conexión humana es el objetivo básico de la vida, pero sólo se puede lograr desde la autenticidad”. Para ser auténtico en pareja hay que mostrarse tal cual uno es, con heridas, defectos, inseguridades, etc., pero también mostrar disposición al cambio, a la escucha, a la ternura.

Desafortunadamente, muchas relaciones en la actualidad se articulan en la lógica del control o la exigencia, en lugar de la colaboración y el cuidado; son parejas que compiten entre sí, que se manipulan emocionalmente, que se castigan con el silencio o que se utilizan mutuamente como escapatoria del propio vacío. Por tanto, no es de extrañar que estemos solos: no sabemos construir el amor que sostiene, nutre y acompaña.

Desde mi punto de vista, estar solos no es la incapacidad de tener pareja, sino que no sabemos cómo tratarla/o bien. Muchos de nosotros no estamos siendo rechazados porque la vida es injusta, sino porque no hemos aprendido −o querido aprender− a relacionarnos desde el respeto, la reciprocidad y la vulnerabilidad.

El amor adulto no es espontáneo ni instintivo: se aprende y no es fácil. Amar no es simplemente tener un sentimiento de afecto hacia la otra persona, es compromiso y entrega. Hombres y mujeres necesitamos reaprender a convivir desde el respeto, no desde la idealización o el sacrificio. Necesitamos dejar de buscar culpables y empezar a hacernos responsables de cómo estamos amando. La soledad no se resuelve buscando compañía, sino aprendiendo a ser compañía; no se cura a partir de más citas, sino comenzando a tener relaciones más sanas.

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La soledad que sentimos no es irreversible. Es un testimonio de alarma que nos permite salir transformados. Quizás el problema no sea que nadie nos comprenda, sino que no hemos aprendido a comprender al otro. Tal vez el amor verdadero no se ha ido del mundo, sino que espera que lo tratemos mejor.

“Amar no es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección” (Antoine de Saint-Exupéry, autor de “El Principito”).

Es licenciado en Educación con Maestría en Desarrollo Organizacional por la UdeM. Maestría en Psicopedagogía Clínica en España. Cuenta con doctorado en Currículum e Instrucción por la Universidad del Norte de Texas y estudios de Postrgrado en Educación, género, aprendizaje y cerebro en el programa de Velma Smichdt por la Universidad del Norte de Texas.

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