Por ello, un aroma subyacente del Zócalo lleno fue: ¿por quién votamos en el 2024 para seguir esta defensa de la democracia? ¿Quién puede representar un gobierno que no descalifique a la sociedad civil, que apueste por el profesionalismo en la toma de decisiones de política pública, que crea en los ciudadanos, que no quiera destruir la democracia después de servirse de ella con la cuchara grande, que invierta más tiempo en pensar en el futuro que en lamentarse del pasado, que gobierne para todos desde el cerebro y el corazón en vez de gobernar para los suyos desde el hígado y el ego?