Velada con historia, sazón y espíritu; todo en el Museo de la Revolución
La séptima cena maridaje de Vive Tu Centro transformó el Museo de la Revolución en una experiencia multisensorial que combinó cocina de raíces, historia, espiritismo y música norteña-romántica
El saxofón de Gustavo Villarreal flotó entre macetitas de hierbas aromáticas que adornaron cada mesa del patio. Baladas suaves abrieron paso al primer gesto de la noche: un drink de sotol frío —el Mulita de Coahuila— con yerbas, servido junto a taquitos rojos de papa y frijol, en un clásico carrito rojo. El crujir del taco y el balance de sal explicaron por qué llevan casi 85 años en el gusto de la gente.
Mientras los asistentes disfrutaron, Ivonne Orozco dijo que el menú se inspiró en Sara Pérez, esposa de Madero, y en mujeres que cocinaban “con lo que tenían y como podían” en tiempos de la Revolución. “Las Delicias de mi General nace de ese imaginario”, dijo al compartir que la cena coincidió con el décimo tercer aniversario del restaurante.
En seguida, el arquitecto Marco Flores tomó la palabra. Contó que la casona mantiene su estructura original: tres patios. La cocina se ubicaba al fondo del último, para que las madres vigilaran su hogar. “De ahí la frase ‘ya te pasaste hasta la cocina’”. Agregó que el ahora museo fue también sede de la hoy Facultad de Artes Plásticas de la UAdeC. “Si tienen bebida, tráiganla”, dijo para guiar a los invitados al sótano.
La oscuridad, rota por veladoras en el piso, permitieron a las sombras deslizarse por los muros. Al fondo, un círculo de velas rodeó a Odethe, vidente. A su lado, la historiadora Diana Esther Martínez relató, en voz de Francisco I. Madero, la búsqueda espiritual tras la muerte de su hermano. Habló de trance, espiritismo, sacrificio. Las puertas comenzaron a golpear y las tablas a caer. “Si esta noche alguien toca su puerta... no olviden que sigo aquí”, dijo al cerrar la charla sobre Madero y su amada, Sara.
Quien quiso se quedó a recibir una limpia energética con humo y copa a cargo de Odethe. Según se percibió, cada ritual era distinto, como si estuviera adaptado a la energía de cada quien.
Quien no, subió al patio donde ya servían el segundo tiempo: gazpacho verde con bolita de queso empanizado y tortilla crujiente. El vino —verdejo ligero— conectó la tensión del sótano con el frescor del plato.
Daniela Peña guió los tiempos, explicando cada platillo. A ratos se sumaron representantes del sotol y la vinícola para narrar el origen de cada bebida.
El tercer tiempo fue entrañable: tamal de frijol entero con queso y tomatitos, acompañado de asado de puerco con bolsita de salsa. Llegó el vino tinto, y también los DJ Nacho Domínguez y Giorgio. La música se volvió norteña —El Duelo, Intocable, Pesado— hasta que el Ballet Folklórico Ixtle tomó la pista con polka y huapango. Bailando entre las mesas, se llevaron a algunos comensales a zapatear.
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El cuarto tiempo en el menú fue el postre: mil hojas de campechana con helado de queso y chocolate amargo. Una copa de vino rosado completó la escena aesthetic: plato con canela, texturas crujientes y garapiñado dulce.
Para cerrar, el monchis: conchitas callejeras con toppings —queso amarillo, salsas, elote, chile del que pica y del que no— y, para tomar, un París de Noche en bolsita con popote — como el refresco en la tiendita de la esquina— . Con cumbia tejana, villeras y salsa los comensales se fueron de apoco despidiendo del recinto y su energía.
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