El síndrome del chingón cansado
Deja de cargar el mundo, aunque sea un rato. Bájate del pedestal que tú mismo construiste. Tómate un respiro, una cerveza, una caminata o un silencio
Ser chingón suena poca madre. Se siente bien. Te da estatus. Te da ego. Te da esa cara de “yo puedo con todo” que todos admiran y nadie se atreve a cuestionar.
Hasta que un día despiertas y te das cuenta de que sí, efectivamente, puedes con todo... pero ya no quieres. Porque estás hasta la madre. Porque estás cansado. Pero no un cansancio de sueño, sino de alma. El tipo de cansancio que ni diez cafés ni un domingo sin pantalones te quitan.
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Y ahí empieza el verdadero pedo: el síndrome del chingón cansado.
Ese mal moderno que no sale en los manuales de psicología, pero se nota en la mirada de todos los que siempre tienen que estar “bien”. El que no puede mostrar debilidad, el que no puede fallar, el que tiene que ser ejemplo, proveedor, sostén, maestro, chef, terapeuta, albañil, electricista, salvador y, encima, tener que sonreír.
“Ser chingón no cansa... lo que cansa es tener que demostrarlo todo el pinche tiempo”.
El síndrome empieza cuando confundes ser capaz con tener que hacerlo todo.
Y terminas convertido en una especie de superhéroe sin sindicato, sin días libres y sin nadie que le diga “oye, cabrón, ¿ya comiste?”.
Porque sí, el chingón resuelve. El chingón no se queja.
El chingón aguanta, improvisa, arregla, tapa, empuja, carga, consuela y, además, limpiar el tiradero de los demás. Pero el chingón, tarde o temprano, truena.
Y lo peor no es tronar. Lo peor es que nadie lo ve venir, porque el chingón siempre tiene cara de “todo bajo control”. Aunque por dentro ya se esté rompiendo a pedazos.
Los síntomas son fáciles de detectar:
1. No sabes decir que no
Te piden un favor y aunque estés hasta el cuello dices “sí, claro”. Porque eres el que resuelve. El confiable. El que nunca falla.
2. Te cuesta pedir ayuda
Porque “¿cómo vas a necesitar algo tú, si tú eres el que ayuda?”.
Y te tragas el cansancio con el mismo orgullo con el que otros se tragan el tequila barato.
3. Te sientes culpable si descansas
Te sientas un rato y ya sientes que estás fallando, que estás desperdiciando el tiempo, que podrías estar haciendo algo útil.
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4. Te da miedo soltar
Porque crees que si no estás tú, todo se cae.
Y probablemente tengas razón, pero eso no quiere decir que tengas que sostener el mundo solo.
“Te vuelves el cabrón que todos consultan, pero que nadie escucha”.
Hay algo muy cruel en este síndrome: mientras más chingón te ven, menos te cuidan.
La gente asume que estás bien, que puedes con todo, que no necesitas nada.
Y tú te acostumbras a no pedirlo.
Entonces un día te descubres sentado, con los codos sobre las rodillas, mirando al vacío, sin saber exactamente en qué momento pasaste de ser un cabrón fuerte a un cabrón vacío.
Te ríes menos. Comes apurado. Ya no disfrutas ni lo que antes te encendía.
Todo se siente como una obligación más.
Y aun así sigues, porque “así soy yo”, porque “no me sé estar quieto”, porque “si no lo hago yo, no sale”.
Pero la verdad es que sí podrías parar. Nomás que no sabes cómo.
Porque nadie te enseñó a soltar sin sentirte inútil.
Y ahí aparece la trampa del orgullo. Nos vendieron la idea de que ser fuerte es no necesitar a nadie. Que pedir ayuda es de débiles, que llorar es de frágiles, que tomarte un descanso es de huevones. Y lo compramos. Nos la creímos toda.
Pero lo cierto es que ser fuerte no es aguantar hasta romperte.
Ser fuerte es tener los huevos de reconocer que estás cansado y hacer algo al respecto.
Porque sí, puedes seguir cargando todo, pero a qué pinche costo.
A veces el precio de ser chingón es perderte en el camino.
Y qué ironía: terminas siendo el héroe de todos, menos de ti mismo.
Y no es que el chingón no pueda... es que no se permite no poder.
No se trata de rendirse, se trata de respirar.
De bajarle tres rayitas al ego y aceptar que no todo tiene que pasar por tus manos.
Que el mundo no se va a descomponer si te tomas un día para ti.
Que no pasa nada si no contestas el mensaje de inmediato, si no arreglas ese pedo hoy, si dejas que otro la cague tantito.
Porque a veces la vida también se trata de dejar que los demás aprendan, aunque el resultado no sea perfecto.
Tú ya hiciste tu parte. Ya demostraste que puedes.
Ahora demuestra que también puedes descansar sin sentirte culpable.
Hay un momento, y si has llegado hasta aquí, sabes cuál es en el que el cuerpo empieza a cobrar las facturas.
La espalda duele. El insomnio se vuelve rutina. La mente no se apaga.
Te das cuenta de que llevas años funcionando en modo automático, sobreviviendo, no viviendo.
Y lo peor: te has vuelto invisible para ti mismo.
Eres el mecánico que nunca revisa su propio coche.
El chef que cocina para todos, pero se alimenta de sobras.
El maestro que enseña a otros a cuidarse, pero nunca se da permiso de parar.
Eso es el síndrome del chingón cansado: una mezcla de orgullo, costumbre y soledad disfrazada de fortaleza.
Y entonces, ¿qué chingados se hace?
Primero: reconócelo.
Acepta que estás cansado. No pasa nada. No te hace menos, no te quita méritos, no te vuelve débil.
Te vuelve humano.
Segundo: aprende a decir “no”.
No es egoísmo, es higiene mental.
No puedes seguir regalando tu energía a todos los que te la piden sin recargar la tuya.
Tercero: recupera tus rituales.
Los pequeños placeres que antes te hacían sentir vivo: cocinar, entrenar, caminar sin prisa, echar una chela con alguien que te cae bien sin hablar de pendientes.
No necesitas un retiro espiritual, necesitas volver a ti.
Cuarto: pide ayuda, cabrón.
A un amigo, a tu pareja, a un terapeuta, a quien sea.
No por drama, sino por salud.
Porque hasta las máquinas necesitan mantenimiento, y tú no eres de acero, aunque lo parezcas.
“El verdadero chingón no es el que nunca se cansa. Es el que sabe cuándo bajarse del ring”.
Mira, nadie te va a aplaudir por desvivirte.
La gente se acostumbra a lo que das y luego te exige más.
Así que aprende a poner límites antes de que la vida te los imponga a madrazos.
Descansar no es rendirse. Soltar no es perder. Pedir ayuda no es fracasar.
Y decir “ya no puedo” no te hace menos cabrón: te hace más sabio.
Porque la fuerza sin descanso se vuelve soberbia, y el orgullo sin pausa termina en agotamiento. Y eso, tarde o temprano, te pasa factura.
El síndrome del chingón cansado no se cura con vacaciones, se cura con conciencia.
Con el valor de mirar hacia adentro y preguntarte:
¿De verdad estoy viviendo o sólo sobreviviendo para que los demás digan que soy un chingón?
Si la respuesta duele, vas por buen camino. Porque el cambio empieza justo ahí: cuando te atreves a aceptar que ya no quieres seguir igual.
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Así que deja de cargar el mundo, aunque sea un rato. Bájate del pedestal que tú mismo construiste. Tómate un respiro, una cerveza, una caminata o un silencio.
Haz lo que necesites para volver a ti.
Y cuando regreses, vas a seguir siendo el mismo cabrón capaz de todo... pero ahora, con paz. Porque aprendiste que ser chingón no es aguantar hasta romperte, sino saber cuándo descansar para no perderte.
Recuerda: “No te mueres por ser fuerte... te mueres por no soltar. Y eso, mi cabrón, no tiene ni tantita gloria”. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?
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