Saltillo: Nostalgia por el Santo Cristo

Opinión
/ 3 agosto 2025

La Plaza de Armas se poblaba de vendedores de la feria... Adentro del templo moraba la devoción y el rezo, la súplica al santo más milagroso

“No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido...”. El reverso de la estampa del Santo Cristo de la capilla de Saltillo contenía la versión completa del antiguo soneto anónimo del siglo 16, cuya lectura me dio acceso al recuerdo fresco y amable de los veranos de mi infancia, refugiado en la tienda y casa de mis abuelos, don Jesús y doña Lupe, enclavada en la esquina de Bravo y Aldama de mi natal tierra.

La paciencia de mi abuela sabía que a eso de las 5:15 de la madrugada me conducía de la mano por la empinada calle de Bravo para llegar, presurosos, al novenario al que puntualmente acudía año tras año desde quién sabe cuánto tiempo.

TE PUEDE INTERESAR: Coahuila, por los callejones

Ataviada con su chalina negra, como era la costumbre de las señoras grandes, y su inseparable rosario, escuchaba el sermón de monseñor Siller o aquel lenguaje extraño del padre Carlitos, con el Santo Cristo tendido en medio del templo, presto a la adoración y al besuqueo constante.

El retorno a la casa era de bajadita y más peligroso para mi abuela, pero yo me la pasaba deslizándome por las baldosas de mosaico que tapizaban la antigua calle donde Agustín Jaime bajaba a caballo.

Don Jesús, despachando en la tienda al lado de ese segundo tomo de mi padre, que era mi tío Chuy María, o el “nene Batán” –como era conocido–, quien en las noches estudiaba para convertirse en un ingeniero civil reconocido.

El desayuno era suculento, lleno de tortillas de harina recién hechas, huevo con chorizo comprado a don Jesús Lozano, allá por la Plaza de la Madre, frijoles de la olla, un vaso de leche y un molcajete de salsa martajada. Y “¿quién te pegó? Yo me caí solito”.

La fiesta grande del 6 de agosto, en cuya víspera recibía mi abuela a sus parientes, las Elenitas Ramos, y a las de mi abuelo: la tía Basilisa y Lupe Gómez, quienes viajaban de Monterrey a la adoración del santo.

Mis miedos iniciaban a eso de las 9:00 de la mañana, ya que era la hora en que me llevaban a ver a los matachines danzantes del Ojo de Agua, en un excelente y bien articulado espectáculo al sonido del tambor de Pancho Gámez, “La gallina”, y los giros armónicos de los ejecutantes en una mezcla de devoción y oficio. De repente, y sin avisar, el viejo de la danza te sorprendía con su muñeco de sololoy (celuloide) y trataba de meterte a la boca el asqueroso juguete desvencijado, con los cabellos parados y sin brazos; yo nada más lo veía y “¡patas, para qué son!”.

La Plaza de Armas se poblaba de vendedores de la feria –que había terminado un día antes– que se desplegaban en el lugar, en donde encontrabas lo mismo jarros de barro, juegos de canicas, tiro al blanco, carros mecánicos, algodón de azúcar, ver por un peso a la mujer que se convirtió en araña o al hombre degollado, que comprar cobijas de lana de Tlaxcala, enchiladas y gorditas de los barrios de la ciudad.

Adentro del templo moraba la devoción y el rezo, la súplica al santo más milagroso del mundo mundial, a quien le pedían imposibles o le agradecían las gracias otorgadas, en un ejercicio inmemorial que afortunadamente continúa.

Dicen que la imagen escogió el lugar de su morada cuando don Santos Rojo la trajo del sur de la república y ahí tenía que ser su templo.

Cristo, en su infinita misericordia, se entregó para lavar los pecados de la humanidad y hoy su pueblo, de seres perfectibles, lo adoran a partir de su vivencia, del seguimiento de los mandamientos, de la proclividad para apoyar al prójimo, de vivir en paz, de actuar con honradez y siendo humildes de corazón.

Decía Borges: “todo regalo es recíproco”. Dios, de quien recibimos el mundo, recibe de sus hijos al mundo, y en esa dinámica los devotos del Santo Cristo –estoy seguro– se esfuerzan por entregar las cuentas al Creador saldadas o, tal vez, rebosadas, al saber de la escritura.

TE PUEDE INTERESAR: Cinco curiosidades del Santo Cristo de la Capilla de Saltillo, ¿traído desde Veracruz?

Hoy adoramos al Dios vivo, al que habita en cada casa, en cada acción de bondad, en cada decisión para lograr el bien común y del que nos habla el Papa León, el decimocuarto: “Dios no grita. Dios susurra. Y a veces susurra desde el barro, desde el dolor, desde una abuela que te alimenta sin tener nada. No vengo a ofrecerles una fe perfecta. Vengo a decirles que la fe es un caminar con piedras, charcos y abrazos inesperados. No les pido que crean en todo. Les pido que no se cierren la puerta, dale una oportunidad a Dios que te espera sin juzgarte. Sólo soy un sacerdote que vio a Dios en la sonrisa de una mujer que perdió a su hijo... y aun así cocinó para otros. Eso me cambió. Así que, si estás roto, si no crees, si estás cansado de las mentiras... ven de todos modos, con tu ira, tu duda, tu mochila sucia. Aquí nadie te pedirá una tarjeta VIP. Porque esta Iglesia, mientras yo viva, será un hogar para los sintecho y un descanso para los cansados. Dios no necesita soldados. Necesita hermanos. Y tú, sí, tú... eres uno de ellos”.

Viva, pues, el señor Santo Cristo de la Capilla de la Catedral de Santiago.

Orestes Gómez es saltillense, estudió en la Facultad de Jurisprudencia de la UA de C y la Normal Superior de Coahuila las licenciaturas en Derecho y Educación Media. Ha impartido cátedra en la Facultad de Jurisprudencia de la UAC, Preparatoria Mariano Narváez de la UA de C, UANE planteles: Saltillo, Torreón, Piedras Negras y Matamoros y en la Universidad Autónoma de Piedras Negras. Ha impartido conferencias en la UANE Saltillo, CTM Coahuila, Asociación de Maquiladoras de Nuevo León y Facultad de Economía de la UA de C. Ganador del premio estatal de Periodismo de Coahuila en 5 ocasiones: 1996, 1999,2000 y 2006 en editorial en prensa y la presea Antonio Estrada Salazar por 25 años de trayectoria. Ha escrito tres libros: uno de poesías titulado “Memorias del Tigre Espejo”, “Cuentos Conurbados” y uno relacionado con los Recursos Humanos “A Little bit about Mexican Law and Human Resources”. Es un tigre espejo que merodea por entre los muros de la desigualdad, la represión y el oprobio escupiendo verdades através de su incómoda pluma.

COMENTARIOS