Augusto Gossmann Tesdorpf: El patricio hanseático que capturó el Saltillo porfiriano
Nacido en el mundo hanseático, dejó Europa para convertirse en comerciante, traductor y cronista visual de una ciudad que hoy le debe gran parte de su memoria gráfica
El 11 de enero de 1867 nació en Lubeck, Alemania, Augusto Gossmann Tesdorpf. Su padre, Augustus Gossmann, era un próspero banquero establecido en Hamburgo, una de las ciudades financieras más importantes del norte de Europa. Su madre, Lissinka Emilie Mathilde Tesdorpf, provenía de la nobleza rusa.
Augusto tuvo tres hermanos: Wilhelm, George y Walter. Dos se dedicaron al mundo de los negocios, siguiendo la tradición familiar de empresa y comercio. El otro llegó a un puesto de gran distinción: fue guardia de la corte de Guillermo III, Emperador de Alemania y Rey de Prusia, entre 1888 y 1918. La posición significaba pertenecer al círculo más cercano del poder en el Imperio Alemán. Augusto fue el único que tomó el camino más complicado: cruzar el Atlántico para buscarse la vida en México.
EL MUNDO HANSEÁTICO
Para entender quién era Augusto y de dónde venía, hay que comprender qué significaba ser hanseático.
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La palabra proviene del alto alemán hansa, que quiere decir “gremio” o “sociedad”. Se refiere a la Hansa, una poderosa confederación medieval de ciudades mercantiles del norte de Europa, en su mayoría alemanas, que se aliaron para proteger y expandir el comercio marítimo en el Mar Báltico y el Mar del Norte.
La Liga Hanseática dominó las rutas comerciales europeas. Sus redes conectaban desde Rusia hasta Inglaterra, desde Escandinavia hasta Flandes. Ciudades como Lubeck, Hamburgo, Bremen y Danzig se convirtieron en centros de poder económico y político.
Desarrollaron así una cultura mercantil única basada en el honor comercial, la cooperación entre ciudades iguales.
LOS TESDORPF DE LUBECK
Lubeck, era conocida como la “Reina de la Hansa”, la ciudad más influyente de toda la confederación. Familias como los Tesdorpf, quienes formaban parte de una aristocracia particular, no eran nobles por herencia de sangre real, sino aristócratas del comercio. Habían construido su prestigio a lo largo de generaciones mediante el éxito en los negocios, el servicio público a su ciudad y la filantropía.
En 1678, los Tesdorpf fundaron Carl Tesdorpf, considerada la primera casa comercial de vinos en Alemania. Durante generaciones no solo comerciaron con los mejores vinos franceses, sino que desarrollaron técnicas únicas para mejorarlos. Su especialidad era el famoso Lubecker Rotspon: un vino tinto que maduraba durante su transporte marítimo, expuesto al clima frío y húmedo del Báltico, adquiriendo un sabor único y excepcional que no podía replicarse en tierra.
Peter Hinrich Tesdorpf, antepasado de Augusto, alcanzó la alcaldía de Lubeck en 1715. Esto era típico del mundo hanseático: los grandes comerciantes no solo hacían fortuna, también asumían la responsabilidad de gobernar y servir a su ciudad.
EL HOMBRE QUE LLEGÓ A SALTILLO
Augusto Gossmann era de estatura mediana, pelirrojo con ojos azules intensos y piel muy blanca, características típicas de la gente del norte de Alemania. Vestía siempre elegante, con sus trajes bien cortados y su bigote perfectamente arreglado al estilo de la época.
Era luterano, como correspondía a un alemán del norte, pero demostró flexibilidad espiritual: se convirtió al catolicismo después de mudarse a México y establecerse en Saltillo, a donde llegó poco antes de que terminara el siglo XIX como hombre de negocios.
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Su bisnieta, Camile Weimar, con quien estuve en contacto, me contó que su bisabuelo Augusto, también se dedicaba a las importaciones y exportaciones entre Europa y México, aprovechando sus contactos familiares en el mundo comercial alemán.
Los registros oficiales de la tesorería municipal de Saltillo confirman su actividad: entre 1897 y 1905 aparece pagando impuestos bimestralmente por su “Agencia de Publicaciones”, su primer establecimiento comercial en la ciudad donde vendía impresos y revistas internacionales.
Augusto dominaba seis idiomas: alemán, francés, ruso, inglés, holandés y español. Esta habilidad lo convirtió en figura indispensable para la élite saltillense y para el propio gobierno. Realizaba trabajos oficiales, interpretaba y traducía cuando llegaban dignatarios extranjeros a la ciudad.
Su espíritu emprendedor, que seguramente heredó de sus ancestros comerciantes hanseáticos, lo llevó a diversificar sus actividades. Además de su agencia de publicaciones, abrió el Salón Saturno, un bar que se convirtió en uno de los pocos espacios de esparcimiento refinado disponibles en la ciudad.
También trabajaba como agente corresponsal en Saltillo de The Mexican Herald, un periódico que se editaba en inglés en la Ciudad de México y que buscaba informar a la comunidad angloparlante en México sobre los acontecimientos del país.
EL ARTE DE LAS POSTALES
Justo al inicio del nuevo siglo XX, Augusto Gossmann fundó su empresa más emblemática: la Mercería Elegante. El local estaba ubicado al sur de la Plaza Principal, hoy Plaza de Armas, en la cuarta puerta de la calle Juárez, entre Hidalgo y Allende, justo a un lado del Hotel de la Plaza. Hoy es sede de la Escuela de Ciencias Sociales.
Augusto vendía artículos diversos: productos de piel finamente trabajados, ópalos, gemas características de México que fascinaban a los europeos, material escolar. Pero tal vez lo que realmente distinguía al establecimiento, lo que lo hacía único y memorable, eran las postales de la ciudad de Saltillo.
PROMOTOR DE LA CIUDAD
Gracias a sus múltiples contactos con empresarios alemanes, tuvo por un tiempo la producción de tarjetas postales, imágenes de calidad excepcional. Lo que realmente distinguía el trabajo de Gossmann de otros fotógrafos era su visión artística. No se limitaba a fotografiar edificios vacíos y calles desiertas como hacían muchos de sus contemporáneos.
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Augusto incluía gente en sus imágenes: arrieros con sus mulas, mujeres caminando por las plazas, niños jugando, comerciantes en los portales. El elemento humano enriquecía enormemente las fotografías, les daba vida, contexto, historia. Sus postales no eran solo documentos arquitectónicos, eran fieles testigos de la vida cotidiana del Saltillo porfiriano.
TRAGEDIA, AMOR Y FAMILIA
En 1901, Augusto Gossmann contrajo matrimonio con Julia Rosaura Villarreal Flores, proveniente de una familia de General Cepeda. Rosaura era una mujer sencilla pero inteligente, con ese temple y esa fortaleza interior que solo se revela cuando llegan las adversidades.
Tuvieron cuatro hijos: Pura, Walter, José y Amelia. Estos niños crecerían con el apellido alemán de su padre, mexicanos por su madre y de corazón, llevando en su sangre esa herencia hanseática de comerciantes, nobles rusos y guardias imperiales, además portadores de la cultura de nuestra región.
El 12 de febrero de 1910, Augusto Gossmann Tesdorpf murió súbitamente de un ataque al corazón en la casa marcada con el número 32 de la segunda calle de Morelos en Saltillo. Tenía apenas 43 años. Un hombre en la plenitud de su vida, con negocios prósperos, una familia que mantener, proyectos en marcha.
Con su muerte cerró la Mercería Elegante y con ello se acabaron las postales. El Saltillo porfiriano perdió a su cronista visual justo cuando más lo necesitaría, porque ese mismo año de 1910 estalló la Revolución Mexicana. El país que Augusto había adoptado como suyo estaba a punto de transformarse radicalmente, y él no estaría ahí para documentar esos cambios de nuestra ciudad.
UNA MUJER EXCEPCIONAL
Julia Rosaura Villarreal, con cuatro hijos pequeños que alimentar, vestir y educar en el México revolucionario, demostró tener un temple extraordinario. Aquella mujer sencilla de General Cepeda reveló una inteligencia práctica y una fortaleza que le permitieron enfrentar las adversidades más duras.
Se reinventó como maestra de piano, usando los talentos musicales que había cultivado en su juventud para mantener a su familia. Daba clases en su propia casa, enseñando a los hijos de las familias que aún podían pagar por ese lujo.
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No tenía el linaje patricio de su difunto esposo, ni hablaba seis idiomas, ni venía de familia de banqueros o nobles rusos. Era simplemente una mujer mexicana que supo sacar adelante a sus cuatro hijos en los tiempos más difíciles que vivió el país. Su inteligencia estaba en la capacidad de adaptarse, de sobrevivir, de mantener unida a su familia.
EL ÉXODO A SAN ANTONIO
En 1920, Julia Rosaura y sus cuatro hijos, Pura, Walter, José y Amelia, se mudaron a San Antonio, Texas. Se unieron así a una ola masiva de mexicanos que emigraron a Estados Unidos durante y después de la Revolución.
San Antonio se había convertido en el principal refugio de familias mexicanas que huían de la violencia. La ciudad texana tenía la ventaja de estar cerca, se hablaba español casi tanto como inglés, y mantenía fuertes vínculos culturales y comerciales con México.
Para los exiliados mexicanos, San Antonio era un lugar donde podían reconstruir sus vidas sin sentirse completamente desarraigados.
GUARDIANES DE LA MEMORIA FAMILIAR
Más de un siglo después de la muerte de Augusto Gossmann, su descendencia está esparcida por Texas, México y otros lugares. Entre sus nietas se encontraba Coral Gossmann Migoni, una mujer que comprendió la importancia de preservar la historia familiar.
Coral fue una persona extraordinariamente agradable y generosa. Durante muchas conversaciones compartió información invaluable sobre la vida de su abuelo. Gracias a ella, la figura completa de Augusto pudo conocerse: el patricio alemán que dejó el privilegio atrás, el que se abrió paso en tierra ajena, el artista que preservó la belleza de una ciudad.
Hace un par de días recibí un correo electrónico de Camille M. Weimar mencionando la muerte de su madre, la señora Coral Gossmann Migoni, quien el día 1 de diciembre falleció. La noticia me llegó con profunda tristeza. Coral fue una persona muy agradable con quien platiqué muchas veces sobre la vida de su abuelo y quien me proporcionó mucha información sobre la vida de este cronista visual a quien la ciudad le debe mucho.
UN LEGADO VISUAL
Hoy, las postales de Augusto Gossmann Tesdorpf son verdaderos tesoros históricos. Coleccionistas de cartofilia las buscan ávidamente en mercados de antigüedades, subastas y ventas de colecciones. Historiadores las estudian como documentos de primer orden para entender el Saltillo porfiriano. Cada postal es una ventana al pasado que permite ver edificios que ya no existen, calles que han sido completamente transformadas, rostros de personas que vivieron hace más de un siglo.
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Los investigadores urbanos usan las postales de Gossmann para rastrear la evolución de Saltillo: qué edificios desaparecieron y cuándo, cómo cambió el trazo de las calles, cuándo se introdujeron ciertos servicios públicos, cómo se modificó la Plaza de Armas a lo largo del tiempo.
Para los saltillenses contemporáneos, estas imágenes son mucho más que curiosidades históricas. Son puentes emocionales con sus raíces, formas tangibles de conectar con los antepasados que caminaron por esas mismas calles cuando era diferente, a veces más bello.
Saltillo debe mucho a este alemán que capturó su esencia en más de setenta postales, que
preservó para las generaciones futuras la imagen de una ciudad que ya no existe pero que sigue viviendo en esas postales cuidadosamente compuestas. También a personas como Coral Gossmann Migoni, quien dedicó parte de su vida a mantener viva esa memoria, a compartir esas historias, a asegurarse de que su abuelo no fuera olvidado.
Reconozco a Julia Rosaura Villarreal, esa mujer sencilla pero inteligente de General Cepeda, que supo enfrentar las adversidades de los tiempos difíciles y sacar adelante a sus hijos, preservando así el legado de Augusto Gossmann para las generaciones futuras.
saltillo1900@gmail.com