Café Montaigne 347: Hoy ya nadie piensa; sólo se vegeta
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Por estos días me entrego a leer a Freud, lo mucho o poco de sus libros, los cuales tengo ya en mi escritorio. Lo hago por placer y buscando respuestas a preguntas eternas
No pocos comentarios recibí con motivo del anterior texto publicado en esta tertulia de café. Fue con el motivo y buen pretexto de celebrar los 95 años de la publicación del texto “El Malestar en la Cultura”, de Sigmund Freud. En 1930, Sigmund Freud publicó su célebre ensayo. A casi 100 años de su edición (cifra redonda; aniversario, el cual y como siempre, aquí ha pasado desapercibido), el libro se muestra lozano y jovial, y sigue molestando en muchas de sus partes y capítulos. Sus ideas siguen pinchando al día de hoy. Su ensayo hace pensar, reflexionar y levanta críticas a casi 100 años de su publicación original. Su tesis perturba aún hoy.
Muchos y hartos comentarios recibí al respecto. Y vuelvo a notar lo mismo de siempre en este Norte atado a sus recuerdos, vivos y muertos. De tenerlos, los ciudadanos. Hoy ya nadie recuerda ni piensa. Sólo se vegeta. A nadie le interesa ser inteligente, pensar o cuestionarse su entorno. A nadie. Los celulares son “inteligentes”; los humanos dejaron de serlo.
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Le decía de mi observación de siempre: a los pintores sólo les interesa (si acaso) leer sobre pintura. A los empresarios sólo les interesa saber sobre utilidades y ganancias. A los profesores sólo les interesa su estado de cuenta del ahorro para el retiro y, de vez en cuando, alguna nota sobre novedades en educación. A los ingenieros en la industria automotriz sólo les interesa la producción para así obtener mayores utilidades a la vuelta de año. En fin, se cumple aquello lo cual decía un escritor, creo recordar, el gran Gustave Flaubert, a propósito de un amigo suyo, a quien definió como “tonto, tonto, como un pintor”.
Lo siguiente tiene cola psicológica venenosa. Es decir, los pintores usan sus manos para crear (un grado más a los artesanos), pero no tanto su inteligencia. Menos sus ideas. De tenerlas. ¿Reproducen sólo la realidad? No todos. Pero en fin, es sintomático lo siguiente: cuando escribo en esta tertulia sobre escritores y libros, gente interesada en ello me intercambia ideas. Cuando escribo sobre música y músicos, los mayores lectores de ello son precisamente ejecutantes. Pero advierto una falta tremenda y terrible de vasos concomitantes (ignorancia, pues) de abogados, doctores, pintores, meseros (no todos, claro), los cuales al no hablar, por ejemplo, de leyes, en lo más mínimo se interesan en ese continente llamado “cultura”.
El siguiente es diálogo in extenso de los versos de la pieza poética y dramática, “Caín”, de Lord Byron (sigo la traducción y edición de “Poemas satánicos” de Lord Byron para editorial Akal; 400 páginas):
Adán: Caín, mi primogénito, ¿por qué estás callado?
Caín: ¿Por qué debería hablar?
Adán: Para rezar.
Caín: ¿No habéis rezado ya?
Adán: Con gran fervor.
Caín: Sonoramente: ya os he oído.
Adán: También lo hará Dios, creo.
Abel: ¡Amén!
Adán: Más tú, hijo, mi hijo mayor, ¿sigues aún callado?
Caín: Es mejor que esté así.
Adán: ¿Por qué lo dices?
Caín: Nada tengo que pedir.
Adán: ¿Nada qué agradecer?
Caín: Tampoco.
ESQUINA-BAJAN
¡Caramba con semejante diálogo en el infierno! En el mismo infierno, que no el cielo. Lord Byron (1788-1824) nos presenta en su ropaje netamente romántico, esos personajes muy suyos, los cuales cuestionan todos los signos ominosos posteriormente presentes (luego y en poco tiempo) en la cultura burguesa, avasallante, fría, deshumanizada, la cual llevó al desencanto. Desencanto, el cual hoy y más intensamente padecemos.
Lea usted los remilgos y reparos de Caín para rezar. Y esta es una primera cuestión no trivial, sino profunda y perturbadora: el rechazo de la oración como un signo de rebeldía, sacudirse una especie de yugo moral y divino ante un Dios por siempre injusto, el cual desde su atalaya de perfección y plenitud, no pocas veces premia al granuja y manda todas las calamidades al justo (Job, por ejemplo).
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¿Lo nota? Es la teoría esgrimida en 1930 por Sigmund Freud cuando publicó “El Malestar en la Cultura”. Y lo cual he contado en este mismo texto líneas arriba y en la tertulia pasada de este “Café Montaigne”. En glosa al ensayo de Freud, el analista León Rozitchner escribe: “La paradoja de la conciencia moral: castiga al justo más que al pecador”. Lo anterior lo dejó por escrito el poeta Byron sin dudar y para nuestra reflexión eterna.
Por estos días me entrego a leer a Freud, lo mucho o poco de sus libros, los cuales tengo ya en mi escritorio. Lo hago por placer y buscando respuestas a preguntas eternas. Voy a leer igual, su vida casi de película. Me interesa todo y quiero leerle, verlo y escucharlo todo en el invierno de mi vida. Así sea.
LETRAS MINÚSCULAS
¿Ha escuchado usted el término del “caldero agujereado” de Freud? Apasionante el divino loco. Lo anterior es, tal vez, lo cual a mí me pasa...